XXVI

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Mánchester / Inglaterra


Anessa.

—Cada día que pasa, me haces más falta —digo, en medio de un suspiro, entrecortado por los sollozos causantes de la melancolía—. Dos semanas sin ti se sienten una eternidad agobiante, hermanito. No dejo de sertirme como una inútil al no lograr vengar tu muerte todavía.

Saco el perfume de mi cartera, y empiezo a esparcir su contenido embriagante por la lápida.

—Te compré tu perfume favorito para que hasta los detalles más mínimos, hacen estragos en mi mente —cierro los ojos, dejando que baje por mi mejilla la lágrima que se mantenía cautiva entre mis pestañas—. No sabes cuánto odio siento en mi corazón, toda mi vida me mantuve alejada de esa gente, y se atreven a meterse con lo que más quería. Con lo que más quiero.

»Me imagino que ya lo sabes, Anthoaneth no aparece. Sabemos dónde la tienen, pero no contamos con el equipo suficiente para ir a buscarla. Nuestros mejores hombres murieron en la isla.

Acaricio las letras de su nombre, grabadas en la placa de oro.

—Estuvo escondida por tanto tiempo, que ahora que ha salido, tiene más fuerza. A pesar de todo lo que propuse en el aquelarre, son pocos los que la están buscando. Pero todos tienen hipótesis, y ninguna conclusión.

Alzo la cabeza, me seco las lágrimas y miro fijamente la foto de Mario sobre la tumba, en medio de los jarrones con rosas rojas.

—Pero yo te juro —emito, intentando no titubear—, Mario; que las hermanas Videla pagarán por lo que nos han hecho a ti y a mí, a Dakota, a Federico, y a todos los colegas que hemos perdido desde que existe la DHV. Te juro que las hermanas Videla van a pagar, y las cuentas serán saldadas como menos se lo esperan.

Me doy media vuelta, y camino hasta hasta la salida de la gran capilla que mandé a construír sólo para él. Le coloco el seguro a las rejas de oro y abordo la camioneta, donde me espera Dakota. El chofér empieza a llevarnos de vuelta a la casa, mientras mi juramento hace eco en mi mente y renace una nueva disposición en mi ser.

🔪

Somalia / África.

Amelia.


Los labios de Graham recorren cada decímetro de mi piel con una dedicación que enciende mis ganas cada vez más y más. Todos estos días hemos aprovechado los años perdidos con agotadoras rutinas de sexo.

Sus manos aprietan mi cintura, mi espalda se arquea cuando sus labios se pasean entre los pliegues de mi intimidad, su roce se siente como un castigo. Él alza el rostro, conectando su azúl con mis iris, me da una sonrisa que me derrite hasta el alma y suelto un gemido escandaloso cuando succiona mi punto hinchado. La piel de los brazos se me eriza, mis pezones se ponen más erectos de lo que ya estaban.

Me muerdo la cara interna de mi mejilla para no hacer tanto escándalo, siento cómo su lengua se pasea por mi sexo, succiona mi punto g y juguetea con mis jugos. Mi espalda se arquea más, siendo presa del torrente de placer que desata su boca en mi intimidad.

Él vuelve a mirarme, mi respiración se encuentra agitada.

—No calles —me pide, deja un beso en mi pelvis—. Quiero escucharte por el resto de mi vida.

Cierro los ojos cuando regresa a su acción, pero haciéndolo con lás ganas. Mis jadeos inundan la habitación, mezclándose con el placer y el amor que jamás se ha extinguido. Cuando alcanzo el clímax, él empieza a dejar besos y mordiscos suaves de mi periné hasta mi hombligo, siento que muero y revivo con cada contacto de sus labios en mi piel.

Danger high voltageDonde viven las historias. Descúbrelo ahora