No apostaba duda quien cazaba la magia de una aurora boreal, años a diario consumía trazando cambios climáticos del aire en aras de la polarización más estética que hubo jamás. Lejos, muy lejos y atrás, quedaba la sinestesia natural que guardaba tanto caos. Había noches que sin planes se elucidaba como estelas en aceite y otras que ni medida exacta ni conteo preciso le permitía asomar. Mucho cálculo y falta de empatía. Si las noches olieran, aquella olía a mar, un libro viejo y musgo. Olía a ruina. Sin más. Ella estaba parada en el centro de la pieza, con las escaleras a un lado y la puerta de entrada a la vanguardia. A la izquierda, con las piernas en péndulo dormía Manuela, quien había balbuceado un último "Todo contigo es más lindo, Flor" y a la derecha, con las piernas elásticas dormía Jazmín, quien había exhalado un último "Flor, Flor ¿dónde estás?" Como pesadilla de quinto año de primaria en un instante seguía ahí y luego iba hacia atrás. Rebobinar. Bajó del taxi después de pagarle y tomó a Jazmín de la cintura, con uno de sus brazos obligándola a caminar. Jazmín tosió, intentó sacar las llaves, fracasó, lanzó las llaves contra la puerta después y empezó a hablar. No podía dejar de hablar. "No vayas a creer que no me gusta leer, Flor, me encanta leer, es más deberíamos leer juntas, ¿te gustaría?" Sonreía, jugando con los cabellos de Flor quien había logrado después del suspiro abrir la puerta. Con toda su fuerza, que era apenas visible a los ojos de cualquier incauto, Flor empujaba a Jazmín por las escaleras hacia la habitación. "Porque si leemos juntas entonces me puedes ir diciendo lo que te va gustando, ¿verdad? Y así también te voy conociendo más" Y Flor sólo asentía y escapaba un par de ajás, y la ropa sucia de Jazmín con penetrante hedor a cerveza salía y volaba por la habitación, se estacionaba en el borde de la cama y no ayudaba ella con sus torpes movimientos y su aliento mordaz. "Porque yo no creo que te parezcas a Hol... Holdon... Holdin... o don... don" La sentó estoica y caminó hacia la cajonera, sacó unos pantalones de pijama, pero incapaz de sostenerse en su propio eje, Jazmín se dobló, se dejó caer, como de niña se lanzaba del cerro sobre la tapa de un cesto de basura. "Flor, pero a ti no te parece ¿o sí? ¿Tú crees que deba? ¿En cuánto tiempo lo leo? Porque acuérdate que Carla tiene evento la semana, mañana, digo la otra semana" Le tocaba insistente la cara y Flor cedió, le sonrió después de tan vanas palabras y luego la acompañó al baño tan pronto vio sus labios curvarse en una nausea. Volver el estómago, pero ¿volverlo a dónde? ¿Volver a qué? Desquitar el costo del desapego. "Flor, yo puedo, ve afuera... ve..." No era cierto que podía y no era cierto que Flor sería capaz de dejarla ahí de rodillas, rogándole al baño que dejara de girar. Con ternura, esa, la que sólo conocía Flor, le quitó el cabello de la cara y le armó una coleta. "No tienes que estar acá, Flor... ve... ¿sí? Ve allá... allá a la parte... a la... allá" No iría a la parte, ni a la, ni allá, se quedaría ahí hasta que no quedara más que sacar. Ahora entendía que el alcohol activaba el acto locutivo. Lo raro era que el ilocutivo de Flor se iba con cada descarga de agua que despedía al resto. Los ojos de Jazmín se cerraban pegados al plástico de la tapa, Flor la levantó del piso y la llevó a la regadera. La sostuvo contra la pared mientras abría y mediaba el agua, un sueño decisivo la albergó de pronto, el esfuerzo de laringe, quizás, o el gasto verbal, pero Jazmín no quería más estar despierta y de pie. Tenía una mancha en las manos, un tono azul de la tiza de billar, una herida de guerra. Jazmín había ido como quien fue a Vietnam, con excusas y arsenal, sin estratagema, sin fundamento, trayendo más muertos que orgullo nacional. Un silencio abrumador era Florencia mientras tallaba sus manos con el jabón. "Vamos a dormir ¿sí, Flor? ¿Flor?" Jazmín se mecía, su novia no respondía, pasaba el jabón entre los dedos y luego hacia la cara, su barbilla, sus