Garabatos a nadie

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Charles Bukowski escribió alguna vez que el área que divide al alma del cerebro se ve afectada por las muchas experiencias que atravesamos en vida. Hay quienes pierden el cerebro y son todo alma, volviéndose locos. Hay quienes pierden el alma y son todo cerebro, volviéndose intelectuales. Y hay quienes pierden alma y cerebro, volviéndose aceptados. Las miles de millas recorridas por el ser desde mucho antes de concebirse átomo para lograr que lo aceptaran. No importa quiénes no importa cuántos no importa dónde en tanto que dicha aceptación sea ubicua y nuestra existencia validada. ¿Hasta cuándo perpetuaremos esa dependencia? ¿Hasta dónde falsear el control que poseemos sobre las emociones de otros? Perdernos tanto y perdernos todo para sentirnos validados por alguien que busca validación en alguien más y ese alguien más encontrando validación en aquel que no ha encontrado cómo validarse. Ninguna revisita satisface el deseo de volver a un lugar y que éste permanezca siendo el mismo. Las mismas sillas, la misma mesa, los mismos ventanales, caminando en silencio entraban a la sala otras personas que no eran las mismas hace un año, hace dos, hace diarios. Florencia, Virginia y Lucía sentadas a un lado del abogado de Gustavo Meiller. Ignacio y Mario Estrella al frente de ellas y enseguida de Garibaldi. Florencia acariciando el collar que le había regalado su padre en algún cumpleaños, transfiriendo al metal una mínima ración de los nervios que se emancipaban de ella. Jugándose la cicatriz del cuello que se había olvidado que existía a no ser por aquella persistente sensibilidad al lado de la piel que desbordaba. Garibaldi abrió las copias de los expedientes que Lucía le facilitó una noche previa. Y empezó con la herencia monetaria. No había problema con esos millones de dólares repartidos en partes equitativas entre las hijas de Mario Estrella porque antecedían una restricción anual que se cumplió cuando el padre revivió o volvió a vivir o concilió la sensatez o concluyó la lección de vida. No obstante, las acciones del hotel en Mar del Plata, el departamento en San Telmo y la propiedad del Hotel Estrella pendían de un tecnicismo que en realidad era más un dilema ético. Entre el escribano y los abogados presentes con el menor uso de palabras rimbombantes intentaban explicar la gran paradoja que envolvía a la familia Estrella. La pena por el delito de fraude y estafa según el artículo 172 del Código Penal alcanzaba un máximo de seis años en prisión o plausible fianza acordada por la Corte Suprema de Justicia. No cabía duda de que un delito se había cometido. La esperanza estaba puesta en que Mario confesara y se entregara a las autoridades competentes, o bien, que iniciado un proceso jurídico Carla y Florencia lograran comprobar que no actuaron con fines de lucro tras la malversada muerte del padre. Sin vericuetos ni más digresiones el Hotel Estrella tendría que ser clausurado al menos de forma temporal en tanto que se iniciara el juicio para restituir las escrituras de propiedad sin que éstas se vieran más afectadas por su progenitor. La otra opción, no menos incómoda, era que Lucía y Florencia abandonaran la campaña, que no se pugnara por una ley de transparencia y que el secreto mortuorio de Mario Estrella siguiera enterrado e impune y sus derechos fueran cedidos en vida a sus hijas. Claro que esta última opción complicaba todo porque de retirarse de la campaña del candidato de distrito, Florencia y Lucía irrumpirían en un incumplimiento de contrato laboral, que además de multas amenazaba con una tergiversada reputación pública. Sin mencionar que, al esconder las trampas ilícitas del padre, aunque esa no haya sido nunca la intención, caerían en la inmundicia política que ambas rechazaban como miembros activos de un partido. "¡Joder, Mario. Total que ni vivo ni muerto nos libramos del yugo de tu veintena de cagadas que te mandas