Acepta.

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Tan solo a una semana del incidente, parecía que todos lo habían olvidado. Una placa diferente colgaba de su cuello y un hombre del ayuntamiento decía palabras prescritas, repetidas, y vacías para felicitarle por su nuevo puesto. Un pequeño público presenciaba todo aquel show enfrente de comisaria. Sus hombres, formados a un lado, sonreían o dejaban su vista vagar por el lugar; sin darle mucha importancia a nada.

- ...es un enorme placer, Superintendente Viktor Volkov –acabó el discurso-. ¿Desea decir algo?

Sabía que lo correcto era dar un agradecimiento protocolar por algo que se había ganado por la desaparición de su superior, pero de su boca tampoco podían salir esas mentiras. Negó suavemente y alentó para que todo acabará rápido.

Las personas se disiparon poco a poco, aunque escuchó a alguno que otro decir que sería genial que hiciesen una fiesta en celebración, solo por conseguir alcohol gratis y un ambiente ideal para conseguir mujeres. Para Volkov no había nada que festejar, este no era un buen día.

Alguien golpeó su espalda y sonrió falsamente por instinto, adentrándose en la comisaria.

- Felicidades, campeón –rio Greco-. Esta noche nos vamos a festejar con los chicos y...

- No, gracias, paso.

Dejó atrás al comisario y giró hacía su derecha, encaminándose a su nueva oficina. Conocía muy bien el camino, pero estaba acostumbrado a que alguien más le guiará, caminando dos pasos por delante de él. Muy pocas veces había entrado a ese despacho solo, muy pocas veces tuvo la oportunidad de sentarse allí.

Se acomodó en aquel amplió sillón y lo acercó al escritorio. Las cosas de Conway habían sido retiradas, a su pesar, y todo se veía bastante vacío. Una vez Horacio y Gustabo le dijeron que ese era su lugar, y había sonado bien en aquella situación. Pero con el pasar de los días, la idea de descartar al Superintendente Conway le comenzó a disgustar mucho.

Aceptar este puesto fue aceptar que su adiós era un para siempre; pero su corazón aun no quería creerlo. Alineo la corbata negra con su camisa blanca y deseo escuchar esa voz profunda, diciéndole que se quitara eso. A su mente regresaron recuerdos de cuando Ivanov y él molestaban a Conway, vistiéndose como él; para luego correr por sus vidas. Era divertido, un momento donde dejaban el trabajo y solo eran amigos.

Probablemente, si siguiese con vida, su mejor amigo le aplaudiría y festejaría, como lo hacía Greco. Sabría cómo despejar toda aquella amargura que sentía ahora. Alex se había ido, Conway también, y su amistad con Greco apenas estaba en sus cimientos. Podía decirse que estaba solo.

Aunque años pasaran, esa oficina no dejaría de ser un cumulo de recuerdos. Procuraría visitarla contadas veces.

Encendió la radio de camino a los vestuarios, para colocarse el chaleco. Sus agentes no habían notado realmente el cambio, era un día más, una semana más, un Superintendente más.

Greco se paró a su lado, y le comentó sobre un operativo. Pero sus oídos le ignoraron para prestar atención a los susurros lejanos.

- ...al menos, este súper parece más cuerdo que el otro –comentó uno de los oficiales.

Actuó por impulso, los frenos que tenía antes se desactivaron. A paso largo se acercó a aquel sujeto, lo tomo por la camisa de policía y estampo su cuerpo contra los casilleros. Dos metros de un ruso furioso hicieron temblar al menor y abrir grande sus ojos.

- ¡Repite esa mierda!

- S-señor... lo siento, yo no...

- ¡Cierra la puta boca! ¡No vuelvas a hablar del Superintendente Conway en tu puta vida de mierda!

- Volkov, relájate –escuchó a Greco a sus espaldas-. Suelta al chaval. Es gilipollas, pero que se le puede hacer.

Empujó al muchacho e hizo que cayese sentado sobre el banco de madera.

- A la próxima, cualquiera de ustedes, esta fuera del cuerpo –amenazó, dejando el lugar en un silencio sepulcral-. ¡¿Entendido?!

- ¡10-4!

En su mente, aun había un Superintendente Conway, y él seguía siendo su fiel comisario, siguiéndole a todas partes y arreglando todos sus problemas. Era como papeles que estaban adecuados a cada uno, y nadie podía salir de ellos.

Pero, pronto se encontró sin guion, parado frente a comisaria, sintiéndose un alumno que no comprendía como sacar un zeta del garaje sin chocarse. ¿Qué proseguía?

- Es tiempo de cumplir el fusilamiento de Armando Grúas y John Walker–sugirió Rodríguez-, ¿Quieres que organice la malla?

Asintió, esperando a que el otro se encaminará hacia el patrulla y así poder seguirle.





- ¡Puta madre! ¡Chupapollas de mierda! – gritó Freddy, mientras tiraba el arma sobre la mesa, sin preocuparse por si esta se disparaba.

Estaban en su pequeño bunker, recien llegados del exterior. Cubierto de arena del puto desierto y descartando otro hilo del que habían tirado.

- Sera la próxima, relájate –dijo Conway, quitándose la sudadera de incognito que tanto odiaba.

- Es que siempre estamos cerca, y nada –se quejó-. Es una puta rata.

- No puede esconderse para siempre y no saldrá de la ciudad porque sabe que yo sigo aquí aun.

Las paredes del recinto estaban empapeladas con evidencia de todo tipo, pero siempre estaban un paso atrás de Roy. Freddy se lo había tomado personal luego de que el tipo le disparara, obligándolo a vivir con una cicatriz en su perfecto abdomen para siempre.

- JM me dijo que hoy ascendieron a tu ruso –comentó Fred, sacando una cajetilla y ofreciéndole cigarrillos.

- Lo hará bien.

- Da igual, ya no estas para echarle la bronca –rio el Trucazo.

Conway estaba a punto de reír, pero el mensaje en su teléfono hizo que olvidará la diversion.

"Le queda bien el blanco, pero no parece tan feliz sin ti. Si quieres, puedo felicitarlo de tu parte...

-Tu querido amigo, Roy"

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