VI

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Horas antes.

Natasha.

Le hago un lazo a las tiras de mi vestido blanco y me ato el cabello en una coleta floja con mechones sueltos, acostumbro a vestir del color de la paz y la pureza cuando espero recibir buenas noticias y así; confundir a Dios con que soy una buena samaritana y no una princesa del averno.

Le coloco la clave a la caja fuerte que tengo oculta detrás del cuadro de El Grito de Van gogh.

Acuno entre mis manos la reliquia descendiente de mi familia materna, pienso en toda la sangre que he tenido que lavar de mis manos para recuperarla y no me pesa, porque es algo que me pertenece.

Se ha vuelto un hábito sacarla de vez en cuando para verla, actúo como si fuera a llenarse de polvo y telas de araña si no es contemplada con frecuencia. Cada vez que paso las yemas de mis dedos por su cadena siento que cometo un acto impetuoso... La vuelvo a guardar en su sitio junto al album de fotos con Amelia y vuelvo a colgar el cuadro.

Me abrazan por detrás y le acaricio el dorso de las manos al reconocer su tacto.

—No me avisaste que vendrías —le digo sin girarme.

—¿Pijamada? Quiero que me ayudes con los preparativos de la boda —pide con la mejilla contra mi espalda.

Siempre ha sido más baja que yo, lo cual siempre me ha gustado porque me hace lucir más como su figura materna... Como lo que no he dejado ni pienso dejar de ser.

—Por supuesto —le contesto.

—Ya Catalina se fue al ICF —avisa Júpiter desde la puerta, con el celular pegado a la oreja.

—¿Julieta se fue con ella? —le pregunto.

Niega.

—Julieta se fue en el jet antes.

—Okey.

Se va y me quedo abrazando a Amelia.

—Te mandaré a traer los últimos diseños de Francia para que escojas uno.

—Sobre eso... —hace una pausa—. Quiero remodelar el vestido de mamá.

—Ni de coña, de eso nada —la alejo con suavidad, dejando mis manos a los costados de sus hombros.

—También es algo que ha pasado de generación en genera...

—Les estarías dando un privilegio del que no son merecedoras, Amelia. Dale el gusto si fue una buena madre, pero no lo fue, no intentes tapar una herida a profundidad con una bandita.

—No lo hagas por mi madre, al menos hazlo por mi abuela...

—¡Ja! Esa es otra que obligó a tu madre a parir y luego le dio la espalda.

—Eras una criatura que no tenía la culpa de nada —los ojos se le ponen vidriosos—, la abuela solo hizo lo correcto.

Quiero replicar, pero soy tan débil ante ella que solo me limíto a abrazarla mientras le acaricio en el cabello.

—Tampoco tenía la culpa de haber nacido, yo no pedí venir al mundo a pasar por tanta mierda. Apoyo mucho a tu fundación de ayuda a niños de bajos recursos, pero yo preferiría mil veces no venir al mundo que vivir lo que me tocó con menos de quince años. Nadie merece eso —acuno su rostro entre mis manos—. Esas mujeres nos arrebataron la infancia, a mí la inocencia y hasta las ganas de vivir. Hoy en día pudiera ser una mujer exitosa con una carrera honrada, no una narcotraficante que tiene que vivir escondida porque las policías internacionales le respiran en la nuca. Esta no es la vida que realmente anhelo.

Danger high voltageDonde viven las historias. Descúbrelo ahora