Epílogo

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Dos semanas después.


Burgos / España.

Amelia.

Deslizo la brocha del rubor por mis pómulos, tranquila, pero emocionada por mi reflejo en el espejo. Una peluca castaña adorna mi cabeza, semejante a mi melena natural, los pequeños risos caen sobre mi busto, ajustado por el corset de mi magistral vestido blanco.

Mis ojos se cristalizan conforme paso más tiempo escaneando mi apariencia. Los sueños sí se cumplen. Dejo que una lágrima salga de mi ojo izquierdo ante el recuerdo de mi madre que pasa por mi mente, dejándo debajo de mi pecho una melancolía infalible. Ya superé todo el maltrato físico y psicológico que me causó alguien a quien no quisiera mencionar, pero jamás saldré del declive que me dejó la noticia del suicidio de mi madre.

—Que envidia, tía —Natasha se hace notar, recostada del umbral de la puerta—. Yo no me veía así de bonita en mi boda.

Limpio de mis retinas las otras lágrimas que amenazan con salir. Mi hermana me da un beso en la mejilla y le sonríe al espejo.

—Sí pudimos, pequeña —emite.

Siento un peso en mi nuca, bajo la vista hacia mi pecho, percatándome de que me ha puesto el zafiro de la familia. Mis labios tiemblan y la vista se me nubla, esta vez no soy capaz de impedir el camino de las lágrimas que bajan por mis mejillas de inmediato. El día más feliz de mi vida fue en aquella isla, el momento en que abracé a mi hermana en medio de la masacre, para ser exacta; este sería catalogado como el segundo día más feliz de mi vida, el atribulamiento hace un terrible caos en mi cabeza, no puedo describirme con una sola emoción.

—Ya está todo listo —Logan entra a la escena con su traje negro.

—No la apures, ni que el padre se fuera a ir —le reclama mi hermana, yo emito una risa.

Hoy estamos rompiendo unas cuantas reglas. Logan, como mi regalo de bodas, le dio dinero a un poco de gente para que hoy la iglesia fuera nuestra. Fue un acto pecaminoso, pero para llevar a cabo un sacramento, así que no sé qué tan incorrecto sea.

Natasha sale del cuarto, dejándome a solas con mi padrino de bodas.

—No quiero meterte presión —me susurra al oído con un tono burlón—, pero deberías casarte lo antes posible, no creo que la Catedral aguante mucho con nosotros adentro.

Su comentario me hace reír. Me levanto y me dirijo al espejo de cuerpo completo para echarle otro vistazo a mi vestido. El corset aplasta mis senos para que se asomen más abajo de mis clavículas, los bordes tienen bordados de flores diminutas, está atado por detrás con varias cintas de color márfil; las mangas de seda caen un poco más abajo de mis hombros como dos sombras de almas sagradas. La falda desciende como un manantial de nieve desde mi cintura, la tela es ligera, brillante y transparentosa, lo cual deja a la vista un spoiler de mis piernas desnudas. La cola de dos metros se arrastra por el inmaculado suelo, los bordes de ésta también tienen flores, pero hechas con pequeños diamantes de swarovski. He decidido ir descalza, así simbolizo mi respeto por mi creador, dejando mis pecados más grandes en el calzado que no llevo. Más que entregarme al hombre que amo, quiero demostrarle a Dios que no quiero fallarle como hija, por ello, pagaré descalza la promesa de que seré una maravillosa esposa, y que jamás volveré a tentar contra la vida de alguien.

Mis uñas van pintadas por una delgada para de brillocolor rosa. El maquillaje de mi rostro es sencillo; rubor en mis pómulos, iluminador en la punta de mi naríz, cejas pigmentadas, y labios brillantes por un gloss transparente.

Quedo anonadada frente al espejo, Logan me regresa a la realidad al entregarme el bouquet de rosas blancas y margaritas. Lo veo sacar el celular de su bolsillo, y marca a un número sin alejarse de mí.

Danger high voltageDonde viven las historias. Descúbrelo ahora