La sonrisa más malvada

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[Capítulo 7]


{Abby}

No preví lo que sucedió a continuación, ni en mis sueños más locos esperé a que Dasher hiciera lo que hizo y al no estar preparada su acto me dejó sin palabras y respirando como si acabara de correr una maratón, pues me tomó de la cintura y en un santiamén me sentó sobre el escritorio haciendo que tirara mi copa al suelo, se metió entre mis piernas y me cogió entre la garganta y la barbilla para que lo viera a los ojos.

—No sé por qué estás tan segura de que te deseo, Abigail, pero pobre de ti. Sigues alucinando como en los viejos tiempos —aseguró y como la maldita que era envolví las piernas en su cintura y lo presioné contra mí.

Fue inevitable y gemí al sentir su dureza en mi sexo, él gruñó y eso logró que mi ardor incrementara. Esa actitud cabrona que tenía siempre conmigo es lo que me hacía tentarlo y en ese instante comprendí que ya no se trataba solo de deseo como antes, en ese momento era más la necesidad de que aceptara que, aunque nada fuese a pasar entre ambos, no era tan reacio a mí como lo aparentaba.

—Y como en los viejos tiempos, tu polla sigue contradiciéndote —me burlé y mordí su labio sin hacer contacto con los míos.

—El sexo es una necesidad fisiológica y es obvio que mi verga va a responder de esa manera con una gata en celo como tú —se defendió.

Y más que ofenderme, sus palabras me dieron risa porque el tono de su voz era oscuro, ronco, contenido y tenía comprobado que los hombres por muy machos que fueran no sabían contenerse incluso con personas que no les agradaban. Como él y yo por ejemplo.

—Aja, y tu perro interior no te deja razonar, ¿cierto? Ya que tienes la capacidad de alejarme y en lugar de eso me sigues cogiendo el cuello y me mantienes justo donde quiero estar —lo ataqué.

Y para comprobar mi punto llevé las manos a sus nalgas, lo presioné más a mí y me volví a restregar en él.

—Apártame de ti, maldito idiota con ínfulas de rey —lo reté y llevé una mano a su nuca para presionar mi frente a la suya—. Deja que esta gata se vaya con la ganas y se las quite solita pensando en ti —exigí a centímetros de su boca y luego respiré profundo en su cuello.

El pulso le iba a mil por hora y sabía que el mío le competía. Los dos nos estábamos haciendo pedazos, pero a diferencia de él, yo sabía el desenlace de ese encuentro: no me follaría, no lo permitiría porque prefería matarme sola y no darle el gusto de poseerme.

—¿Dónde dejaste a Abby? —preguntó con agonía y eso sirvió para que yo hiciera lo que él no podía.

Lo aparté de mí y me bajé del escritorio. Sabía bien que estaba preguntando por la niña miedosa que se encogía en su lugar cuando él le reprochaba algo, aquella que a pesar de todo tenía el valor de seguirle diciendo cuanto lo amaba y se iba con la cola entre las patas cada vez que él se burlaba de ella y la hacía sentir como una niña mimada queriendo cumplir a ley su capricho.

Abigail (Orgullo Blanco 5) +21Donde viven las historias. Descúbrelo ahora