Bien.

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Hacía mucho que la cabeza no le dolía tanto, hasta el punto de sentir sus oídos zumbar. Compro algunos analgésicos de camino a la comisaria y trago dos de una sola vez. Como cada mañana se dirigió a la armería luego de colocarse el chaleco, saludando a los agentes por radio en el camino.

- La ciudad está tranquila -aseguró Greco-, estamos todos en 10-33.

- ¿Volkov?

- Me dirijo a su posición, Conway. Acabo de finalizar un código 5.

- Bien.

Tomó sus armas reglamentarias y tuvo que detenerse con el tec-9, por el dolor punzante que atravesó su cabeza para luego desaparecer rápidamente.

- ¿Superintendente? –escuchó la gruesa voz de Torrente a sus espaldas, pero como si estuviese muy lejos de él-. ¿Está usted bien?

- Perfectamente. Aparta.

Guardó el arma y salió de allí. Volkov le esperaba en la puerta de comisaria con su mejor cara de preocupación al verle.

- ¿Está bien?

- Perfecto. Muévete que tengo que lavar el patrulla.

Con su auto lavado, el dolor opacado por la medicina y Volkov quitándole la responsabilidad de conducir, su día mejoró un poco. Quería ser Dios, quería ser un puto robot, pero tan solo era un hombre agotado por la vida. Sus horas de sueños se reducían a dormitar sobre la mesa del comedor, usando todos los papeles de su investigación como almohada. Había gastado la gasolina durante la noche dando vueltas al departamento de Volkov a veces, y haciendo negocios usando identidades diferentes. Esta no era su mejor semana, pero tampoco iba a ser la semana de aquel sujeto que le atosigaba.

La alerta de un robo les llegó y se encaminaron hacia allá. Notaba la mirada de su comisaria vigilarle de vez en vez, como si no se atreviese a volver a preguntarle cómo estaba. ¿Tan mal se veía?

- ¿Supe'? Está un poco pálido, ¿No? ¿No quiere un chuche? –curioseó Leónidas en cuanto le vio bajar del auto.

- ¡¿Pueden dejar de preguntarme si estoy bien?! ¡Estoy mejor que nunca, gilipollas!

Dejó atrás las caras de sorpresas de todos a su alrededor y se acercó a los ladrones para negociar. La AK en la espalda del supuesto negociador le dio la pauta, no querían un trato de ninguna manera. Apuró las cosas y se posicionó.

- Cuenta rápido que no tengo todo el día –desafió al atracador.

Las balas comenzaron a romper el aire luego de llegar a cero, y lo tenía todo controlado durante los primero diez minutos. Su visión de los atracadores se volvía borrosa cuando intentaba centrarla en ellos, el mundo le dio vueltas un par de veces y sintió esa caída estrepitosa de sus fuerzas. Ya no pudo sostenerse por mucho y cayó.

- ¡¿Conway?! –escuchó que le llamaban tanto por radio como a su lado, pero no podía responder.

Su cerebro enviaba órdenes que se quedaban a medio camino, quería ponerse de pie, pero no pasaría. Estaba justo frente a la puerta de la licorería, podía morir en cualquier segundo, pero su instinto de supervivencia no haría que su motricidad despertará. Alguien tiró de él y le apartó, la luz del local se apagó y sintió como se adentraba en la oscuridad de un callejón.

- ¿Está herido? –alguien pregunto, quizás Diego.

- No -confirmó Volkov, su voz sonaba muy cerca, podía ser que se encontrara entre sus brazos. -, no le dispararon. No sé qué tiene.

- Tienen un francotirador, no vamos a poder sacarlo de aquí hasta que acabemos con él –dijo Greco por radio.

Intentó hablar, decirles que se preocuparan por el atraco y le dejaran allí, pero las palabras simplemente no salían; ninguna parte de su cuerpo respondía.

- Diego, quédese con él –pidió Volkov.

- No, no, no –interrumpió Rodríguez-. Ya lo hirieron a usted, comisario. Que Diego le cubra.

El ruso renegó un poco de las ordenes de su compañero pero llegaron a un acuerdo, si las cosas se complicaban, podría suplir al alumno. Conway sintió su peso ser reacomodado y el perfume de Volkov llenando sus fosas.



El comisario pudo finalmente apoyar su espalda en la fria superficie de ladrillos. Había logrado sentar a Conway de lado y dejar que recostará la cabeza en su hombro. Podía escucharlo respirar suavemente, pero agradecía que al menos lo hiciese. La reglamentaría estaba en su mano libre, atenta a cualquier movimiento que pudiese significar un peligro. Estaban ocultos del franco y cualquier otro, en aquel rincón tras cajas y basura, pero no se fiaba.

Rodeó a Jack con su brazo y le mantuvo cerca, pero entonces sintió la punzada de dolor por primera vez en lo que llevaba herido. Una bala le había rozado el antebrazo y de allí, emanaba sangre que volvían el gris de su camisa a un color vino. Podía encargarse de eso luego, lo que le preocupa en este instante era saber porqué su superior estaba inconsciente.

Todos habían notado su palidez enseguida, la postura caída con la que caminaba, la voz ronca y cansada, y la oscura sombra bajo sus ojos, aunque usase gafas. Se conocía a sí mismo y Conway no era muy diferente, seguramente no había dormido en mucho. Tres semanas habían pasado desde lo de Ivanov, y Víctor aún tenía pesadillas; no podía imaginar lo que estaría viviendo alguien que pudo ver con suma claridad el último segundo de vida de su mejor amigo.

Conway seguía corriendo, dejando un camino de sangre tras él, pero no se detendría hasta que su cuerpo cayera. Esa noche había caído, y Volkov agradeció estar allí para apartarlo del peligro. Sabía que sentía toda esa sed de venganza, esa obsesión por remediar culpas que le ahogaban; pero Víctor no podía permitir que se matará en el proceso. Y eso era lo que más le enojaba de Jack, que no podía apreciarse a sí mismo.

Estaba acostumbrado al frio, pero no tardó en notar las manos congeladas del Superintendente.

- Dios, Conway –refunfuño-.

Cambio de mano su arma, y tomó la de Conway, presionándola en un intento de transferirle calor. El mayor suspiró contra su cuello y devolvió el gesto. Víctor sabía que no era consciente de ello, estaba completamente dormido. Sus signos eran normales, lo que solo confirmaban sus sospechas: Jack estaba agotado.

Tenía muchas ganas de despertarle a la fuerza y gritarle que era un maldito irresponsable de mierda, que no podía hacerle esto y que no estaba para aguantar sus niñadas. Sin embargo, solo le dejaría dormir. En cuanto todo terminara, le llevaría a casa y se aseguraría de obligarle a ir al hospital después.

Algún día podrían decirse todo lo que sentían, pero ese no era el momento. Nunca lo era. 

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