27. Explicaciones

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La princesa de Otoño se encontraba inquieta. Caminaba de un lado a otro de la estancia. Había repetido ese recorrido tantas veces que sus pies parecían habérselo aprendido de memoria.

—Papá.

Se dirigió al rey apenas este hizo acto de presencia. Un sentimiento angustioso le secaba la garganta. Las palabras se le quedaron atascadas al ver en su padre la más severa expresión que no le había visto nunca.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó angustiada.

—No debes preocuparte. Ese saco de granizo está donde merece estar —gruñó el rey de Otoño.

—Pero él no me hizo nada, papá —aclaró la chica.

Recibió una mirada incrédula como respuesta.

—¡Quiso secuestrarte, Kya! —bramó el rey Óscar.

Kya guardó silencio durante unos minutos.

—¿Dónde lo tienen? —cuestionó.

Su padre frunció el entrecejo.

—¿Para qué quieres saberlo?

—Es que... —Kya dudó por unos instantes—. Me gustaría hablar con él.

—¡De ninguna manera!

El grito del rey de Otoño hizo eco en toda la estancia, alertando a un par de linces que reposaban por allí cerca en plena tranquilidad.

—Escuchame muy bien, Kya. Te prohíbo terminantemente acercartele.

Kya le sostuvo la mirada. Su padre nunca le había prohibido nada. Jamás le había hablado de esa forma tan tosca.

—Es demasiado peligroso y no quiero que te haga daño. ¿Lo entiendes, hija?

Kya asintió dándole la razón. Sin embargo, sus planes eran otros. Se dirigió a su habitación sin dejar de pensar y analizar dónde podrían haber llevado a Allan.

«Lo siento, papá. Pero no voy a quedarme de brazos cruzados» afirmó para sus adentros, llena de decisión.

 Pero no voy a quedarme de brazos cruzados» afirmó para sus adentros, llena de decisión

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—¿Que Allan hizo qué?

El grito de Naina retumbó en los oídos de Kya. Cerró los ojos por un minuto. Luego observó la preocupación reflejada en el rostro de sus amigos, a través de la pantalla.

—Definitivamente tiene que haber enloquecido —Ryan negó con la cabeza

Kya se llenó de culpa. Por su culpa lo habían capturado. Por intentar salvarla a ella.

—No se preocupen —les dijo después de un tiempo—. Lo encontraré cueste lo que cueste y lo pondré a salvo.

Con eso último cerró la llamada, dejando a los demás un poco desconcertados y sumamente ansiosos.

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