10-5

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Un día más ajustó su corbata y oculto su triste mirada tras gafas opacas, observando su reflejo en el retrovisor. Bajó del patrulla que había tomado la noche anterior, y camino el mismo trayecto de siempre, de vuelta al trabajo. No había dormido pero el oscuro cristal ocultaría sus rojizos y cansados ojos. Se abría paso entre el tumulto de gente que esperaba ser atendida y les ignoró en cada reclamó, no estaba para gilipolleces.

Volkov bajaba las escaleras cuando él decidió subirlas hacia su oficina. No se miraron, no se hablaron. Sabía que su comisario le culpaba de la muerte de Ivanov tanto como él mismo lo hacía. Era la verdad. Detuvo su andar al llegar arriba, miró atrás y deseo poder arreglarlo todo. No era algo posible ni realista.

"¿Cómo se llamaba...? ¿Su amiguito ruso? ¿Valka? ¿Volkof?"

Las voces de esos sujetos sonaban de fondo, en medio de la sangre y los disparos estallando enfrente de su cara. Pesadillas que le atormentaban despierto o dormido. Habían prometido acabar con todo el cuerpo policial, pero Jack sabía que no lo harían, no era necesario. Ellos tenían claro que solo era preciso voltear las piezas claves para destrozarlo y ganar el juego en su contra.

Volkov era eso, la clave.

Se sentó en su silla, que siempre le esperaba pulcra y elegante. Quizás debía olvidarla. Había sopesado sus opciones y entre ellas, la venganza y la rendición resaltaban. Podía buscar y matar a esos tipos, poniendo en peligro a todo su equipo. O podía renunciar, dejar su puesto atrás y esperar en una cabaña en la playa, lejos de todo lo que conocía, a que vinieran a matarle. Su sola existencia implicaba una maldición para todo aquel que se le acercase demasiado, pero no podía evitar encariñarse con las personas que siempre estaban allí, a su lado, soportando las mil tempestades. Si el moría, ya no existirían razones para dañar a los suyos, pero nadie quería permitirle esta "salida de emergencias", ni siquiera sus muertos.

Y eso precisamente era lo que ellos deseaban, que se quemará la cabeza pensando en cómo salir del pequeño laberinto en el que le tenían atrapado. Seguía secuestrado de cierta forma, sin chances de escape.

Le dejaron muy claro que el siguiente sería Volkov. Debía protegerlo, fuese cual fuese su decisión. Pero su relación se había quebrado en algún punto, y sentía que ya no podía excusarse con tonterías para estar cerca del comisario ante cualquier amenaza. Podía pedir ayuda a sus agentes, pero todos ellos eran un blanco fácil, descartables. El único capaz de salir ileso de una guerra en su contra era él mismo, Jack Conway.

- ¿Señor? –le llamó por segunda vez Greco, logrando su atención al fin.

- ¿Qué pasa? –suspiró, mientras se encendía el tercer cigarrillo esta mañana.

- Logramos encontrar al sujeto que se nos escapó la otra noche, mientras usted no estaba.

De vuelta al trabajo, Jack.





Bajó su saludo, dio media vuelta y retomó el camino entre tumbas, devuelta a su patrulla. Había aprovechado unas diligencias por esa zona para visitar a su mejor amigo. En cuanto encendió la radio, sonó la voz de Leónidas informando de un robo y la sucedió la gruesa voz de su superior, asignando posiciones.

Quizás fuese su imaginación, pero había notado, desde su llegada al cuerpo, una mejoría en el todo del superintendente; como si cada día estuviese más animado y esperanzado. Todo ese cambio se perdió y Conway sonaba como el primer día, cuando se conocieron.

- Su deber, de ahora en más, es no tocarme las pelotas. – Había dicho a sus hombres, mientras hacía brillar su placa. – Si pueden evitar eso, quizás sean buenos policías.

Ni siquiera había dicho su nombre en aquel entonces, y ya los estaba insultando. Volkov no estaba muy seguro de él, a veces era furia y otras, calma aterradora. Y fue entonces que él sonrió. Lo recordaba como si fuese ayer.

Tenía un disparo en la pierna que dolía como el infierno y su máscara solo le cubría media cara. A su lado, Ivanov se sostenía un brazo quebrado y la sangre goteaba de su boca. Un zeta se estacionó a pocos metros; de él bajo Conway con su mejor cara de hastío. Creyeron que iba a reprenderlos cuando notaron que caminaba hacia donde estaban. Se detuvo frente a ellos, sin decir palabra. Se mordió los labios y miró a su alrededor, poniéndolos más nerviosos.

- ¿Cómo están? –dijo extrañamente calmado.

Fue una sorpresa aquella preguntan. Ivanov y Volkov se observaron las heridas y compartieron una mirada al final.

- Solo un rasguño, señor –dijeron al unísono, sonriendo divertidos.

Una sonrisa pequeña surgió en Conway, pero pronto rio con ganas. Era un sonido tan sincero y despreocupado, tan poco común en el Superintendente. No le conocía de antes, pero casi podía imaginar un Jack más joven, sin tantas cargas, sin tanto pasado, solo en esa sonrisa.

Había pasado demasiado desde aquel tiempo, pero Volkov aún recordaba el perfil de Conway, cuando iban hacia el hospital. Sonreía aún, casi imperceptible. Su rostro era paz absoluta, y tan solo por ese día, Conway era feliz.

Fue entonces que Volkov se sintió orgulloso de hacerlo feliz.

- Volkov, conmigo –ordenó el Súper, borroneando su recuerdo y devolviendolo a la realidad.

- 10-5

- ¿Qué?

- 10-5 –repitió.

- No es una pregunta, es una orden, gilipollas.

- 10-5 –volvió a decir, antes de apagar la radio.

Casi podía escuchar la sarta de insultos a su persona que Conway estaría gritando. No tenía ganas de verlo, mucho menos que le preguntase como estaba. Iría a hacer su trabajo, por supuesto, pero muy lejos de él.

Jack le había pedido que lo matará. Presenció y fue notificado de sus intentos de suicidio.

Victor no podía comprender esa mierda.  

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