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Asentí levemente y nuevamente salió de la habitación, ahora dando un portazo ¿Qué había sido eso?

Toqué mi labio, dolía bastante, pero al menos no sangraba. No es normal ponerse así por solamente por acercarme allí a no ser que escondiera algo. Miré discretamente en dirección a la caseta, decidiendo si ir o no. Por un lado, podría ser que encontrara algo. Por el otro, si me encontraba otra vez ahí, no sé si se quedaría solo en una bofetada. Bueno, tampoco soy delicado, podré aguantar. Volví sobre mis pasos y abrí la puerta, pero al segundo la cerré al escuchar el sonido de la puerta y me giré. Suspiré al ver que estaba dándome la espalda. Mi corazón latía a mil por hora.

— Ven aquí. — Tragué y caminé hasta estar frente a él. — Toma.

Me puso un bote pequeño en la mano y lo miré. — ¿Para qué es esto?

— Estoy casi seguro de que eres virgen.

Fruncí el ceño, pero no pude evitar que el sonrojo que noté extendiéndose por mi cara y jugué con el bote girándolo entre mis manos.

— Y estoy seguro de que solo has experimentado lo que te han hecho antes por ti mismo y en tu época de celo, por lo que estabas preparado de sobra. Eso calmará el dolor. Póntelo.

— No lo quiero.

— He dicho que te lo pongas. Perderé fama si un producto no llega en perfectas condiciones.

— Que te jodan.

Dejé caer el bote y me fui al jardín.

— ¿Prefieres que te lo ponga yo?

— Eso sería peor. No quiero que alguien como tú me toque.

— Entonces más razones para hacerlo.

Me tomo del cuello de la camiseta y retrocedí involuntariamente hasta casi caer al suelo.

— Espera, ¡ya te dije que no quiero! — Me arrastraba en dirección a la cama mientras intentaba con todas mis fuerzas clavar mis talones en el suelo e intentar que me soltara.

— No te quiero hacer daño, así que quédate quieto.

— ¡¿Cómo que no me quieres hacer daño si ya me has pegado?!

— Tengo otra forma de hacerte daño y si te comportas no tengo por qué llegar a ella. — De nuevo noté el metal rodeando una de mis muñecas y sus manos en mi cintura, impulsándome hasta ponerme en la cama.

— ¡Déjame ya! ¡Lo haré yo solo!

— No. — Tiró de mi brazo y vi cómo enganchaba el otro extremo de las esposas al cabecero.

— ¡Para! Lo haré yo, así que no me toques. — Moví las piernas debajo de él como un loco, pero al momento descubrí para qué servía la cremallera del pantalón. Hijo de puta. — ¿Es un buen método, verdad? Por mucho que te resistas no servirá de nada.

Bajó la cremallera y quedé completamente expuesto. — Ahora que te veo, no debí darte unos calzoncillos. Únicamente complican las cosas. — De un tirón desgarró los calzoncillos y los tiró a un lado. — Así mucho mejor, ¿verdad?

—... Púdrete.

Levantó mis piernas y las dejó a cada lado de su cadera.

— Si las mueves te las rompo.

No las moví, pero con mi mano libre intenté una y otra vez darle algún golpe, pero ninguno le llegaba.

— Levanta la cadera.

— No

— Si no lo haces por las buenas, tendrá que ser por las malas. Levanta la cadera. — Le miré con el ceño fruncido y apretando los dientes, levanté la cadera. — Bien.

Un omega diferente [L.S]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora