XVII

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Somalia / África

Natasha

Bebo un vaso de whisky en uno de los sofás individuales de la sala, muevo mi pié izquierdo de un lado a otro con impaciencia, Zahori está acostada en el sofá grande, lanzando dardos a un blanco de juguete que está en la pared. Ambas tenemos más problemas que ganas de vivir.

Me conforta saber que mi hermana en realidad no es mi enemiga, pero me jode no tenerla en este momento. Aquí. Conmigo.

—Ya no sólo buscan a Sekhmet, sino también a Anthoaneth —informa Carlo, entrando en la sala, nos lanza el periódico de la OCC en la mesa—. Está en todos los encabezados, Dakota Rinaldi tiene alrededor de ochocientos antonegras en cada continente.

—Chin —emite Zahori—. Vamos a ofrecerles un pastal de plata a Los Leviatanes para que empiecen a buscar en otra parte, se sabe que Christian y Anthoaneth son buenos socios, pero si Logan dice rana, él brinca.

—¿No estás escuchando que ya están buscando en todos los continentes? Es Sekhmet, mejor amiga de la reina de Italia, ya habrían aparecido. Se cree que están juntas, pero nosotros sabemos que no. Aunque Anthoaneth también haya desaparecido, no han dejado de buscar a Sekhmet sólo porque fue una órden que emitió la reina.

—Están buscando en todos los continentes, pero, ¿Qué hay de las islas? —inquiere la mexicana—. Cuando Logan y Natasha nos explicaron qué era lo que estaba pasando, dijeron que Sekhmet nunca llegó a Yangdong, y que el GPS de la avioneta estaba inactivo, ¿No? —me mira.

—En efecto —contesto.

Zahori se levanta del sofá y nos mira al italiano y a mí, como si fuesemos sus aprendicez.

—Si el GPS no funciona, y si los antonegras no han encontrado ni su sombra, la única opción viable es empezar a buscar por las islas, antes de que a los demás se les ocurra.

No me meto en la conversación, me limito a atar los cabos en mi mente.

—¿Sabes cuántas islas desciertas hay de aquí a Asia? —reprocha Carlo.

—¡Pues yo necesito tener a Graham aquí! —Zahori se impacienta—. ¡No sé si estará pasando hambre, frío! ¡Zamir se despierta llorando en la madrugada, diciendo Pa cada vez que lo cargo! ¡Ni siquiera quieren ir a rectificar si está vivo al menos!

—¡Pero te estoy diciendo...!

—¡Ya, ostia! —pongo el vaso de whisky en la mesa en un movimiento abrupto—. Cuando llegue Logan, vamos a por el jet para empezar a buscar.

—Pero... —el italiano intenta refutar.

—¡Sin peros, o te mando a hacerle compañía a la prisionera!

—De nada me sirvió buscar las coordenadas de la navaja porque la dejó allá en la casa —me dice Logan, jugando con la arena bajo sus piés.

—Zahori tiene razón, debe estar en alguna maldita isla, sino ya la gente de Anessa la hubiese encontrado —opino, recostada del helicóptero—. En tal caso de que haya pasado lo que suponemos, ¿Crees que esté bien?

—Sabe defenderse, Natasha —deja la vista al frente, entre las palmeras frente a nosotros—. No es ni la sombra de lo que criaste.

—Aquí no hay nadie, jefa —dice Carlo, trotando hacia mí junto a Zahori., haciendo que rompa la conversación con mi marido.

—Natasha, ya es la cuarta isla en la que buscamos, deberíamos seguir mañana —aconseja Logan.

—¡Aquí nadie va a detener la búsqueda! —espeto.

—Natasha, son las dos de la madrugada, ¿Qué te pasa?

—¿No que muy macho para ocultarme algo tan grande durante más de tres años? —lo encaro—. Ten los malditos cojones para arreglar lo que por tu culpa está jodido. Me importa una puñetera mierda si ya revisamos en quinientas islas, mi hermana tiene que aparecer.

Paso de la angustia a la impotencia.

—Natasha, están cansados...

—¡Su agotamiento me lo paso por el culo! Si no son capaces de acatar mis órdenes que implican encontrar a uno de sus compañeros, fácilmente los puedo mandar a comer mierda.

—¡Deja de desechar a la gente como si nada! Ya no tienes a Julieta, mandaste a matar a Júpiter y tú misma asesinaste a Catalina. ¡Te estás quedando sin aliados sólo porque no puedes controlar tus malditos impulsos!

—Pues tampoco me intetesaría quedarme sin marido, ya que está —me cruzo de brazos—. Prefiero pelearla sola entonces si se las van a andar dando de débiles —suelto una risa, aunque nada de lo que digo me cause gracia—. Pero aquí todos dependen de mí, a nadie le conviene irse —llevo mis dedos al anillo de matrimonio—. ¿Cierto, Presley?

Me dedica una mirada capaz de congelar al infierno, lo cual no me afecta para nada, porque así como para allá voy, de allá vengo.

Saco a mi baby-glock de mi cintura y paso la lengua por su cañón, viendo fijamente a la mexicana y al italiano que yacen de pié frente a mí, a la espera de mis órdenes.

—¿Quién está cansado? —repiqueteo mis dedos sobre la pistola, nadie dice nada—. Eso pensé. Nos vamos a la siguiente isla.

Todos se suben al Helicóptero sin rechistar y Logan refunfuña, sentándose en el piloto.

—¿De qué coño te quejas?— le doy una mirada mordaz.

—Nada.

Nos eleva de mala gana, llevándonos a la siguiente isla de las aproximadamente setenta que hay de aquí a Asia.



Danger high voltageDonde viven las historias. Descúbrelo ahora