36. Nieve eterna

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El rey de Otoño miró a su hija que se hallaba entretenida en el paisaje blanco del camino. La mayor parte de los pinos y arbustos que estaban de ese lado de la carretera se hallaban cubiertos bajo una capa de nieve.

—Me sorprendió bastante que decidieras acompañarnos —comentó obteniendo su atención.

Su madre también la miró intrigada. Esperaban que Kya se negara a visitar Invierno. Sin embargo, ella ni siquiera puso un pero de por medio cuando le dieron la noticia de aquel baile.

—Tan solo tenía ganas de venir —explicó Kya alzándose de hombros, sin darle mucha importancia—. Me da curiosidad cómo serán los bailes aquí.

Miró su atuendo, que estaba confeccionado por una tela más gruesa que la que se solía usar para los vestidos de baile. Sobre este había un gran abrigo envolviendo su cuerpo. Eso junto a las botas altas y los guantes, lograban mantenerla calentita.

—No son muy diferentes a los nuestros. Ya lo verás —le dijo la reina de Otoño con una radiante sonrisa.

Desde que su hija había vuelto a casa las sonrisas no abandonaban su rostro.

—Lo que yo me pregunto es con quién vas a bailar. Toak no estará aquí para acompañarte, como cuando tenías doce años y no querías bailar con ningún chico. O, espera, creo recordar que tú los llamaste mocosos con corbata —se burló el rey.

Kya sonrió ante ese recuerdo de su infancia.

—Ahora mis pensamientos son diferentes —respondió acomodándose en el respaldo de su asiento—. No es más que un simple baile, cualquiera con dos pies podría acompañarme.

Su madre estuvo a punto de replicar. El baile en parejas tiene una significación tan romántica y bonita que rebajarlo a algo tan simple parecía un delito. Pero se vio interrumpida por el conductor del vehículo.

—Llegamos al pueblo, sus majestades —les informó el hombre sin despegar la vista de la carretera.

—Repíteme la razón por la que decidimos hacer este viaje por carretera, querido.

El rey Óscar sonrió ante la pregunta sarcástica de su esposa.

—Guarda tus quejas que son pocas las horas de trayecto. Además, sabes que los viajes por vía aérea me ponen nervioso —espetó en medio de una mueca.

Poco tiempo después el auto se detuvo. Kya abrió la puerta por su cuenta, descendió del auto sin problema y volvió a cerrarla. La mano que el mozo invernal le brindaba para ayudarla quedó ignorada por completo.

—Gracias, pero no soy una niña —le susurró con amabilidad—. No requiero de cuidados especiales.

El joven asintió con la cabeza tímidamente y se retiró.

Kya esperó a que sus padres salieran del auto, mirando el cielo escaso de color y los diminutos copos de nieve que caían de manera lenta. Juntos se acercaron a los anfitriones que los esperaban cerca de la puerta del palacio invernal.

Mientras los reyes se saludaban con un apretón de manos y muchas fotografías eran sacadas, Allan miraba a Kya fijamente. La castaña tuvo que desviar el rostro hacia otra parte con incomodidad. Esa era la primera vez que se veían frente a frente después de semanas. En la boda de Ryan y Naina ni siquiera se habían cruzado por casualidad.

Por suerte aquello no duró mucho ya que enseguida fueron conducidos al salón de baile, donde ya se encontraban otros invitados. Casi todo era de color blanco, a excepción del suelo que era de roca negra.

Kya bailó un par de canciones pero después de tan solo media hora se alejó de la pista de baile. Era aburrido bailar con personas a las que no conocía de nada. En su mayoría la acribillaban con preguntas estúpidas que no estaba interesada en contestar.

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