Naina observaba a los adolescente humanos bailar con la melodía lenta que se reproducía por los equipos de música.—¿Te gustaría bailar? —le preguntó un chico moreno.
Naina se tensó ante la pregunta.
—Está conmigo —le indicó Ryan al humano en tono posesivo.
—Eso no significa que no pueda bailar con otro, hermano —replicó el muchacho con diversión.
—¡No soy tu herm...! —chistó el príncipe de Verano.
Naina lo detuvo poniendo su mano frente a su cuerpo.
—La respuesta es no —le indicó al moreno.
—Ya la escuchaste —Ryan le dedicó una mirada triunfal—. Largo
Naina rodó los ojos por su actitud. Poco después volvió a mirar hacia la pista de baile, perdida entre sus recuerdos.
—¿Estás bien? —consultó Ryan.
La rubia largó un suspiro.
—A veces me gustaría poder bailar pero el miedo es más fuerte —confesó recordando aquel incidente.
El hecho ocurrió cuando la princesa tenía cerca de diez años. El palacio gélido, como era conocido, contaba con una espléndida sala de baile. Adornada por cristales y hermosas esculturas de hielo. Todo el que tuvo oportunidad de ser invitado a una fiesta allí, podía testimoniar sobre su magestuosidad.
Naina tomaba su habitual clase de danza. En aquel entonces se hallaba más que emocionada. Su padre había permitido que Nieves, la hija de una familia noble a quien conoció durante un desfile, cuyo cabello hacía honor a su nombre, la acompañara.
En uno de los pasos de la danza típica del reino, en el que debían girar sobre sus pies al tiempo que se tomaban de la mano, el poder de fuerza de Naina se manifestó por primera vez.
Nieves terminó con el brazo izquierdo incapacitado y Naina con un gran trauma.
Sintiéndose sumamente culpable, evitó a la gente por casi tres meses. Solo se acercaba a los expertos del control de magia para que le impartieran alguna clase.
Cuando estuvo completamente segura de que no dañaría a nadie más, volvió a interactuar con su hermano, con su padre y con más personas.
Sin embargo, el baile era algo que no podía siquiera intentar. Le daba pavor que el caso de Nieves pudiera repetirse. Aunque fuese casi imposible ya que lo manejaba a la perfección, ese miedo no la abandonaba.
Después de bailar un par de veces. Darian se disculpó y se retiró un momento. Agata se dirigió a uno de los bancos que estaban dispuestos por el campo de fútbol para descansar las piernas.
Su humor era bueno. Se estaba divirtiendo mucho esa noche. Darian era una buena compañía.
—Oye, bonita —la llamaron.
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Staciony✓
FantasyEn un planeta dividido en cuatro reinos que se han estado matando entre sí durante años, los príncipes y princesas herederos se odian los unos a los otros desde la cuna. Cuando el equilibrio mágico se ve amenazado, los jóvenes deben dejar de lado su...