Ilusión

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El dolor era simple. Sucedía. Un segundo bastaba para derrocarlo todo. Jazmín se subía al auto que Javo manejaba aquel día. Una de las condiciones que acordaron con las Estrella con respecto a la expansión del restaurante había sido que ellos se harían cargo del equipo. Cerró la puerta con fuerza y vio las dos tarjetas plastificadas en sus manos. Fondos insuficientes. Javo tuvo la intención de pedir un préstamo al banco, pero Jazmín lo convenció de utilizar sus fideicomisos. No contaba ninguno con que el padre de Jazmín iba a bloquear todas sus cuentas. Llevaba días, desde que se topó con la fotografía de sus vacaciones en Londrés, queriendo tomar su teléfono y llamarle. No se atrevía. La invadía un miedo crónico. No había podido hablarlo con nadie. Javo y Virginia trabajaban día y noche en las renovaciones del hotel y el restaurante. Florencia y Lucía seguían en la campaña de Gustavo Meiller y evitando que cualquier de ellas fuera a prisión o saliera bajo fianza. Miranda seguía evadiendo sus problemas con alcohol y enredos sexuales nocturnos. Sus propios amigos entre embarazos y nuevos frenesís. Intangible su capricho paterno. No tenía relevancia. Jazmín gruñó y lanzó las tarjetas al tablero. "No te preocupes, Cacho. Ya tenemos casi todo. Vamos al banco, es mínimo lo que pediríamos y podríamos pagarlo tan pronto iniciemos con las actividades. No necesitamos ese dinero" Javo encendió el auto e inició el trayecto de regreso al hotel, donde llevaban días trabajando en la ampliación. Ahorrándose parte de la mano de obra. Jazmín se negó. Moviéndose incómoda en el asiento. Furiosa con su padre y frustrada por sus recientes sucesos. Nunca imaginó que él iba a atreverse a bloquearle todas sus cuentas. Su paracaídas caído. "No. Vamos a verlo. Llévame con él" Javo tosió, dejándose sorprender por la determinación repentina de su amiga. "¿Ahora? ¿Ya?" Jazmín respiró hondo y asintió, abriendo la ventana para que el aire entrara a sus pulmones con más facilidad. "¿No quieres llamarle antes? Tienes años sin pararte ahí. Ya lo conoces, nena, no quiero que te lastime más" Javo, preocupado, detuvo el auto a un lado de la acera y volteó a verla. "No, Javo, ya basta. Necesito cerrar esto. No se trata de dinero. Quizás todo esto sea una señal. Florencia tenía razón. Nunca dejaré esa casa si no hablo con él" Javo esperó un momento más, viendo el temblor en las manos de su amiga al recoger las tarjetas del tablero y meterlas en su bolsillo del pantalón. Sacó al mismo tiempo su celular, pasando su dedo por el contacto de Florencia, sin el impulso suficiente para oprimirlo. Volvió a meter su celular. No la necesitaba. "Vamos". Javo exhaló y volvió al camino, variando la ruta hacia la mansión de Jazmín, misma que llevaba años sin transitar ni visitar. El silencio se alargó como elástico a pleno sol hasta que se estacionaron frente a su residencia. Jazmín se limpió el sudor de sus manos contra la tela de su pantalón e inhaló con esfuerzo. "Aquí estaré" Javo le puso la mano sobre la rodilla, apoyándola. Ella abrió su puerta y caminó hacia la entrada. La empleada que abrió no le era familiar a Jazmín, aunque tal parecía que ella si sabía quién estaba del otro lado de la puerta. La hizo pasar rápidamente, indicándole que su padre estaba en una llamada en el despacho. Los olores del pasado abrumantes y colándose entre su nariz y sus traumas. Caminó lento hacia el despacho y recargó su peso con suavidad en la puerta, escuchando la discusión de su padre a través del vidrio, un cliente más. Tantos clientes. Negociación y convenios. Su tono fuerte, agresivo, huraño. Quizás no era el momento. Se retractó, dio un paso hacia atrás, temor de nunca ser suficiente. Fatalidad irreversible. Tocó dos veces el vidrio de la puerta y escuchó a su padre invitarla a pasar. Creyendo tal vez que se trataba de la empleada. Su café de media tarde. Tan pronto lo vio, Jazmín supo que tenía motivos rebosantes para aferrarse a sus miedos. Sus manos sudaban más. Su corazón dejaba de ser suyo. Rebotando sobre la alfombra. Chorreando algo semejante al dolor, al duelo, al desenlace. Su padre puso fin a su llamada y se levantó de su silla para acercarse a su hija. Jazmín no supo si venía un abrazo, un vacío o más. La anticipación la hizo temblar. "Jazmín, sabía que vendrías, toma asiento, por favor" Tomó su mano fría y se dejó arrastrar hasta que cayó en el asiento frente a su escritorio. Ni abrazo, ni vacío, ni más. Una mano fría. Él retomó su lugar. Viéndola de frente. Escudriñándola. ¿Un cliente más? Un padre que, ante los ojos de Jazmín, se perdía entre los laberintos de una ciudad británica que acababa con lo que habían sido. "No te cuestiono, porque ya sé la razón de tu visita" Bajó su mirada hacia los cajones de su escritorio y extrajo una serie de documentos que puso frente a él. Jazmín también inclinó la cabeza, viendo sus manos llenas de ampollas por la labor física de los últimos días en el restaurante. "¿Me bloqueaste mis cuentas?" Preguntó