30. Arrancar una flor

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Los reyes de Primavera no cabían en tanta angustia. Hacía unas ocho horas su hija menor había sido cruelmente arrancada de su lado. Aún con todos los esfuerzos de los comandos especiales no lograban dar con su paradero. La princesa Asra había desaparecido sin dejar rastro.

—No lo entiendo. A los reinos del este no les convendría hacer algo como esto —meditó el rey de Primavera, caminando de un lado a otro sin poder estarse quieto ni un segundo.

—Tienes razón —la reina Liana se masajeó las sienes—. Hemos estado trabajando en el pacto de paz durante todos estos meses. ¿Por qué atacar ahora y no antes?

Piero negó con la cabeza.

—No fueron ellos. No les serviría de nada.

Agata observó a sus padres. Su madre llevaba el cabello revuelto, tan desordenado que en cualquier momento un ave lo confundiría con su nido. Jamás la había visto tan desarreglada. A su padre se le notaban unas feas ojeras bajo sus ojos color esmeralda, que le marchitaban el rostro.

—La encontraremos —les aseguró—. Asra estará con nosotros en poco tiempo. No perdamos la esperanza.

Una muchacha del servicio irrumpió en la habitación.

—Alteza, los invitados llegaron —informó.

Realizó una reverencia y se retiró.

—¿Invitados? —cuestionó la reina Liana frunciendo el entrecejo.

—Sí. Invité a mis amigos para que me ayudaran a investigar —explicó Agata—. Espero que no les moleste.

Los reyes se miraron entre sí, un poco dudosos. Después de algunos gestos entre ellos volvieron a ver a su hija.

—Adelante.

Agata sonrió ante esa confirmación por parte de su padre. Se dirigió por toda el ala norte del palacio hasta el segundo vestíbulo.

—Gracias por venir, chicos.

—De nada —le contestó Ryan.

Se dirigieron escaleras arriba.

—Kya me avisó que no podría venir porque...

—Tendrá una reunión con el parlamento —completó el príncipe de Invierno por ella.

Agata detuvo sus pasos para mirarlo, extrañada. Contuvo una sonrisa.

—Por lo que veo estás mejor informado que yo.

Allan se alzó de hombros. Continuaron caminando hasta llegar a una gran sala llena de libros.

—Comencemos por aquí. Este fue el último sitio donde vieron a Asra —les contó Agata—. Estaba tomando clases con su institutriz.

Se dispersaron un poco para mirarlo todo, en afán de encontrar alguna pista.

Sobre una de las mesas se encontraba un libro tirado abierto en una página al azar. Naina lo tomó para revisarlo. Parecía un compendio sobre historia, nada del otro mundo. Volvió a dejarlo en su sitio.

Observó al chico de cabello negro mirar un punto indefinido en la pared. Parecía un poco ido.

—¡Darian! ¿Te sientes bien? —le preguntó Naina.

Darian dejó de mirar ese punto entre dos de las estanterías.

—¿Qué? —preguntó saliendo del trance—. Oh, nada. Por un momento tuve una sensación extraña.

Naina arqueó una ceja, un poco confundida.

—La institutriz está inconsciente por lo que no se le ha podido interrogar aún —mencionó Agata volviendo sin haber encontrado nada.

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