XVIII

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Madrid / España.

8:45 pm.

Natasha.

Masajeo mis piernas con crema corporal de coco mientras Amelia está a mi lado recostada, con mirada fija en su lap-top.

La miro por el rabillo del ojo.

—Andas como gorda —comento con sorna.

—¡Oye! —me empuja el hombro—. No es mi culpa que Graham no haya dejado de consentirme con pizzas.

—Te las da porque tú se las pides —ruedo los ojos.

Ella solo suelta una risilla y sigue moviendo los dedos sobre el teclado.

A Victorino lo tienen en una de las habitaciones de huéspedes, lo andan tratando como un rey. Está tranquilo, ya le explicamos que no le haremos daño y que posiblemente mañana vuelva con su tía a Italia.

Júpiter le envió la carta a Anthoaneth por la OCC apenas llegamos, solo estamos esperando su respuesta para regresar al niño a su casa.

Me levanto y me coloco el conjunto de hilo rojo con bralette pequeño, voy hasta el closet, saco un vestido ceñido de tirantes color rojo y me suelto el cabello, al cual le hice royos en las puntas con ayuda de Catalina.

—¿A donde tan guapa? —Amelia me mira por una milésima de segundo y vuelve a ver la pantalla del aparato.

—Negocios —contesto con simpleza.

Como si mi subconsciente no me estuviese gritando que no vaya.

Internamente me había dado por vencida con lo del operativo del ICF, pero no había agitado la bandera blanca ante los demás y estoy aprovechando la oportunidad de un segundo intento.

Me cierro las botas negras y me hago un maquillaje simple que consiste en labial carmesí, rímel y un poco de iluminador.

—Así hasta yo hago tratos millonarios con usted, señorita Videla —deja la lap-top de lado y se quita los lentes para leer, levantandose de la cama.

Revisa el cofre de mi peinadora y saca un brazalete de esmeraldas.

—Amelia, no —frunzo le ceño, continuando con mi maquillaje.

—Natasha, no sé cómo ni cuando, pero supe que lo verás a él desde que te hiciste rulos en el cabello.

Mierda, cierto. Suspiro. Cuando Logan y yo comenzamos a salir, Amelia siempre me ayudaba a hacerme esas cosas en el cabello porque yo no sabía hacerlo y a él le encantaban.

Cuando me pidió matrimonio, ya Amelia sabía que lo haría y ambos escogieron ese brazalete unas semanas antes. Me lo coloqué una o dos veces y luego ya nunca más.

Mi hermana insiste y yo termino cediendo.

—Te amo —se coloca de puntillas para besarme la frente.

Hace el amago de caerse y apoya su mano en la peinadora. La miro con el entrecejo arrugado.

—Me levanté muy rápido de la cama —se ríe—. Voy a la cocina por algo de jugo, ¿quieres? —comienza a caminar a la salida.

—No, gracias.

Relamo mis labios cuando me echo un último vistazo en el espejo. Agarro una cartera roja de Gucci y comienzo a meter fajos de dólares, mi celular, otro conjunto de lencería, el labial rojo y mi baby-glock, mi niña.

Me dan ganas de orinar, saco un cigarrillo y el encendedor de la cartera para ir al baño, subo la tapa del retrete y me siento a vaciar mi vejiga mientras lleno mis pulmones de humo.

Danger high voltageDonde viven las historias. Descúbrelo ahora