Copas.

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Chocó su copa con la de su compañero, y dio un trago rápido al Vodka. El ardor en su garganta no escocía tanto como la primera vez que probó la bebida, pero le daba ese impulso extraño de siempre. No solía venir al Tequila, porque todos sabían que este lugar solo juntaba mierda de la calle.

Sin embargo, esta vez Greco rompió su cerdito y le invitó una copa, lo cual era un espectáculo único. Debía de verse como un puto maniaco para que Rodríguez reaccionará así.

- ¿Hablaras mañana con el jefe? –interrogó el morocho.

- No lo sé –suspiró-. Si solo vamos a seguir peleando... no lo sé.

- Es que, quizás no ves esto así desde dentro de la tormenta; pero yo, como espectador, siento que ustedes dos son como gasolina y fuego –sopesó, jugando con el vaso en sus manos-. ¿Lo entiendes? Solo pueden explotar cuando están juntos.

- No era así antes.

- Ya, eso está claro. Pero después de lo que pasó con Ivanov.

- Lo sé –Cortó a media frase a su compañero-. Algo no está bien.

- Quizás solo están buscando alguien con quien descargar toda su frustración, y resulta que solo se tienen el uno al otro.

Esas palabras por parte de Greco le escocerían mucho más que el Vodka, manteniéndole despierto. Salió de su cama en medio de la madrugada, harto de intentar dormir. Con sus pies descalzos sobre el frio y liso suelo, y solo su pantalón pijama cubriéndole, camino hacia los ventanales que le revelaban la ciudad.

Si, podía ser cierto. Lo de Ivanov había marcado un antes y después muy claro, pero también había desequilibrado las cosas. Durante años fueron Conway, Volkov e Ivanov; siempre de la mano, riendo, disparando y cayendo juntos. Había un balance perfecto en ellos. Conway, perspicaz y líder por excelencia; Volkov, obediente y perfeccionista; e Ivanov, relajado y audaz. Pero ese trio se cayó y todo ardía en llamas, como Greco dijo.

Estampo su frente en el cristal, esperando que enfriará sus ideas de alguna forma. Estaba cansado, como si ya no pudiese volver a reponerse de esto. Miró a un costado y vio de lejos la foto tan especial en la pared. El Superintendente y sus comisarios frente a comisaria, con sus gafas oscuras y los brazos cruzados. Parecían la portada de una película mala, pero se habían divertido mucho haciéndola.

No creía que la gente que había hecho este desastre fuese consciente realmente de la persona a quien mataron. Dañar a Conway era tan solo un pequeño retazo; ellos habían destruido un equipo, una familia...

A veces, cuando despertaba de una pesadilla, caían en la fantasía de que nada de ello había pasado; o que al menos, podía evitarlo. Sin embargo, la realidad es que Conway, Gonetti e Ivanov habían ido a ese lugar, y el aroma a sangre se impregnó en el ambiente. No podía cambiarlo, no podía evitarlo... como tampoco podía hacer nada con esta relación rota entre Jack y él. 



El despertador sonó y Conway lo ignoró. Estaba despierto mucho antes de su hora habitual. Los papeles a su alrededor ocupaban toda la mesa del comedor, creando un extraño collage de información que recopilaba día a día. Dio un tragó a su café y masajeó el puente de su nariz.

Volvía a estancarse en un punto, por mucho que tirará del hilo no alcanzaba el final. Muchas veces se sentía tan animado cuando algo revelaba más porquería de la que imaginaba, pero esa noche no era una de sus favoritas. Tan solo tenía un par de nombres y lugares que encajaban en su rompecabezas, pero nada muy importante. Quitó la lapicera de su oreja y la tiró sobre la mesa. Junto todo el desorden y lo regresó a la caja fuerte tras la televisión, aparato que jamás encendió en todo lo que llevaba en ese departamento.

Si no daba vueltas las cosas y atrapaba a esos sujetos, ellos lo atraparían. Tomarían a Volkov y le volarían los sesos como hicieron con Ivanov, o aún peor. Entonces tendría que ver su mundo caer mucho más debajo de lo que pudo imaginar en sus peores días. Buscó entre sus contactos y presionó para llamar, había estado pensando en llamarle durante toda la noche.

- Greco.

- Dígame, jefe.

- ¿Cómo va todo? –fue directo con su cometido.

- Perfectamente. Nos quedamos un buen rato tomando, no habló de nada raro y lo lleve a casa. Verifique la zona, despejado. –informó el menor-. Pasé temprano, antes de que saliera el sol, para asegurarme de que nadie se pasó horas después. Nada.

- Bien. Mantente atento.

- Como diga, jefe. Nos vemos.

No acostumbraba a usar a Greco para este tipo de cosas, pero era su única carta esta vez. Volkov y él estaban peleados, la distancia era una debilidad. "Si entre hermanos se pelean, los devoran los de afuera", dicen. Solo quería protegerlo, y Rodríguez se mantendría tan cerca como él deseaba estar.

Tampoco es que ambos pudieran hacer mucho, tan solo revisar que nadie siguiera al peligris, que no tuvieran fichada su casa o alteraran sus autos. Pero al menos dormía un par de horas en paz, gracias a esa falsa ilusión de que tenía todo bajo control.

Cerró los ojos bajo la ducha, y todo su cuerpo agradeció eso. Estaba agotado, y deseaba dormir durante los próximos siglos hasta su muerte. Nació corriendo, vivía corriendo, como un maldito loco. En este momento solo podía correr más rápido, prepararse más, y superar los obstáculos que siempre se le presentaban.

Sus piernas, su mente, su alma... estaban agotadas; pero no podía detenerse. Anhelaba aquel día en que todo frenará de golpe y pudiera descansar.

Hoy no era ese día, tenía que cambiarse e ir a comisaria. Le esperaba el caos. 

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