mejillas, su boca. La detuvo su brazo un cinturón de seguridad y con el otro alcanzó la pasta dental y el cepillo. No le dijo abre la boca, pero abrió la boca para que ella abriera la boca y abrió la boca. Le ayudó a lavarse los dientes. Flor se sintió Teresa en una noche de aquellas cuando la madre era quien empujaba el cepillo sobre los dientes. Jazmín se sintió acompañada. Nunca había sospechado que una actividad tan solitaria e íntima como lavarse los dientes pudiera sentirse en compañía por quien deslizaba con cuidado el cepillo de no golpearte las encías. Lavarse los dientes, pensaba Flor, qué pesadilla, tres momentos de cinco minutos donde sólo cabían los pensamientos y tú. ¿Cuánto espacio sobraba? Y luego ya nada, Jazmín escupía en la tina y con el agua y la espuma se marchaban los idilios. La enrolló en la toalla. Tan maternal que un pinchazo alertó a Flor. Un corto circuito, una chispa, un engrane que fija cada parte. ¿Y si se iba? Caminaron juntas hasta la cama y Jazmín se dejó, ahora sí, poner el pijama. "¿Flor? Y si mañana te acompaño a la terapia, quizás también a mí me sirva ¿no? ¿No puedo ir? ¿Dónde es mañana? O ya sé, ¿prefieres ir por helado cuando salgas? ¿Vamos?" Flor la metió bajo las sábanas con sus manos por encima, le faltaban aún las manos, la parte más delicada del cuerpo de una mujer. ¿Se puede enamorar a alguien sin tocarle? Del mueble de enseguida sacó la crema que ella usaba y la untó en sus propias manos para luego pasarla por las suyas. "Estaba pensando que deberíamos pintar la habitación, ahora que ya arreglaron el techo, ¿qué dices?" Flor extendió sus manos y las besó para después besar su frente y levantarse. "¿A dónde vas? ¿No te vas a acostar aún?" Flor asintió y se empezó a desvestir, estaba agotada, había sido una noche de muchos capítulos. Justo cuando se colocó la última prenda de su pijama, volteó a ver a Jazmín y notó cómo también se le extinguía la noche y con la noche las palabras. ¿Cuántas palabras son necesarias para no decir nada? La cabeza en la almohada, la noche tocaba una despedida, pero el teléfono la puso en pie de nuevo. "¿Qué pasa, Miru?" Susurraba. "Florchu, ¿te sabes la dirección de Manu? Está tan borracha que llevamos una hora dando vueltas y no damos con su casa" Con cuidado de no despertar a Jazmín, salió de la habitación hacia la sala. "Sé cómo llegar, pero no me la sé de memoria, déjame ver si la tengo anotada" Antes de que Flor pudiera despegar su teléfono para revisar, Miranda se limpió la garganta para atraer su atención. "Flor, en realidad, estoy un poco preocupada" Segundo pinchazo en el pecho de Flor. "¿Qué pasó?" No se escuchaba mucho más que los ruidos de una calle a media madrugada. "Manu, desde que salimos del bar no habla nada Flor, nada, sólo nos intentó dar su dirección y ya, le pregunto más o menos por dónde ir y nada, Fede le ha preguntado varias cosas y nada, no sé si está bien, ¿así es ella o qué?" Flor se rascó la cabeza, sin nervio, sin manía, sólo una incómoda y pasajera comezón en el cráneo. "No que yo sepa, nunca me ha hecho eso a mí" Al fondo Fede se escuchaba tratando de sacarle algo, pero no había palabras que lograran filtrar por el auricular del teléfono. "¿Te la paso y le pides tú la dirección?" Un ajá y Manu al teléfono. "¿Manu? ¿Qué pasa? ¿Por qué no le dices a Miru por dónde ir?" El torrente de lágrimas descendía intempestivo por los ojos, la nariz y la boca de Manuela. Una cascada de angustia es lo que era. "Flor, no... no quiero ir a casa" Casi no entendía lo que estaba diciendo y Miranda le rebató el teléfono desesperada. "Che, la veo muy mal, ¿quieres que la lleve al hotel?" Flor tomó un hondo respiro, sopesando las opciones a la velocidad de las hormigas cuando invaden su hormiguero. "No, ¿la pueden traer acá con Jaz?" Miranda tardó en responder, pero se oía cómo le daba indicaciones a Fede. "¿Estás segura, Flor? ¿No vas a tener problemas con Jaz?" Flor comenzó a golpearse el pecho con su mano, harta del eco punzante de ambos pinchazos recibidos