XV

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Catalina.

Me aseguro de que las niñas de la habitación seis estén arropadas correctamente y apago la luz para ir a la oficina de California.

Detesto este trabajo, ni siquiera sé por qué sigo aquí si a Natasha no le interesa destruir el ICF, y pensandolo bien, tampoco lo de Anthoaneth. Aparte de ser mi jefa, es la persona a quien más le tengo confianza, pero ya mató a quien violó a su madre, recuperó el zafiro y se desentendió de los demás criminales.

Paso las manos por mi uniforme blanco de enfermera para alizarlo y toco la puerta al escuchar a California hablando con una segunda voz. Mi jefa me dice que entre y giro el pomo de la puerta, me paralizo al ver de quién es la segunda voz.

—Ya aseguré las habitaciones, todo en orden —aviso, cerrando la puerta detrás de mí.

—Necesito que vayas mañana a la farmacia por más alcohol anticéptico y miel —me dice, sin apartar la mirada de algo que está escribiendo.

—Lo haré antes de venir aquí —le aseguro, me giro para salir, pero...

—Catalina, él es Virgo —me hace devolver—. Está aquí porque Anessa Bower lo envió para que hiciera el papeleo con nosotros —me mira por debajo de sus lentes de lectura—, ve a mostrarle a las niñas de la habitación catorce, su jefa solicita una peluca corta, rubia... —busca un papel, lo lee por encima y continúa —y con ondulaciones.

—Claro —alzo la comisura de mis labios—, sígame.

El semental arrastra la silla y se levanta con tranquilidad, como si no causara miedo a su alrededor con tan solo respirar. Su oscuridad me recorre del cuello a los brazos y termina su recorrido moroso en mis muñecas, por alguna enfermiza razón quisiera poder descifrar sus pensamientos.

Salimos de la oficina y me hace una seña de que camine delante suyo, siento como me observa la espalda por encima del uniforme. Me iguala el paso cuando doblamos a la izquierda, miro su rostro por el rabillo del ojo, tiene la mitad de la cara tatuada con puros cuadros, idénticos a los de una hoja de matemáticas. Me veo obligada a alzar la cabeza para detallarlo mejor, pequeños piercings traspasan sus labios y me pregunto cómo se sentirá si roza los míos.

—¿Haces eso con todos tus clientes? —pregunta con la vista al frente, su voz es excesivamente gruesa.

—¿Qué cosa?

—Tener fantasías sexuales —se detiene y yo también lo hago.

Me percato de la razón de sus palabras cuando caigo en cuenta de que estoy mordiendo mi labio superior.

—Ya te lo dije —comienza a seguir caminando—, no comiences algo que no terminarás.

Pienso replicar, pero la idea la mando a la basura cuando me planto frente a él.

—Mi nombre es Catalina Fermín, trabajo para Natasha Videla y California Bundó, soy francotiradora y pool dancer a mis veintitrés años. Soy ambidiestra, necrófila, me gusta que mis parejas sexuales vivas me llamen La Masoquista y no le temo al deceso por placer.

Como si temiera de que fuese a escapar, me toma del cuello y me aprisiona contra la pared. Roza sus labios con los míos y me muerde el de abajo, se siente frío por el metal de sus piercings, intento delinearle los labios con mi lengua, pero con su mano libre me apretuja la quijada. Jadeo.

Escupo, logrando que la saliva caiga en mi mentón y me paso la lengua por el mismo. Me lleno la lengua de más saliva y se la ofrezco, él mete la suya en mi boca y siento que beso a una serpiente porque la tiene dividida en dos, tiene un piercing en cada uno de los lados, puedo sentirlos.

Danger high voltageDonde viven las historias. Descúbrelo ahora