Jazmín con una voz temerosa. Él extendió los documentos hacia ella, mostrándole sus estados bancarios y los recientes movimientos. "Hace años me explicaste que no necesitabas mi dinero. ¿Por qué ahora?" Dejó los papeles abiertos sobre el escritorio y se recargó en su silla. Viéndola. Molesto. Jazmín sintió un golpe en el pecho. Intenso. Inversión e intereses. El lenguaje de su padre que a ella le parecía tan inverosímil. "Voy a abrir mi restaurante" Los nervios le empataron la cobardía. Él se ajustó la corbata y el saco de las solapas. Protegiéndose. "No. Vas a abrir mi restaurante. No tuyo. Cuando te fuiste de esta casa me dejaste muy en claro que no te interesaba nada de mí. Mi dinero es parte de mí. No puedes quererme a fragmentos cuando bien te convenga. La vida no funciona así, hija" Lo dijo con una solemnidad que no perdía carácter ni potencia con los años. El golpe se fue atenuando en el pecho de Jazmín. La misma fatalidad previa. Una corbata y un saco sin contenido. Sin esencia. "Tienes razón. No debí usar ese dinero. Voy a pagarte hasta el último centavo". Él sonrió y cerró la carpeta con los documentos, aventándola hacia el fondo del cajón. Jazmín se disminuía. El duelo de una ilusión era mucho más obscuro. Encarnizado. No había cuerpo, ni entierro, ni cremación. Flotaba por el aire como un cáncer en etapa terminal. "Jazmín, considéralo mi regalo de despedida. Eres igual que tu madre. Llevas años quejándote de mi abandono, pero, ¿quién se fue de aquí? ¿Quién dejó de intentarlo? ¿Quién quiere lo que le conviene de mí y no lo que no comprende?" Sin alzar la voz terminó su discurso, dejando a Jazmín con la boca abierta, incapaz de procesar con debida rapidez lo que ya se internaba en su cabeza. ¿Culpa? "No fue por eso que vine" Jazmín no se atrevía a verlo. Él volvió a reírse, jugando con las mancuernillas de sus muñecas y viendo hacia la alfombra del despacho. "Tienes años sin llamar, sin venir a verme. Rechazaste todas mis llamadas. Todo debe hacerse a tu ritmo, tus condiciones, tu manera. La única razón por la que estás aquí es porque bloqueé tus cuentas. No soy tu fondo fiduciario. Fui tu padre, malo o pésimo, pero jamás te faltó techo, alimento, educación. No me diste tiempo de entenderte. Huiste. Estableciste tus límites. Lo entiendo. Hoy me toca establecer los míos" La sangre es soluble. Los padres también fueron niños. El dolor se propaga por igual. Todos humanos. No hay química más clara que esa. Jazmín no lo entendía. No eran los padres quienes delineaban las fronteras, deberían ser los hijos. ¿O no? ¿Era una cuestión de tiempo? ¿Se había tardado tanto? ¿Estaba todo perdido? Y justo ahora, ¿por qué le dolía perder lo que supuestamente había olvidado que existía? Jazmín enderezó la espalda y lo vio a los ojos. Valentía. Exhaló de nuevo. La pena de unos ayeres le brindaba la lucidez de un hoy. Una figura de autoridad que demarcaba sus espacios y sus tiempos. Lo entendió entonces. Sin ser a medias. Sonrió. Sin lágrimas. Su padre estaba dando un primer paso. Mal que bien en su lenguaje. Negocios y convenios. "¿Qué fue lo que más te gustó de nuestras vacaciones en Londrés?" Le preguntó Jazmín sin ilusiones ni esperanzas. Un cuerpo sacudido por el desorden. La falta de control. Una respuesta que le podría ofrecer a Florencia. Una Florencia que la amaba entera. No a trazos. Su padre se rascó la barbilla, contemplando su pregunta, probablemente recorriendo las mismas calles otra vez. Una mano enmelada por el helado derretido. "Los puentes" Dijo sombrío. Viendo su reloj de muñeca. Las uniones. Ir y venir. Jazmín tenía la opción de quedarse atónita en la orilla, perdida entre los laberintos de la ciudad, saboreando lo conocido, o bien, podía tomar tres pasos, ser valiente como él, atravesar un hueco, abandonar la ilusión. "¿Te gustaría conocer tu restaurante?" Enfatizó el tu como si se tratara de un nuestro. Sonrió. Su padre exhaló aliviado por primera vez desde que ella entró a esa oficina. "Me gustaría mucho" Dijo confiado. Sacando una tarjeta del bolsillo de su camisa y ofreciéndosela. "Si necesitas un préstamo con bajos intereses, podrías considerar este banco. No me necesitas a mí, Jazmín" Ella tomó la tarjeta y la puso en su bolsillo del pantalón, alzando la vista y sonriendo. Era verdad. No lo necesitaba. Se quedaron así un rato. Fusionándose. Tal vez. Separándose. "Crees que... ¿podría llamarte esta semana para que veas el lugar?" Lo preguntó con cierta timidez. Él se paró de su silla y se acercó a ella, levantándola de la mano e intentando abrazarla, con reticencia, sin saber cómo hacerlo, sin haberlo hecho antes. "Sí... por favor" Jazmín dejó escapar su llanto, pero no uno doloso y arrepentido. Uno liberador. Él no supo qué hacer. Tomaría tiempo renovarse. Lo entendían ambos. Negocios. Los que valían la pena, demoraban, los que caían, de repente. Le puso la mano en el hombro y apretó. Jazmín hizo lo mismo con el hombro de él antes de despedirse. Suficiente, por ahora. Puentes.





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