en una misma noche. "No, digo, sí estoy segura, y no, no voy a tener problemas con Jaz, tráela para acá por favor" Miranda le dijo que en quince minutos estaban ahí y Flor colgó el teléfono, dejándolo sobre la mesa. Subió de nuevo a la habitación y se vistió con algo más que un pijama. Tal como le había concretado por la llamada, Miranda llegó a los quince minutos, ayudando a Manuela a entrar a la casa de Jazmín. Se despidieron las hermanas y con paso lento Flor sentó a Manuela en el sillón y le llevó un vaso con agua. "¿Qué pasa, Manu? ¿Te ha dicho algo tu mamá? ¿Por qué no quieres ir a casa?" Se llevó las manos a la cabeza sobando sus contornos, no tenía la costumbre de beber y esa noche había bebido por encima de su nivel de tolerancia. No decía nada, pero lloraba como diciéndolo todo. "¿Quieres que le llame a alguien? ¿Quieres darte un baño? ¿Quieres una pastilla para la jaqueca?" No respondía, pero no por ser grosera, era como si le hubieran sellado los labios, como si le hubiesen extirpado el don de la palabra. Flor entendió que no diría más nada, se levantó hacia el botiquín de la cocina y sacó un par de pastillas, rellenó el vaso con agua y volvió al sillón. Manuela seguía inmóvil, tiesa, pero temblando. Después de darle las pastillas, sacó del closet una frazada y volvió, acomodó uno de los cojines al respaldar del sillón y le indicó a Manuela que se acostara, ella le hizo caso sin decir nada. "¿Te quieres lavar los dientes?" Un corto circuito, una chispa, un engrane que fija cada parte. Lavarse los dientes. Negó y se acomodó la frazada encima, dejando sus piernas debajo, adheridas al suelo. Incertidumbre, eso sentía Flor, no sabía cómo ayudar a Manuela, no sabía qué había pasado o en qué momento de la noche todo se había vuelto tan borroso. Flor también se recargó, pero sin acostarse, dejando que su mirada se fijara en el techo. Los techos de esa casa ¿cuántas vidas habían visto pasar así sin saber que pasaban? El corazón de Florencia se empezó a acelerar, toda la noche iba en crescendo, pero no llegaba el estallido. La noche eran ella y su revolución. Lo supo desde que se subió al taxi, los desteñidos verdes del semáforo, lo cálido, el viento, lo fresco, el olor a mar. Tun-tun. Retumbar. La noche iba a más, a más, a más. Vértigo. Tun-tun. Había magia en la aurora boreal, era única y pocos, muy pocos, los afortunados que lograban pescarla y no un cielo nublado. No obstante, había quienes por aferrarse a la aurora dejaban escapar la cascada que era tal vez mucho más avasallante. Cuando una persona se da cuenta de que lo puede sola, se empieza a preguntar por qué alguna vez necesitó a los demás. Flor sostuvo los pies de Manuela y los estiró, colocando sus piernas encima de las suyas y ayudándole a desprenderse de sus zapatos. Tun-tun. Arrojó los zapatos y se quedó viendo sus talones. Aquiles. La noche era un punto que marcaba un cierre sin rumbo final. Dejó sus manos apenas rozar la piel de Manuela, no era intento de caricia, no era sorna maliciosa ni tampoco la curiosidad homicida del felino. "Todo contigo es más lindo, Flor" Pinchazo tercero. Manuela cerró los ojos y cayó en un sueño difícil de interpretar. Flor se levantó y quedó parada en el centro de la pieza, las escaleras a un lado y la puerta a su delantera. Tun-tun. Volteó a ver sus llaves, su celular sobre la mesa y escuchó a Jazmín gritar "Flor, Flor ¿dónde estás?" Uno más. Y sí, ¿dónde estabas, Flor? ¿Por qué si todo es más lindo contigo sigues temiéndote? ¿Dónde acaba la necesidad? Y la noche iba a más, a más, a más. Florencia giró a su izquierda y luego a su derecha y luego salió. Un absoluto silencio la acompañaba, dentro y fuera de esa casa. Simetría.
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Balance
FanfictionEl personaje de Jazmín en la tira aparece a veces idealizado, casi mágico, la única cicatriz que vemos es la de su cadera y el momento de Elena, aquí se intenta crear un balance en donde no sea sólo Jazmín rescatando a Flor como si ésta última fuer...