Recluta.

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Una llamada sin contexto llegó a él, marcando un lugar y un horario. La voz calló, y nunca pudo comunicarse de nuevo con ese número. Era probable que se tratase de una trampa, quizás estaba poniéndose en peligro al asistir. Más, imaginaba que podían ser buenas noticias, esperaba que alguien con más poder le contactará.

Acarició el pelaje de su gata y el hocico de Ivadog, antes de salir del departamento. Envió un mensaje claro a Greco, la única persona de confianza que tenía: "Si en una hora no hay señales de mí, sucedió algo malo".

De entre todos los coches que tenían su pareja y él, eligió la todoterreno que solía ser de Ivanov y paso a manos de Conway. No pasaría desapercibido en la ciudad, pero el lugar al que iba estaba muy lejos de allí. Se aseguró de que el arma en su cinturón estuviese bien colocada, y que la navaja, que su padre le regalo, no se cayera de su bolsillo.

Mientras las luces de los edificios y casas menguaban más, Volkov desaceleraba poco a poco, con sus dudas en aumento. Greco le pidió que, al menos, dijese hacía donde iba. Le envió su posición actual, cuando apenas estaba a unos cuantos kilómetros del lugar. Se adentró en caminos de tierras más rápido de lo que supuso, los cuales no eran un problema para la Kamacho. Una casa abandonada a las orillas de una playa le esperaba, al final de un camino estrecho entre acantilados. Estacionó escondiendo el vehículo, y observó su alrededor. Hacía las turbias aguas, podía ver a alguien parado, fumando un cigarrillo.

Bajo de la camioneta, fingiendo un paso seguro, pero muy dudoso de lo que estaba haciendo. No había realmente nadie que le respaldará, estaba solo con un desconocido que podía tener el lugar entero custodiado. Entrando a la boca del lobo, con nada más que una pistola común, caminó directo a aquel hombre.

- Viktor Volkov, ¿Cierto? –interrogó una voz que le resulto demasiado conocida.

El hombre, a dos pasos frente a él, llevaba pasamontañas y un traje absolutamente negro. Escuchó pasos a su espalda; Viktor giró solo lo suficiente para notar a dos hombres más posicionarse a pocos metros de ellos. Algo le decía que había un francotirador vigilando que no hubiese traído ningún amigo.

- ¿Qué quieren?

- Me presento –dijo el desconocido, dándose la vuelta hacía él-. Agente Dunne, líder de la sede CNI Los Santos.

Extendió su mano hacía Volkov, y no pudo más que responder con respeto el saludo. Que fuese del CNI no le tranquilizaba, Conway le había remarcado muchas veces que no eran gente a tomar a la ligera, a ellos no les gustaban los problemas y desaparecían a cualquiera que lo fuese. Notó la cruz que colgaba de su cuello, por sobre la corbata, y trato de memorizar sus detalles por si algún día volvía a verla.

- Seré directo contigo, Volkov. Nuestro querido Jack es víctima de un pequeño complot para joderle la vida. Esa gente, que lo quiere arruinar, sabe cosas que nadie debería saber. Hemos tratado de investigar por donde se filtra su información personal, y llegamos a un camino sin salida: Tú.

Justo cuando esa última palabra sonó, el ruso presionó los puños. Por supuesto que no tenúia nada que ver, pero convencer a esta gente de lo contrario podía ser un desafio.

- Sería incapaz.

- Lo sabemos, Volkov –sonrió por debajo del pasamontañas-. Ese es el problema. La persona detrás de todo, está tratando de desviar la atención hacía ti, y probablemente también busque arruinarte.

- Entonces, ¿Harán algo?

- Ya estamos haciendo algo. Pero necesitamos de ti, Volkov. Si deseas sacar a Conway de su encierro, tenemos que descubrir quien está filtrando sus delitos más ocultos. Tengo a mis agentes, como ya lo habrás notado, pero necesito refuerzos.

- ¿Cuándo empezamos?

No necesitaba más información; ellos sacarían a Jack, a su manera, pero lo harían. Viktor no buscaba más justificativos para decir sí. La risa del desconocido sonó simpática.

- Por eso me caes tan bien.

Más tarde, cuando salió de allí, llamó a Greco. Era muy tarde en la madrugada, pero el comisario estaba despierto, esperando por una señal de vida de su compañero.

- Tenemos trabajo, Greco.





Cargaba consigo una figura de ajedrez, la Reina. No podía separarse de ella, y no dormiría sin ella. Su semblante altanero y seguro había quedado en un pasado, ahora su mirada recaía en el suelo y no estaba demasiado consciente de quien era en realidad. Su mente estaba tan confundida. Con sus dos manos abrazaba a la Reina, y la mantenía cerca de su corazón, acurrucado.

Lágrimas y gotas de sangre se deslizaban por su rostro. Dolía, pero no podía quejarse con más que sollozos apagados. No sabía que era lo que había hecho mal, ni porqué aquel hombre le odiaba tanto.

Tiraron de su cabello, obligándole a mirar hacia arriba. Cerró los ojos instintivamente, esperando un golpe que no llegó.

- ¿Ves lo que pasa cuando te metes con quien no debes, Jacky? ¡¿Ves?!

Fue golpeado de nuevo en el rostro, empujándolo sobre su costado derecho. Se acurrucó contra el suelo, en un intento de preservar su vida. Quería que parara esta tortura de golpes e insultos, pero parecía que moriría allí.

- Hice una pregunta y quiero que la respondas como te enseñe –exigió el desconocido, pateando su costado y quitándole el aire por unos segundos.

Recuperó el aliento y susurro lo pedido.

- Si, Superintendente.

- ¡Más fuerte, Conway! –reiteró, levantándolo por los cabellos.

- ¡Si, Superintendente Walsh! ¡Por favor, pare!  

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