XXI

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En algún lugar del mundo.

Narrador omnisciente.

El cielo se preparaba para cambiar a una tonalidad más clara, las estrellas comenzaban a desvaneverse como luciernagas que aceptaban su irremediable deceso, el agua se arrastraba hacia adelante en la orilla de la playa y se recogía para reiterar su acción natural por medio de olas inmortales.

Amelia Videla yacía acurrucada entre los brazos de su amado, más un sonido inusual retumbaba cada vez más fuerte en sus oídos. Un sonido que conocía bastante bien. Abrió sus ojos, quitó lentamente los brazos de Graham de su cintura y se levantó, colocándose el suéter que había hecho un poco más cálida su involuntaria estadía en la isla.

Empezó a dar saltos y a mover los brazos apenas visualizó a un helicóptero en los aires, el primero que había visto en las ocho lunas que llevaba siendo naúfraga. Realizó una pequeña carrera al percatarse de que el vehículo aereo se acercaba a su dirección.

—Júpiter —sacudía el brazo del moreno con insistensia—, Júpiter.

—¿Qué? —se quejó él, escondiéndose bajo el manto artesanal, hecho con hojas de palma.

—¡Vinieron a buscarnos! ¡Párate! —sentía cómo una emoción inefable le calaba todos los sentidos.

Corrió hacia su paravientos y repitió el mismo procedimiento con Graham, quien la invitó a seguir duemiendo juntos, pero que se incorporó rápidamente apenas salió del ensueño y recopiló las palabras de la mujer.

En menos de cuatro minutos, los piés yacían de pié a unos metros de la orilla, cautivados por el alivio implantado repentinamente en sus pechos. Pero la pareja retrocedió con disimulo al ver a la mujer que bajó del asiento del copiloto.

Dakota de Rinaldi.

Y secundados por ella, un grupo de hombres corpulentos, aquel helicóptero se había hecho pasar por un carrito de payasos esa madrugada.

Sekhmet, al verse amenazada, colocó a Graham tras su espalda, convirtiendose en su escudo. Dispuesta a aniquilar a todo aquel que intentase volver a separarlos.

Uno de los guardias abrió la puerta del piloto y tomó la delicada y pálida mano de su jefa para ayudarla a bajar. La mujer con vitiligo caminaba como toda una modelo sobre la arena, sus dedos manchados, pero con una manicura impoluta, se entrelazaron frente a su dorso.

—Hemos venido a rescatarlos —les hizo saber con un tono apaciguado y seguro—. Un dron nos mostró su ubicación.

Dakota, a pesar de sus inminentes sospechas, mintió por medio de su lenguaje corporal al sonreir abiertamente y estirar su mano hacia Sekhmet.

—Cariño, llevabamos muchos días buscándote. Por fin apareces —cuando avanzó un paso más, todos corrieron a causa de la masacre que se avecinaba.

Por primera vez en toda su vida, Graham agradeció que su Patrona fuese estricta con respecto a que las misiones debían iniciarse antes de las siete de la mañana.

Las balas perdidas se enterraban a sí mismas entre la arena, mientras que otras abrían circunferencias casi perfectas en el techo del helicóptero. La avioneta de la Danger high voltage aterrizó junto al helicóptero de la mafia inglesa.

Zahori Saavedra fue la primera en bajar con una ametralladora entre las manos y una tira de balas en el cuello. Lucía su respectiva Zahvlars y un semblante dispuesto a cualquier cosa.

Tras ella, Logan Presley se presentó con una Glock-26, confirmando con su simple, pero a la vez significativa presencia, las sospechas de Dakota.

Carlo Bianco bajó más atrás con una motosierra, ubicándose junto al colombiano.

Danger high voltageDonde viven las historias. Descúbrelo ahora