Palabras vacías.

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El fiel soldado seguía allí, firme; pero ya no miraba a los ojos de su superior.

La distancia se hizo más grande día a día, como si ninguno de los dos existiera realmente para el otro. Patrullaban en el mismo auto, pero las conversaciones no salían de lo profesional. El silencio era más un refugio que algo incómodo. Prometió no volver a alejarse de Conway, y no lo haría, pero no parecía estar en sus manos la decisión.

A veces su mente se alejaba de la realidad, sopesando la enorme ola que tiro al suelo su castillo de arena desde la muerte de su compañero. Intentaron proteger lo poco que quedaba de él, pero fue imposible. Ahora estaban allí, sintiéndose como extraños otra vez, esperando que las heridas se cerraran sin esfuerzo alguno.

Y quizás ese era el mayor de los problemas, que nadie estaba esforzándose por solucionar nada. Conway no quería reparar esto que siempre quiso así, y Volkov se sentía demasiado contrariado en sus sentimientos como para poder luchar.

Estaban dejando que todo se hundiera, hasta que no quedará nada que salvar.

No iba negar que existían las noches en que no podía cerrar los ojos, viendo la luz de luna que se colaba por la ventana. Hacer nada tampoco era sencillo. Quería volver a bromear, a escucharle quejarse de que el auto estaba sucio, a molestarlo por cualquier cosa. Pero también deseaba escuchar la risa de Ivanov una vez más, y lo único que lograba, era traer la culpa de su muerte de nuevo. Eran pensamientos que le atormentaban, como si dos partes de sí se disputaran.

Los días le agotaban más que nunca, la energía se iba en silencios y miradas evitadas.

- Hablar nunca fue su virtud, pero es la única solución, Volkov –le había dicho Greco, mientras se tomaban un café.

- Explotaremos, ya nos conoce, Greco.

- Pero al menos no quedará en el olvido.

Fue allí cuando se dio cuenta de que no era solo rencor, también había miedo. Tenía miedo de arruinarlo, de acabar hasta con los recuerdos que existían de ellos. Quizás su única oportunidad, era también su fin.

Tecleaba rápido el informe que necesitaba hacer, pero se detuvo en seco. Su mente en blanco mirando una pantalla llena de palabras vacías. Sus manos se movieron solas por el teclado, presionando teclas que su subconsciente pedía. "T";"E";"N";"E";"C";"E"...

- Volkov –interrumpió su superior, tirando una carpeta a su lado en el escritorio-, guarda eso cuando acabes. Tengo que hacer una diligencia, ya me voy.

- 10-4

- Recuerda sacar al idiota de la segunda celda.

- 10-4

Borró las letras anteriormente escritas, borrándolas también de su boca que deseaba pronunciarlas, y regresó a la redacción del informe. Vacías, vacías palabras de nuevo. Imprimió su trabajo, lo en la carpeta correspondiente y guardo todo en su lugar.

A esas horas, la comisaria estaba bastante tranquila. Bajo las escaleras y se encontró en el pasillo con Greco.

- ¿Ya te vas?

- Sí, tengo trabajo que hacer en casa –explicó.

- Bien. Descansa.

Rodríguez había notado desde hace días su humor, sabía la causa y le había dado la solución más obvia. Él también tenía cosas que decir y callaba, para no seguir molestando a Volkov con lo mismo. Le vio apartarse con el resto de agentes, quienes traían comida para todos.

- Comisario, ¿No se queda a comer? –ofreció uno de ellos.

- No, gracias. Será la próxima vez.

Se cambió en la soledad de los vestuarios. Su mirada se perdió en el casillero de Conway, con sus cosas de nuevo en él. Había uno que seguiría vacío por siempre, pero había logrado llenar el otro. Había logrado algo, pequeño pero relevante.

Se colocó la chaqueta de siempre, los lentes oscuros y camino fuera. Había olvidado que no trajo su auto, este estaba en el taller por un ruido que no predecía nada bueno. Tendría que tomar un taxi, de la misma forma en que había llegado a comisaría temprano.

Caminaría hacía garaje central, donde seguro encontraría alguno. El aire frio en el rostro, los sonidos de la nocturna ciudad, le hicieron muy bien; tal como un receso de sus propios pensamientos.

Un auto negro polarizado desacelero por la esquina, acercándose a él. Memorias de su intento de secuestro le hicieron temer por un momento. El automóvil se detuvo a su altura, y la ventanilla bajo.

- Sube, te llevo –dijo Conway, detrás de gafas oscuras.

Obedeció, sin dudar. El ambiente cálido dentro choco con su rostro frio. La música de la radio sonaba baja, y Jack tamborileaba la canción sobre el volante. Estaba vestido de pantalón militar, botas de la misma naturaleza y una camiseta de tirantes. Entonces, notó la mejilla morada y los rasguños en el hombro derecho.

- ¿Está bien?

- Perfectamente.

- Lo acabo de ver hace pocas horas y no se veía así –refutó el comisario.

- Volkov –el mayor presionó sus labios, como si estuviese harto-, no preguntes.

Viktor desvió su mirada hacia la ventana. Secretos, de eso se trataba todo y volvían a lo mismo. Ahora era claro que no significaba desconfianza; pero seguía siendo molesto. Su celular sonó, y aun teniendo la posibilidad del manos-libres del auto, Conway prefirió llevar el teléfono a su oído.

- Dime. Positivo. Mañana, excelente. Pásate por casa y encárgate –un silencio, y la voz incomprensible del otro sujeto-. Si, ya sabes.

Se supone que la gran investigación que Conway estaba llevando a cabo tenía que ver con Roy y su mafia; pero al parecer, las cosas no acababan allí. Su superior cortó la llamada, dejó el teléfono a un lado y continuó con la mirada al frente.

- Sé lo que estás pensando –dijo luego de unos minutos-, pero no puedo decirte.

- Entiendo, y no exijo que lo haga. No soy nadie especial para entrometerme en sus cosas –habló, automático.

El rojo del semáforo detuvo su avance. Conway volteó hacía él.

- No es algo que yo decida. Las únicas cosas que he hecho por mi cuenta, fueron... -inhaló- por ti.

- ¿Está diciendo que soy culpable?

- No, eres víctima de mis decisiones.

Jack aceleró luego de recibir el verde. Freno despacio, hasta detenerse frente al edificio de Volkov.

- Mantente al margen, Volkov. Esta vez, te lo pido por favor, ya no es una orden.

Bajó del auto, sin responder a esa suplica. Existian monstruos, nunca dejarían de aparecer; Conway le protegía de eso, pero no se sentía útil después de todo. Parado en la puerta de entrada, miró atrás. Tenía algo de desinflamatorio para los golpes en su rostro y café de su favorito; pero Jack se había marchado.

No estaban haciendo nada, y ya no soportaba vivir en mundos paralelos. 

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