Epílogo

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Mucho tiempo atrás

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Mucho tiempo atrás...

La casa azul no siempre fue azul, se tornó de ese color cuando el corazón de su dueña se hizo pedazos, cuando se dio cuenta de que el hombre amaba jamás la amo. Ella tuvo un romance secreto con el gobernante de la ciudad, Frederick Evans, uno donde la pasión en esa casa la bendijo con un hijo de su gran amor. Éste, al enterarse de la verdad, le prohibió darlo a luz, no la dejaría hacerlo, no cuando él tenía una esposa de alta sociedad también con un hijo en camino.

Con lágrimas en los ojos, la mujer de la casa azul le reprochó a Frederick que no podía hacerlo y, la única opción que él le dio, fue que su romance llegara a su punto y final, que se quedara con el niño sin decirle a nadie de la verdad; y que jamás se atreviera a meterse en su vida o lo iba a lamentar. Luego de nueve meses, su pequeño bebe nació y, al regresar a casa del hospital, ella se derrumbó, porque tenía en sus brazos el fruto de su primer y único amor, la persona a quien amó con prohibición.

—Jerry Peters —susurró ella, apreciando con ternura al bebe en la cuna.

Días después, ella tomó la decisión de pintar la casa de azul. Era una protesta por la herida que Frederick dejó en su corazón, en su azulado y roto corazón. Quizás pudo parecer algo muy nulo o sin sentido alguno, porque solo ella sabría el significado y nadie más daría atención al cambio de color de la casa. Sin embargo, ella vivía en Sunnearth, el suburbio donde todas las casas eran de tonos rosados, pintar la suya de azul era ir en contra de la perfección y los estándares de la sociedad, era ser diferente, y lo diferente siempre atrae atención.

De imprevisto, y gracias a eso, el trabajo de la mujer despegó, quien hacía postres y pasteles de cumpleaños por encargos desde antes. A pesar de ir en contra de los estándares, «La casa azul» irónicamente ganó fama por ser diversa al resto, las personas la sabían cómo ubicar para hacer sus encargos, incluso se convirtió en el sitio predilecto de los burgueses. La economía de la jefa creció, permitiéndose así una cómoda vida junto a hijo, el que la ayudaba con su empleo hasta que creció.

Jerry Peters con dieciocho años era un joven apuesto, de ojos verdes y una piel tan blanca como la porcelana, la que se fue tostando por causa de su trabajo. En el instante que se graduó de la preparatoria Deavenside ubicada en su suburbio natal, Sunnearth, el decidió que no seguiría estudiando, ya que en esa ciudad no había universidades y ser un profesional ahí era un lujo que solo pocos podían darse. Así que, junto a unos amigos, empezó a trabajar en Nouwgold, en una chatarreria de la que le habían hablado.

Él quería generar sus propios ingresos, estaba al tanto de que el trabajo de su madre ya no daba tanto dinero como antes. Además, lo que él ganaba haciendo postres no le alcanzaba para hacer obsequios, esos que iban destinados a la chica de la que estaba perdidamente enamorado. Sus mañanas y tardes consistían en trabajo, y justo cuando el sol se ponía un viernes, y sabía que era hora de irse, se daba prisa, moría de ganas por estar en casa y descansar el fin de semana, moría de emoción porque sabía que la vería, lo haría aunque de media hora se tratara.

Diversos tonos azules | Primer libroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora