Cigarrillos en el infierno.

729 142 39
                                    

Horacio iba al frente en el operativo, con su derecha cubierta por torrente y Palma abriéndose paso por la izquierda; Leonidas se encargaba de que nadie les sorprendiera por la espalda. Por detrás del recinto, se apresuraban Freddy y Greco a tomar posición.

- ¿Cómo vamos, Diego? –interrogó el comisario por radio.

- Ya nos cargamos a tres, quedan tres más y el líder.

- Tienes visión de alguno.

- Sí, pero si asomó me dan.

- ¿Avanzamos? –cortó Horacio- Estamos listos aquí.

Greco revisó el GPS, según había planeado, todos estaban en su lugar. Jugaba con fichas trucadas y baches en el tablero, pero solo tenían una oportunidad de salvar la partida completa. Guardó su celular, y miró atrás, donde Freddy esperaba su señal para avanzar hacia el interior; aprovechando la distracción que significarían los tres agentes en el frente.

Había perdido la confianza de sus compañeros un par de tardes atrás, y eso le quitó seguridad en sí mismo. Cada día creía que estaba haciéndolo mal de alguna forma. Pero no era el momento de pensar, no tenían tiempo de encontrar una alternativa segura. Tampoco había un superior en que cargar culpas. Toda la autoridad recaía sobre él, y los hombres que luchaban a su lado confiaban en él para este operativo.

- ¡Avancen! –dio la orden, y todo el mecanismo que se había silenciado por un momento, regreso a la marcha.






Roy tuvo los reflejos suficientes para esquivar los disparos de Freddy. Conway lo vio desaparecer entre los laberintos de cajas y los pasillos oscuros.

- ¡Desátame! –pidió al Trucazo, antes de que comenzara una carrera tras el prófugo.

- ¡Que puto impaciente eres, chorbo! –se quejó, mientras procedía a quitarle las esposas.

En cuanto escuchó el metal chocar contra el suelo, la adrenalina en su cuerpo subió de cero a cien. Tomó el arma de Freddy y corrió por el camino en que vio escapar a Roy. Los pasillos se volvían oscuros, y aumentaba la posibilidad de que él le tendiera una trampa. Sin embargo, encontró una salida escondida, desde una especie de sotano hacía la superficie. Un helicóptero levantaba la tierra del terreno, hélices cortando el aire.

Conway se detuvo a pocos metros de él, notando como despegaba sus patines de la tierra. Apunto, ajusto su puntería a la cabeza del piloto, y notó su mirar.

Aquellos ojos fríos y calculadores que conocía tan bien. "Fumaremos cigarrillos juntos en el infierno también, ¿Me lo prometes?" le había dicho una vez, y Jack juró que así sería. Siempre compartiendo la misma cajetilla, siempre encendiendo el cigarrillo con el mismo fuego. Ahora sentía que las brasas de años le quemaban por dentro. Su pulso impecable tembló, solo tenía que apretar el gatillo una vez, y todo acabaría.

Pero no pudo, y el arma cayó mientras el piloto apartaba su mirada hacia el horizonte y redirigía el helicóptero.

Las sirenas de ambulancias acercándose inundaron sus oídos, más las alarmadas voces de sus agentes atendiendo a los caídos y esposando a los delincuentes.

- No te lo crees hasta que lo ves con tus propios ojos –escuchó decir al Trucazo-. Y aún sigues sin creértelo.

- Siento que toda mi vida es una pesadilla de la que despertaré algún día.

- Nah... La vida en general es una pesadilla -sonrió el otro-. Y más te vale que sea la última vez que me quitas el arma de las manos.

Freddy tomó su AP, y la regresó a su pistolera.

- ¿Sabes salir de aquí sin que nos vean? –Interrogó- Me gustaría evitarme las venditas de florcitas en las rodillas.

- Me ofende mucho, muchísimo que dudes de mí –fingió un drama Fred-. Sígueme.

Una ducha, alguna cosa para evitar las infecciones de sus heridas y desinflamar zonas de su cuerpo, ropa nueva, y Conway estaba como nuevo. Freddy le había confirmado a Greco que estaba bien y que él se encargaría de llevarlo a casa como Jack quería. También le aseguraron que sus agentes habían sido atendidos de inmediato y no debía temer por el bienestar de ninguno. Desde entonces, se había sentado en el balcón, como obviando todo lo sucedido.

La idea en su cabeza de que nada había acabado aún no se quitaría. Volkov seguía en el centro del tablero, debatiéndose a partir de sus movimientos. Roy seguía allí afuera, escondiéndose en las sombras, tan bien que eso se le daba. Era tan difícil para él asimilar que su mejor amigo era el monstruo de sus pesadillas; no encontraba lógica en ello por mucho que intentara apartar sus sentimientos.

Ivadog se sentó a su lado, como un silencioso apoyo, mirando hacía la brillante ciudad. Le acarició, tratando de que sus manos se distrajeran en la suavidad del pelaje y olvidaran el dolor de todo su cuerpo. Los ojos claros del perro se centraron en él y esperaron.

- Lo sé –susurró-, ya no hay secretos. Esconderse es tonto.

Expulsó el humo de su cigarrillo al viento. Había enfrentado tantas guerras en esta vida y, de repente, se sentía incapaz de disparar una bala, de correr hacía el fuego...

Si una vez, luego de la muerte de Ivanov, imaginó cuanto le odiaría Volkov por ello; ahora era incapaz de medir tal odio. Era cierto lo que Roy dijo, no entregaría a Volkov por la malla entera. Su sentimiento era tan egoísta, por primera vez en mucho tiempo, volvía a ser egoísta y se aferraba a algo que quería de verdad.

Era tan egoísta de su parte pretender que Viktor no saliera de su vida, era tan egoísta preferir su propia muerte. Había procurado mantener su relación en la profesionalidad, pero la vida es imposible de encasillar y todo estaba desbordando de repente. Volkov lo sabía todo, y esto le quemaría por dentro el resto de su existencia, como si él tuviese alguna culpa de la forma insana en que Jack le amaba.

Su celular sonó y encendió la pantalla, sin animos de desbloquearla.

Volkov: "¿Se encuentra bien?"

- No, no me encuentro bien... -respondió a la nada, volviendo la pantalla oscura una vez más- porque tengo que alejarme de ti para siempre. 

The GameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora