Antes de la gran revelación

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Lo primero que mencionó el médico fue que un exceso de salud es también una enfermedad. Ponía, por ejemplo, el caso de una paciente que sufría una fobia a enfermarse y se empeñaba en lavar su comida con cloro, tallar sus manos con jabones industriales y consumir antibióticos como precaución. Su obsesión con la sanidad provocó una barrida de bacterias en su intestino que le contrajo luego una infección masiva que acabó con su vida: Clostridium difficile. El cuerpo humano, incluyendo la mente, fue fabricado para curarse. Para una infección se lanza una fiebre de advertencia, sin bacterias no se crean anticuerpos, sin virus no habría vacunas. Sin enfermedades, sin fallas sistémicas, el cuerpo perece. El cuerpo sólo existe en este juego entre enfermar y sanar. Florencia nunca lo había visto de esa manera, durante su infancia y adolescencia el Tourette fue la excusa perfecta para justificar el rechazo de sus compañeros o la ausencia de su padre. Ahora, sentada en ese consultorio excesivamente blanco, con apenas dos o tres frases de la boca del médico comprendió que su mente necesitaba tanto del Tourette para existir como el Tourette necesitaba de ella para seguir. La clave dijo el médico, recargando sus codos sobre el escritorio, es el balance. El cerebro de Florencia ya estaba hecho al Tourette, pero ella había pasado veinticuatro años rechazándolo. La pugna entre ella y su enfermedad le había ocasionado nuevos tics, nuevas ansiedades y, por supuesto, una inseguridad infecciosa. Supo entonces que en algún punto en su niñez perdió el balance y que ahora estaba dispuesta a recuperarlo. La patología moderna instituía la prescripción de somníferos y estimuladores en pastillas con el fin de dominar la enfermedad. La opción provocaba una codependencia peligrosa entre las pastillas y la enfermedad, dejando de lado al paciente. La alternativa que le ofrecía este médico distaba mucho de eso y consistía básicamente en generar una cotidianidad que le permitiera a Flor enamorarse del Tourette y dejarse enamorar por el Tourette sin que uno de los dos dominara sobre el otro. Salió del consultorio con la información pesada sobre su cabeza y con un aliento muy parecido a la esperanza. Cuando llegó a la sala de espera Damián seguía ahí con una revista en sus manos y tan pronto se percató de su presencia se paró para acompañarla. "¿Qué te pareció? ¿Es tan bueno como decía mi padre?" Los dos empezaron a caminar con calma atravesando toda la sala y dirigiéndose hacia la puerta de salida. "Ñah sí... creo que sí... aún no sé si lo voy a hacer" A pesar de haber salido de ahí con esa peculiar esperanza, Flor se empezaba a poner más nerviosa con cada nuevo paso que daban juntos. Sus manos no se estaban quietas atentando contra su pecho con celeridad, Damián lo notó, pero no quiso atreverse a detenerla, no podría afirmarlo, pero quizás los nervios indicaban que estaba considerando la alternativa. Trató de repetirse que los golpes en su pecho no se parecían a aquellos que había visto cuando fueron al cine con Miranda y Federico, estos golpes aparecían más sutiles. Sin embargo, una vez salieron de la clínica, Florencia empezó a girar sobre sí misma y contar con sus dedos lo que ahora sí le había preocupado. "¿Estás bien? ¿Quieres que le llame a Jazmín?" Ella carraspeó su garanta en frustración y se cruzó de brazos, previniendo un futuro ataque hacia su persona. "¡No! No la llames, ñah sólo necesito estar sola" Bajó la mirada hacia el suelo con los brazos aún atados a su pecho y Damián se acercó para tomarla de los hombros. "¿Segura? ¿No quieres que te acompañe o llamo a Miranda si quieres?" Ella negó tajantemente y empezó a dar unos pasos hacia atrás "¡No! Pija insistente... perdón, perdón, ñah, de verdad Dami ve, anda, voy a estar bien, sólo necesito caminar un poco, gracias ñah por traerme... perdón" Se alejó de él apresurada y caminó hacia el parque de enfrente, tomando la primera banca que encontró y siguió con el médico y el Tourette peleando en su cabeza. En realidad, ella también había pensado en llamar a Jazmín y contarle, pero quería hacer esto por sí misma, lo más seguro es que Jazmín la apoyara sin condiciones, pero era ese sin condiciones lo que estas últimas semanas la tenía tan confundida. Colándose entre el médico y los tics aparecía una Jazmín diciéndole un martes que quería tener hijos con ella y un sábado revolcándose con Elena. Le costaba entender el término sin condiciones. Si antes había utilizado su enfermedad como justificación del rechazo, con Jazmín la había usado para atraerla, recurriendo a ella en los momentos más complicados, convirtiéndola en su heroína. Con cada té de Jazmín que la calmaba venía armándose esa codependencia de la que hablaba el médico esa mañana. Si bien no había sido la intención de Jazmín ¿o sí? Florencia sentía que su vulnerabilidad se había aprovechado de ella, haciéndola responsable de calmarla. Se preguntaba entonces si Jazmín se había enamorado de ella misma al sentirse indispensable para Flor o si de verdad se había enamorado de Flor.

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