por segundo!" Gritó Lucía entre otros improperios que hicieron sonreír a Florencia. No le quedaba más que encontrar entre la mierda la que oliera menos mal. Garibaldi en postura derrotista volvió a recomendarle a Mario que se entregara y explicara el caso ante la corte. Cabía una posibilidad de que saliera de aquello con fianza y así librara a sus hijas de las repercusiones legales que atentarían contra ellas, su reputación y su patrimonio. Mario se negó una vez más y trató de hablar con el abogado de Meiller para encontrar un subterfugio en el contrato laboral de sus hijas para que éstas salieran ilesas de la campaña y pudieran dedicarse a resolver la cesión de derechos del hotel. "No, no, papá, yo no quiero eso, no puedes decidir por mí otra vez. ¿Te das cuenta de todo lo que pudimos evitarnos si hubieras sido honesto desde el principio?" Florencia tomó el expediente de las manos del abogado y revisó de nuevo las cláusulas de su contrato y el de Lucía. Estaba más convencida que nunca de seguir apoyando a Gustavo Meiller. "¿Podrías fungir como mi abogado ante el juicio que emprenderé por un activo que no tenía idea que existía a mi nombre? ¿Cuáles son los riesgos que corro?" Virginia la forzó a cerrar el expediente, poniendo sus manos sobre el documento. "No, nada de eso. No puedes ir a juicio por algo que no cometiste. Mario, tienes que entregarte. No queda más" Mario apoyó sus manos sobre la mesa y volteó a ver a Florencia, halándose luego el cabello hacia atrás en un acto desesperado. "Lo único que quise hacer fue protegerlas, que se tuvieran una a la otra, nunca pensé que esto llegaría a tanto, por eso les imploré que abandonaran la campaña" Sin perder la paciencia, Florencia suspiró y mantuvo su atención con seriedad. "Lo mismo pudiste haber hecho en vida. Sin mentiras. Todas esas veces que mi mamá te preguntó si tenías a alguien más. Todas esas veces que nos comparaste, nos distinguiste, nos alienaste. Fuiste tú quien nos incitó a distanciarnos. Bastaba con sentarnos y hablarlo, pero fuiste codicioso, tomaste la vía fácil. Yo no voy a tomar la vía fácil. No puedo hablar por Carla, pero yo me voy a juicio. No tengo nada que esconder" Ignacio que había permanecido en silencio, se irguió orgulloso de Florencia y le ofreció su representación legal, ya sea como guía jurídico o como su abogado directamente en caso de ser necesario. "Supongo que es así como se dan las lecciones de vida ¿no? De frente" Agregó Virginia, extendiendo el expediente de nuevo a las manos de Florencia quien lo tomó como presa de su determinación. Con lágrimas en los ojos, Mario recurrió a una última súplica "Existe un margen de error en ese tecnicismo legal. Si la ley de transparencia se aprueba y todo esto sale a la luz, lo más probable es que no alcance fianza y vaya a prisión. ¿Están dispuestas a vivir con eso?" Lucía y Virginia voltearon a esperar la respuesta de Florencia, como si todo dependiera de su conciencia, de sus principios y la fortaleza que tomaba prestada todos los días. "¿Flor? Por favor, hija, estoy en tus manos" Si la analogía de cortar el cordón umbilical tenía resonancia en la vida de cada fruto concebido por obra del amor, éste era el momento de Florencia. "Te perdono por todo, papá. No actúo así para castigarte. No soy nadie para castigarte. Sé que hiciste todo con la intención de ayudarnos. Lo sé. No me pidas ahora que vaya en contra de lo que soy para demostrar que te amo. Lo sabes, pero necesito hacer esto por mí. Por primera vez creo en mi trabajo, creo en mi talento, creo en esta campaña, creo en este candidato y me haré cargo de mis decisiones. Ayúdate tú haciéndote cargo de las tuyas. No tengo más nada que decirte" Florencia le ofreció una sonrisa mojada por la única lágrima que se le rodó por la mejilla. Mario Estrella asintió, regresándole la sonrisa y volteando a ver a Lucía. "Hablaremos con Carla y Miranda para decidir cómo proceder. No dejaremos la campaña, pero cuenta con mi testimonio para que el caso alcance fianza y no tengamos que ir a verte a prisión. Está de más decirte que Florencia me ha enseñado algo que nunca aprendí en casa" Lucía también le dedicó una sonrisa y acompañó al resto de los presentes hacia la salida. Virginia fue la última en despedirse y ofrecerle también su apoyo aunque no estuviera aún de acuerdo con sus posturas, sus súplicas, su insistencia, pero sobre todo con su comportamiento reiterativo y errático. El abogado les dio 48 horas para tomar una decisión respecto a cada uno de los procesos legales que tenían que iniciarse cuanto antes. Al llegar al hotel, Carla y Miranda ya las esperaban en la oficina, con una bandeja de medialunas y una jarra de café. Miranda con la cabeza sobre la mesa, bolsas oscuras debajo de los ojos y una resaca que no hallaba remedio en las horas transcurridas del día. Las dos escuchaban atentas a la explicación que dieron las otras tres, intercediendo cuando se ameritara necesario o cuando los huecos requirieran de más información para dialogarse. "Entonces, ¿están seguras de no querer abandonar la campaña? A pesar de que papá vaya a prisión?" Carla preguntó con la boca llena, como hacía siempre que el conflicto la superaba. "Carla, piensa, abandonen o no abandonen la campaña, la cloaca ya se destapó, imposible enmascarar la mierda que está brotando por todos lados" Miranda intentó mantener los ojos abiertos sin sucumbir al mareo alcohólico producto de la noche previa. "¿Qué va a pasar con el hotel?" Volvió Carla al café que yacía en la mesa intocado. "Lo pondríamos en clausura temporal en lo que se entabla el juicio de restitución de propiedad sin incurrir en una operación fraudulenta. A los empleados podríamos entregarles nuevos contratos, ofrecerles el mismo sueldo durante la detención de labores y quizás una compensación por la espera. Una vez resuelto el pleito podríamos reabrir el hotel" Virginia les explicó lo que ella e Ignacio habían comentado esa mañana acerca del procedimiento a acatar. "No sé, la verdad, no sé. Florencia y yo tenemos las de perder. Quizás hay secretos que no convenga revelar. ¿Y qué si al final nos brinca tanta mierda que nos hunde a todas?" Las cinco voltearon a verse, exhaustas del día que apenas empezaba y ya urgía concluir. Lucía se dirigió a Carla con toda la circunspección que habitaba aquel rostro terso. "Con toda honestidad, Carla, tu situación es la más fácil de resolver. Tienes constancia de un despido laboral y puedes apelar a la ignorancia de dichos activos financieros. Florencia es la que está hasta el cuello por el lado que la veas y aun así, con miedo y todo, está plantada y decidida. Virginia y yo iremos a juicio con ella y si tenemos el voto tuyo y el de Miranda iniciaremos mañana mismo el proceso que sea necesario para que el hotel siga funcionando" Virginia exhaló y empezó a reírse, liberando la tensión del día. "¡No puedo creer que esté pasando todo esto! ¿Jamás pensó Mario que jugar al zombi traería todo tipo de consecuencias?" Florencia se contagió del optimismo de su hermana y relajó el cuerpo por primera vez desde que comenzaron las charlas con el escribano y el abogado. "Nosotras estamos más locas por hacer esto, pero ustedes son mis locas, no pienso bajarme del tren. Sigamos con la campaña y luchemos por el hotel. Que papá se haga cargo de lo suyo" Carla se unió al resoplo de alivio comunitario e intentó tomar la última medialuna de la bandeja. Lucía le golpeó la mano obligándola a soltarla y aprovechó para comerse aquella medialuna incauta. Mientras masticaba, Lucía y las demás voltearon a ver a Miranda, quien en lugar de cuatro hermanas seguía viendo ocho y luego dieciséis. "Ya saben lo que yo diré. ¡Qué nos brinque la mierda!" Alzó los brazos para festejar, pero los bajó de inmediato ante la nueva ola de nausea que le timbró en la cabeza, dejándose caer de nuevo sobre la mesa. Repitiéndose que no volvería a tomar así.


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