Vencido.

846 151 40
                                    

Tirados en el suelo, le abrazó con fuerza, conteniendo el dolor que estaba ahogando a Horacio. Lo oía gritar desesperado por hacer algo, desesperado por remediar lo imposible. Colocó su mano sobre los ojos del más joven, evitando que siguiera viendo aquello que dolía tanto.

- Tranquilo, respira –suplicó-. Estoy aquí, contigo, Horacio, tranquilo –susurró a su oído, una y otra vez.

Conway podía sentir las lágrimas ajenas escapar bajo su mano, el temblor del menor entre sus brazos y la forma en que se aferraba a su ropa, como un niño asustado. Miró hacía Volkov, quien ponía dos dedos sobre el cuello de Gustabo, espero su veredicto en silencio, sintiendo que todo sucedía en cámara lenta. La mirada gris chocó con la suya al final y Viktor negó suavemente.

- Tranquilo, tranquilo... -dijo más para sí que hacía Horacio-. No me iré.

Los EMS tuvieron que aplicar un tranquilizante a Horacio, ya que no podían parar su sistema de ninguna otra forma. Conway se quedó a su lado en todo momento, sosteniendo su mano hasta que cedió a la medicina y se durmió en un profundo sueño.

No tenían mucha idea de lo que había pasado en ese callejón, a un lado de comisaria; pero Jack comenzaba a hacer sus suposiciones. Una bala había atravesado el cerebro de Gustabo de abajo hacia arriba, matándolo en el acto. Había una pistola en el suelo, lejos de ambos. Y, cuando llegaron, Horacio trataba desesperadamente de darle primeros auxilios al rubio.

Aunque ahora pareciese dormir placido, Jack tenía claro que él jamás podría borrar el dolor de perder a alguien que había considerado un hermano, su única familia; mucho menos con sus manos manchadas de la sangre de dicha persona. Observó su semblante relajado y recordó la primera vez que se cruzó con él, ¿Qué tal si lo hubiese dejado allí? Horacio y Gustabo podrían seguir siendo dos gilipollas corriendo en una nueva ciudad, haciendo amigos extraños e intentando robar sin éxito. Pero ellos encontraron al Superintendente, y antes de odiarle, quisieron ser como él.

La historia se torció y Gustabo estaba en la morgue, mientras Horacio tenía químicos en su sangre tratando de apaciguar el shock de una muerte en su repertorio.

Las horas pasaron lento mientras la culpa de extendía rápido por su cuerpo una vez más. Sintió la presión ser devuelta en su mano suavemente, y Horacio abrió poco a poco los ojos. El menor observó a su alrededor, como intentando recordar donde estaba.

- No fue un sueño –dijo, mientras nuevas lagrimas recorrían el camino dejada por las antiguas-, ¿Verdad?

Conway no estuvo seguro de que decir en ese instante, por lo que se puso de pie y volvió a abrazarle.

- Fue un accidente –confesó Horacio entre sus brazos-, fue solo eso. Dijo que iba a matarlo y yo no quería.

- ¿A mí? ¿Iba a matarme a mí?

- Si –sollozó-, dijo que todo era culpa de usted. Pero eso no es cierto.

- ¿Y pelearon?

- Quise quitarle el arma, no quería...

- Está bien, Horacio –le tranquilizó, apartando sus lágrimas-, no es necesario que rememores todo eso. Estoy seguro de que él entenderá tus razones, donde sea que este.

Cuando pudo calmarlo, le llevó a ver a Gustabo por última vez, y que se despidiera como quería. Mientras esperaba fuera de la morgue, su comisarios y el subinspector se presentaron.

- No le acusaremos de asesinato, ¿Cierto? –interrogó Serjay.

- Yo me encargó de eso.

- Podemos realizar el entierro hoy mismo –esta vez habló Volkov.

- Hazlo.




La ceremonia se llevó a cabo con normalidad, el cura decía sus palabras, y los amigos lloraban una despedida inesperada. Mientras, Conway lo observaba todo desde la distancia. Volkov le ayudo a prender su cigarrillo y se apostó a su lado, como siempre.

En todo este tiempo, no había visto ninguna reacción real por parte de su superior, ni un solo gesto. Obviamente le vio preocupado por Horacio, pero nada referido a la muerte de alguien que significaba tantísimo para él. Pero le conocía mucho, costaba mucho pero podías aprender a leer bajo esa armadura que Conway se ponía. Sus hombros caídos y el tono bajo en su voz, así también como los brazos cruzados que denotaban su manera de apartarse del mundo.

Entonces esperó allí, en silencio, por una reacción más sincera por parte del mayor, si es que quería darla. Los presentes se despidieron uno a uno y poco a poco regresaron por donde habían venido. La noche oscura y fría se ceñía sobre ellos, y Jack parecía no sentir la temperatura descender en su cuerpo. Tan quieto como las estatuas de ángeles a su alrededor.

Horacio fue apartado de la tumba por sus amigos y llevado a casa, donde seguramente no le dejarían solo. Y aun cuando solo eran dos vivos en aquel cementerio, Conway continuo allí un rato más. Su fiel escolta no se marcharía tampoco.

No podía imaginar la cantidad de pensamientos que ahogarían su realidad, pero Volkov era solo un observador, sin la habilidad de evitar ese cause. Entonces, tan solo espero a que la conclusión más retorcida y cruel, acabará de matar a Jack; solo para sostenerle antes de que cayera al vacío.

Eran incalculables los cigarrillos que había fumado Conway, pero dejó el último a medias, apagándolo bajo la suela de su zapato. Acomodó su corbata y camino hacia la salida.

- Conway –le detuvo Vikto.

El nombrado se detuvo, a dos pasos de él, sin voltearse.

- Estoy aquí –fue todo lo que dijo el ruso, tan simples y fuertes palabras.

En el inmesurable vacio del cementerio, fue capaz de percibir como la respiración ajena perdía su ritmo natural. Jack se volteó hacía él. Podía notar como presionaba sus dientes e intentaba contenerse. Fue paciente, como le dijeron que debía, y espero a que el paso fuese dado.

Conway desapareció la distancia entre ellos, lento. Sin mirarle a los ojos, ni permitir que las gafas descubrieran sus secretos escondidos en pupilas; el morocho apoyo su frente en el espacio entre su hombro y su cuello. Era un gesto cansado, rendido; demostraba a Volkov todo aquello que no quería mostrarles al resto, que no resistiría una bala más.

No dijo más, envolvió al mayor entre sus brazos, tal como él lo había hecho con Horacio, dándole el apoyo que tanto necesitaba. Le atrajo tan solo un poco, lo suficiente para no incomodarle.

Aún no era conocedor de los miles de pensamientos en esa mente cansada, confundida y atormentada; pero hoy, Conway había confiado lo suficiente en él para decirle que se sentía... vencido.

The GameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora