26. Oscuridad

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La familia real de Otoño estaba reunida para recibir a los invitados. El auto cruzó el gran portón y se acercó por el asfalto. Las ruedas se detuvieron justo frente a la entrada del palacio. Una mujer y una joven descendieron de él. Sus cabellos eran de un tono entre el rubio y el pelirrojo.

—Duquesa Farina, es un auténtico placer recibirlas —declaró el rey de Otoño.

La mujer sonrió.

—Yo debo agradecerte por alojarnos en tu residencia ahora que la guerra nos ha dejado sin un techo, querido Oscar. Tu generosidad ha tocado mi corazón —admitió, notándose conmovida.

—No hay ningún problema —respondió el rey—. Espero puedan llegar a sentirse tan cómodas como en su propia casa.

Le hizo una seña a los sirvientes para que se encargaran de llevarlas a sus habitaciones. La reina de Otoño las observó marcharse, su rostro estaba fruncido en un mal gesto.

—Sofía, querida. ¿Te ocurre algo? —se atrevió a cuestionarle el rey Oscar.

Lejos de contestarle, la reina Sofía alzó los vuelos de su falda para comenzar a caminar furiosa, lejos de su esposo.

—¿Cariño? ¿Qué es lo que le ocurre? —preguntó en tono bajo.

Kya rodó los ojos a su lado.

—Papá —se quejó, pellizcándose el puente de la nariz—. Invitaste a casa a su antigua rival, quien en su juventud intentó sacarla del camino para conseguir casarse contigo. ¿Tú qué crees que le ocurra?

—No tenía opción —argumentó el rey.

Kya se lo quedó observando un par de segundos.

—Lo sé. Pero eso no significa que mamá no se sienta incómoda —señaló—. Tiene una invitada no deseada invadiendo su territorio.

—Debería ir a hablar con ella.

Kya agitó su mano en el aire indicándole a su padre que fuera de una buena vez. Sin perder tiempo, el rey se encaminó en la misma dirección en la que se había ido la reina tiempo antes.

Kya dio media vuelta y se dispuso a caminar por el palacio. La señora Olga le había dejado ese día libre, indicándole que hiciera el habitual entrenamiento matutino, que consistía en realizar varios ejercicios físicos, para no perder la costumbre.

El sonido de unas patas chocando contra el marmol del piso, antecedió a la aparición de un lince en el lugar. Su tamaño era menor al de un lince en edad adulta, se trataba de un cachorro. Sus ojos se clavaron en la princesa de Otoño y esta le devolvió la mirada.

—Hola, Flu —lo saludó Kya con una sonrisa.

Se acercó a él y dejó un caricia en su cabeza.

—Veo que has estado de cacería.

Flu asintió, orgulloso. Empujó con su cabeza el ave muerta que había traído, para que se apreciara mucho mejor su mérito.

Kya sonrió ante el comportamiento del animal.

—Por cierto, los sirvientes te estaban buscando para darte un baño —mencionó Kya suavemente.

Flu pareció desorbitar sus ojos felinos por un momento. Dió la media vuelta, dispuesto a huír a toda la velocidad que su cuerpo le permitiera.

Como todos los de su especie, él odiaba el agua. Los baños borraban su olor natural. Además de que hacían que su hermoso pelaje se pegara y mostrara ciertas zonas vulnerables.

—Quieto —Kya lo sostuvo de la cola antes de que se diera a la fuga—. Los convencí de que no lo hicieran. Pero si tendremos que lavarte los dientes y cepillarte.

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