INCANDESCENCIA

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"La peor forma de extrañar a alguien es estar sentado a su lado y saber que nunca lo podrás tener" Gabriel García Márquez

El claro del gran astro que brillaba en la noche, disipaba la niebla que solía acumularse sobre el pequeño estanque del jardín, en el que tantas tardes de veranos había jugado bajo la atenta mirada de su madre. Era una noche bonita, de esas que invitan a caminar descalzo dejando que la hierba haga cosquillas en los pies y que la brisa revuelva el cabello como un susurro celestial.

Siempre había sido una persona fuerte, pero definitivamente aquel ente divino al que algunas personas decidían nombrarlo como Dios, parecía querer poner a prueba una vez más aquella fortaleza con la que a ojos de sus conocidos había sido bendecida. Inspiró profundamente dejando que sus pulmones se llenasen con el delicado perfume del azahar que Cara; su dama de compañía, se había encargado de plantar en el pequeño balcón que la seguía conectado con la vida real.

Acomodó uno de los castaños mechones que habían escapado de la trenza que recogía su cabello tras la oreja antes de pasar la página del libro que últimamente le robaba demasiadas horas de sueño. Amaba estudiar, amaba como las palabras cobraban sentido en su cabeza con cada página que avanzaba y como su estómago cosquilleaba cuándo su padre usaba términos que le resultaban familiares.

A diferencia de Harry, a ella nunca le habían dado la posibilidad de estudiar, es decir, Gemma había sido perfectamente educada para ser una omega de provecho, digna de regocijarse del poder de su futuro marido con la alta sociedad y de ser una madre ejemplar. Había recibido innumerable clases de costura, protocolo y escritura, pero no sabía nada de la vida, no conocía lo verdaderamente interesante que podía ofrecerle el mundo. Por eso, había decidido hacía un par de años atrás, comenzar a tomar prestados algunos libros de la biblioteca central para aprender por su cuenta sobre mercantilismo, geografía o cálculo.

El crujido de la madera en la oscuridad hizo que como acto reflejo colocase el libro en el que estaba enfrascada bajo las faldas de su camisón de encaje favorito. Si alguien se enteraba de que había robado aquel libro, teniendo en cuenta que tenía la entrada prohibida a aquel lugar, tendría serios problemas.

Con la mirada ansiosa fijamente clavada sobre la puerta de entrada a sus aposentos, logró reconocer rápidamente una cabellera rubia revuelta y unos brillantes astros celestes iluminados en la parcial oscuridad del umbral de la puerta. Las comisuras de sus labios se elevaron a la vez que se impulsaba sobre sus brazos para ponerse en pie, olvidando por completo el libro que minutos antes captaba todas sus atenciones.

Una bonita sonrisa se dibujó en el rostro de Niall en respuesta. El joven beta tenía un aspecto cansado, con violáceos surcos bajos sus ojos y una leve y descuidada barba dorada que lo hacía parecer bastante mayor de lo que realmente era.

Tropezando con sus propias faldas no dudó en correr hacia el beta, dejándose caer sobre sus fuertes brazos confiando ciegamente en que este la tomaría dulcemente como siempre hacía. Niall siempre estaba ahí para sostenerla, daba igual cuándo fuera.

Con la nariz encajada sobre la parte más sensible de su cuello tomó aire con la intención de robar todo lo posible de aquel dulce perfume que se había convertido en su somnífero favorito. Algodón y un sutil toque de menta, esa era la más cercana definición que Gemma había conseguido dar a aquel perfume característico del chico.

"Presiento que alguien me ha echado de menos" la vibración en su la nuez del chico debido a una genuina carcajada le hizo cosquillas en la mejilla. Niall dejó un suave beso sobre sus cabellos antes de apartarla un poco para poder mirarla a los ojos. "¿Cómo estás?

La energía que emanaba el rubio pareció desvanecerse por completo cuándo el brillo en sus ojos se apagó y sus labios se fruncieron sin gracia alguna.

PECADOS CAPITALESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora