Malcriado.

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Eran tres idiotas jugando a ser malos, quienes se atrincheraron en la joyería. El Superintendente estaba negociando con tranquilidad, sabiendo que solo tenían de rehén al dueño y sería fácil de negociar con todo su equipo cubriendo el perímetro. Parecía un día común y corriente, más cotidiano de lo que esperaban.

Victor confirmo su posición a Greco, ya revisando el lugar con su francotirador. Los idiotas ni siquiera tenían un tirador apostado afuera. "El cielo estaba limpio". Así que Volkov se centró en su superior.

La situación, aunque pacifica, era importante y fue estúpido distraerse, pero solo fue un segundo. Había notado el raspón enorme en el costado derecho del rostro de Conway, a la altura de su mandíbula y desapareciendo por debajo de la camisa blanca. Se lo había hecho durante el secuestro, pero aún no había sanado. Volkov no se percató de él hasta ese momento, porque solo recordaba el rostro de Jack cubierto de sangre, sus ojos llorosos y aterrorizados, y sus pálidas manos temblando. No se dejó revidar por los médicos, pero Victor sabía que muy probablemente tenía más heridas bajo el traje.

Conway era del tipo de hombres que sigue en la carrera hasta que se desangra y su cuerpo desiste pero, mientras, continuará corriendo con mil heridas. Podía entenderlo, a él lo habían entrenado así también. Pero el dolor de Jack iba más allá de lo físico, y tampoco deseaba sanar eso en su corazón, solo intentaba obviarlo. No se atrevía a hablar de sus penas, o tan siquiera expresarlas de alguna forma. Era triste mirarle morir desde dentro.

Fue entonces que un movimiento llamo su atención y sus instintos despertaron, olvidando la carretera desviada de pensamientos que había seguido. No requirió de la térmica, tenía el ángulo perfecto del sujeto.

- ¡CONWAY, GRANADA! – Gritó al radio, como si la vida se le fuese en ello.

Intentó disparar al sujeto, pero se movía demasiado. Lanzaron la granada y casi fue capaz de escuchar su golpeteó al caer y revotar en la acera; muy cerca del Superintendente para su gusto. Jack reaccionó rápido, subiendo por el capo de la camioneta a sus espaldas y buscando cobertura. Greco logró ocultarse en la patrulla a su izquierda.

La explosión retumbó en sus oídos, pero Volkov ya estaba desmontando el franco para bajar de allí. Todo pasó tan lento en su cabeza, pero se trataron de segundos.

- ¿Conway? ¿Greco? –habló a la radio, mientras bajaba escaleras lo más rápido posible.

- ¡Vamos a entrar! –ordenó su compañero-. ¡Ahora!

- ¿Conway?

El silencio y la estática fueron el disparo de salida en una carrera en busca de respuestas. Corrió, dejando el francotirador cerca de un zeta y aceleró más liviano hacia la entrada de la joyería. Conway estaba boca abajo sobre la roca. Olvido los disparos de fondo mientras se concentraba en el pulso de Jack, no podía creer que le perdería de aquella forma.

- Quítame las manos de encima –le escuchó quejarse, mientras intentaba apoyarse en sus antebrazos.

- ¿Está bien?

- Mejor que nunca.

Su superior volteó, y su cara se volvió dolor absoluto. Volkov bajó la mirada hasta su pierna, notando la sangre salir a borbotones.

- Dame vendas –exigió Conway-. Ve con los demás, yo me encargo.

- No –sentenció, sin posibilidad de objeción-. Te vendaré yo e iras al hospital.

- ¿Por esta estupidez? Estas de coña.

- ¡No eres Schwarzeneger! ¡Iras al hospital como cualquier hijo de vecino!

- ¡¿Quién me va a obligar?! ¡¿Tú?!

- ¡Sí!

Llegaron al hospital, contra la voluntad del Superintendente, pero no era como si pudiese hacer mucho herido. Siempre tenían que pasar por estos shows cuando Conway tocaba el suelo blanco y liso del hospital, era casi como si fuese alérgico a él. Volkov bufó, sentándose en la silla de la sala de espera, mirando el techo; Jack no paraba de pelear con la doctora y decirle que no sabía con quién demonios estaba tratando. A veces se preguntaba porqué no se movía a otro ciudad, donde sus superiores no se comportaran como niños malcriados cada vez que ibas en contra de sus caprichos.

Un absoluto suplicio fue hacer que se quedará quieto mientras le curaban y pero más difícil, era soportar sus quejas todo el camino de vuelta a casa. Ahora el Super estaba el doble de enojado, y Volkov se aguantaba las ganas de empujarlo del auto y dejarlo en medio de la calle.

- ¿Reposo? –miró el papel firmado por su doctor, con hastió-. Cuando muera haré reposo. Llévame a la comisaria.

- Lo llevaré a su casa –repitió Volkov por enésima vez.

- Me mude.

- ¿Y no me dirás dónde? –la mirada de Conway se lo dijo todo-. Iremos a mi casa entonces.

Ahora tenía que soportar insultos bajo su propio techo, pero al menos tenía el vodka cerca. Luego de tomarse un trago fuerte, volvió a la sala con una taza de té, ya que Jack estaba medicado y no le daría alcohol.

Y esa misma medicina tiró abajo las defensas irrompibles de Conway. Se había dormido en el sofá, a medio acostar. Parecía venido de la guerra con las heridas y vendas con las que cargaba. Nunca se quejaría, nunca lo hacía y eso molestaba mucho al comisario desde hace tiempo. Ivanov una vez le dijo que Conway seguiría disparando contra sus enemigos aún con sus tripas en la mano, y sabía que era cierto. Ese día, su mejor amigo tambien dijo palabras que solo hoy se repetían en su cabeza. Ambos estaban en la parte izquierda de la comisaría, mirando al Superintendente reprender a los alumnos por una cagada más.

- ¿Y sabes que es lo peor de ese hijo de puta? –sonrió el moreno, dándole una calada a su cigarrillo.

- ¿Qué? –interrogó Volkov, con sinsera curiosidad.

- Que yo no dudaría en dar la vida por salvar la suya. –la seriedad en Alex le hizo tomar enserio sus palabras-. No sé cómo mierda logra eso en la gente.

Victor tampoco lo entendía. Colocó los pies del mayor sobre el mueble y saco una manta del closet para cubrirlo. El té tendría que tomárselo él.

Por la mañana, Conway ya no estaba. 

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