El precio de vivir. - Parte 1.

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Escuchó su nombre en boca de los comisarios, y estuvo a punto de afirmar, pero calló. No tenía autorización de hablar con los detenidos, no podía explicarles que pasaría a continuación. Detrás de él, ingresaron dos uniformados más.

- Llévenselos –pidió, mientras apartaba la mirada lejos de Volkov y Greco.

Tampoco oyó a los policías quejarse, aunque obviamente estaban muy confundidos de lo que estaba pasando. No es como si tuvieran muchas opciones, los agentes estaban armados de pies a cabeza, y no había manera de huir vivo de las instalaciones más recónditas del CNI.

Al salir de la habitación espejada, se topó con Freddy apoyado contra la pared del pasilllo; la mirada que le dio era la que esperaba.

- ¿Estás seguro de esto?

- No –admitió, mientras sentía el temblor leve de sus manos.

- ¿Entonces? –interrogó Trucazo, volteando hacia la distancia, donde desaparecían las imágenes de los comisarios.

- ¿Crees que tengo otra opción?

- Puedo hacerlo por ti si quieres.

- Ella no va a permitirlo –sopesó la idea-. Solo asegúrate de pegarme un tiro en la sien, si dejó de escucharte.

- ¿Me lo pides como jefe, o como amigo?

- Como hermano, dispárame.

Sentía como el pasillo se venía sobre él, asfixiándole de alguna manera. Su mente le suplicaba que se detuviera, su corazón bestia desea sangre entre sus manos. Un dolor intenso en su cabeza llego para quedarse, y sabía que solo lo liberaría de una manera.

Su compañero ingreso a la sala de tortura antes que él, aún era consciente de él y deseaba aferrarse a esa sensación como nunca antes. Lo primero con lo que chocó en la sala, fue el celeste de los ojos de Volkov, dirigidos por completo a su persona. ¿Podía hacerle daño? ¿Era capaz de seguir con esto?

Dos sillas en el medio de la sala, una frente a la otra. La ropa había desaparecido en ambos y solo vestían boxers. Sus manos atrapadas en los reposabrazos no les permitirían defenderse, de la misma manera en que sus pies no les servirían para huir. La luz era más tenue allí, le recordaba un poco a aquellos tiempos en que ataviaba de camuflaje y su piel se sentía sucia siempre. Se acercó en silencio a la mesa empotrada en la pared del fondo, con la mayoría de sus juguetes sobre ella o a sus lados.

El clic, clic, clic, constante de Freddy presionando el mecanismo de una lapicera le mantenía centrado más de lo que imagino, aunque en otro momento le hubiese molestado muchísimo. Tomó sus guantes negros en el centro del plateado metal y se los colocó con delicadeza, como si eso fuese lo que le convertía en el horrible monstruo que trato de dejar atrás hace tiempo.

- ¿Qué es este lugar? –sea atrevió a preguntar el siempre osado Greco.

- Quien hace las preguntas aquí soy yo –dejó en claro el "topo"-.

No tendría la responsabilidad de un interrogatorio, debía concentrarse en sí mismo. Como un mago mostrando sus cartas sobre el rojo mantel de su show, Conway hizo bailar su mano sobre las "herramientas". Cerró su puño, sin optar por ninguna de ellas. En cambio, camino hacia su compañero, sacando un paquete de cigarros del bolsillo de su propio saco. Basto de entendimiento, Freddy colocó la llama de su mechero frente al cigarro en su boca.

- Esto es fácil, chupapollas –dijo Trucazo, tomando su lugar, apoyado contra la mesa a un lado de la puerta-. Van a soltar todo lo que saben, acerca de todas y cada una de las personas con las que se han cruzado alguna vez en sus putas vidas, ¿Bien?

- Ustedes lo saben todo de nosotros –objeto Volkov, manteniendo su mirada en Conway que regresaba a la mesa de trabajo-. Tienen acceso completo a comisaria.

- Almendra, si no vas a colaborar, podemos servirte los sesos de tu amigo "el barbas" para cenar. Quizá eso te despeje las dudas.

Ante el silencio, asumieron que ambos habían comprendido como continuarían con esto. Aunque Conway estaba más que seguro de que estarían sacando conclusiones erróneas de donde y por qué estaban aquí. Dio una segunda calada a su cigarro, trato de recordarle a su cerebro repetidas veces a quienes estaba lastimando, y comenzó.

La mano de Volkov clavo sus uñas en el reposabrazos cuando la brasa radiante hizo contacto en su piel. El ruso apretó los dientes, pero todos guardaron silencio ante ello. Jack busco un ápice de empatía, quizás algo de pena por el prójimo, dentro de su corazón. Sin embargo, se sentía anestesiado de todo sentimiento. Quizás fue entonces que empezó a alejarse del mundo real.

Se quitó las gafas oscuras y las dejó sobre la mesa, tomando un nuevo cigarrillo y regresando con Freddy en busca de fuego. Podía confiar en que su compañero le dejaría jugar con libertad por ahora, pero que pronto, él le tiraría de la correa para detener su instinto salvaje.

- Mientras antes hablen, antes acabaremos –prometió Trucazo a las víctimas-. Quiero irme temprano a casa.

Esta vez, se acercó a Greco con el cigarrillo en su boca. Exhaló el humo hacia el rostro del comisario y miró directo a sus ojos mientras apagaba su cigarro en el hombro del más joven.

- ¿Qué es esto? –dijo Rodríguez, cuando se apartó de él-. ¿Para quienes trabajan realmente? Si van a matarnos, pueden dejar de perder el puto tiempo porque no vamos a hablar.

- Pero no te asustes, chorbo. Esto tan solo es el calentamiento, los estamos poniendo al tanto de lo que pasará en las siguientes horas –explicó con tranquilidad-. Sigue existiendo la posibilidad de que salgan vivos de esta habitación.

Era irónico, ya que sacarlos vivos de allí era todo lo que Freddy y Jack querían, contrario a lo que parecía. Pero no podían cambiar sus maneras, por la cámara en la esquina de la sala, monitoreaba cada movimiento. Si flaqueaban, podían condenar a dos inocentes.

Conway blandeó una pequeña navaja, brillando en plata frente a sus ojos; y por primera vez en todo lo que llevaba en ese lugar, sonrió.

- Avanzaré poco a poco –dijo, casi en un susurro-. Más y más dolor con cada escalón que suba. Depende de ustedes que tan alto lleguemos.

Esa frase la repetía siempre, en cada tortura, en cada caza. Dejaba claro que lo que sufrían en ese instante, no sería peor que lo que vendría al acabar.

- Estoy listo –asintió Viktor.

Sus celestes aún seguían sobre él, pero se distrajeron un momento para compartir un secreto mensaje con Rodríguez. El castaño suspiro, y asintió. Eran buenos hombres, Conway lo sabía, pero el mundo en el que estaban enredados no iba a permitirles salir ilesos. Aquella voz de cordura que se encendía de vez en vez, como una bombilla cansada en la mente de Jack, continuaba repitiendo que podía sacarlos de aquí sin daños permanentes. Tendrían que ser fuertes, los cuatros dentro de esas paredes estrechas. 

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