Monstruos bajo la cama.

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Cada ascenso que el propio Conway había concedido, tenía su mérito. Desde el primer momento en que piso el suelo de esa comisaria, siendo el inseguro y aterrado hombre que era, tuvo claro que no dejaría que cualquier llegase a cubrir sus espaldas. Paso semanas observando a la malla, creando un perfil personal de cada uno de ellos; la manía de actuar como un agente se le iría con el tiempo.

Para ese entonces, Ivanov le pareció un idiota. Era incapaz de tomarse cualquier cosa con seriedad; pero entonces lo vio en acción, disparando y cubriendo. Cumplía ordenes al pie de la letra y parecía hacerlo todo de forma más que eficiente. No iba a negar que oculto su risa ante alguna broma estúpida del menor por orgullo.

Volkov era tan solo un oficial cuando le conoció, serio y apartado del resto. Pero su formación militar y la extrema obediencia se hicieron evidentes en cuanto le puso a hacer flexiones con el resto. Más aventajado en cuestiones de entrenamiento físico, pero su punto débil era el idioma. Acostumbrado a usar palabras poco comunes, Conway veía al ruso susurrarse con alguno de sus compañeros casi siempre, en busca de una traducción simple a lo que le decía.

Podía disparar, podía saberse un par de leyes y códigos policiales; pero Conway no era realmente un policía y jamás paso por la academia. La pregunta era, ¿Cómo redactas una denuncia? ¿Cómo abres un expediente? Delegar fue su solución, y Robert el perfecto oficinista. Pronto paso a tener control de todos los papeles, firmas y demás. Era extraño a veces, con un sentido del humor que le hacía preguntarse cómo es que llego tan lejos en la policía, pero al final del día, sabía centrarse en su trabajo.

Y llegó Greco Rodríguez, prácticamente días después de su ingreso. Respeto y bondad era todo en él, y le cayó mal. Conway y él eran polos opuestos, trabajando de maneras diferentes. Como un niño, se la puso difícil al chaval desde el inicio, cargándolo de trabajo y de restricciones. Greco no se quejó, aunque sabía refutar de la mejor forma cuando creía que no era justo el trato a alguien inferior.

El buen Greco, fue todo lo que Jack nunca supo ser. Y, quitando algunas ocasiones en que los roces se hicieron más feroces, aprendieron a adaptarse el uno al otro. Rodríguez se sumó a su pequeña tropa; sus soldados cubriendo su espalda y siendo su seguridad.

Los cuatro eran diferentes, pero había algo que les unía: la valentía. Caminando sin duda sobre brasas calientes, y rompiendo a puños muros enormes. Sus valientes soldados habían crecido bien.

Esa mañana, en busca del castaño, subió las escaleras hacia el lugar que más concurría. Y le encontró, pero no de la manera en que esperaba. Parado frente a la puerta que daba salida a la azotea, con su mano sobre el picaporte, Greco estaba estático. No podía ver su rostro desde su posición, pero presentía el miedo insano con el que le atacaban los recuerdos. Traumas por la caricia de la muerte.

Jack se adelantó; apartó la mano del otro y abrió la puerta. El menor respiró profundo cuando la brisa limpia de la mañana le golpeó. Tal como lo imaginó, Conway escuchó los pasos del otro seguirle, como el soldado que era.

Estiró su cuello, encendió un cigarro y le paso uno a Rodríguez.

- ¿Ya ves? No hay monstruos bajo la cama –dijo, exhalando el humo.

- Siempre me pasa –admitió Greco-, cada vez que regreso a un lugar, recuerdo cada sensación.

- Eso está bien. Te hace humano.

- Desde la primera vez que mate a alguien, sentí dudas de que tan humano era. Creí estar haciendo las cosas lo mejor posible, pero desde lo que pasó con Volkov, ya no siento seguridad en mis pasos –respiró profundo y le miró-. ¿Me estoy equivocando al seguir cerca de usted?

Una risita melancolica escapo de Conway ante esa pregunta; dio una calada y devolvió la mirada al comisario bajo gafas oscuras.

- Si pudiese, me alejaría de mí, Greco. Pero gente tan retorcida como yo, existimos para que policías buenos como tú no tengan que morir en vano. Mis manos están sucias de sangre que no puedo lavar, para que no haya otro como yo, cubierto de heridas de guerra que no son físicas; para que no exista un Volkov, sin una familia que le respalde; para que no exista un Greco que tenga que poner en balanza su cargo por un joven criminal –sonrió al cielo-. Mató para bajar las probabilidades de enterrarte antes que yo. Cuando acepte mi misión, por la sola idea de evitar otro Ivanov en mi malla, no me detuve.

- Entiendo su punto, pero lo veo injusto –y entonces, Rodríguez dijo algo que no previó-. Es injusto que haya tenido que vivir así por el resto.

Empatía en sus ojos, y el esfuerzo tan grande por comprender por qué los demás hacían lo que hacían; eso era Greco. Por primera vez en años de servicio, Conway le dio un par de golpecitos amistosos en la espalda al comisario, con una sonrisa en su rostro.

- Eres un buen chico, Greco.

- Jefe, cuando negó lo que me dijo en esta azotea, que un abrazo con un criminal no quitaban años de servicio; era mentira, ¿Cierto?

Jack apartó la mano que reposaba sobre el hombro del menor, y lo miró con extrañeza, tratando de recordar. Mordió sus labios buscando entender cuándo es que había negado esa frase, pero no había nada en su mente. De vez en vez, parecía que sus recuerdos buscaban unirse en una imagen más clara, y es cuando su cabeza dolía.

- ¿De qué hablas, Greco? Yo nunca te dije que no era cierto. 

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