Capítulo 3.

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El dolor había sido tan real que me desperté de golpe, aunque el dolor físico no era el que más daño me había hecho.

Me quedé sentada en la cama mientras intentaba que mi respiración volviese a ser regular.

La gente solo va a hacerte daño y tienes que saber por quién vale la pena sufrir.

Sus palabras hicieron eco en mi cabeza, pero no conseguí encontrarlas significado. ¿Quién querría hacerme daño?

Intenté volver a dormirme, pero no podía, no podía cerrar los ojos sin oírla, verla y querer llorar de nuevo.

Entonces algo cambió.

No podía dormirme. Había estado toda la noche en la habitación de Betty mientras ella me contaba cómo se estaba enamorando de un chico, aunque no me dijo nada sobre él por más que insistí.

Yo nunca había sentido nada así. Había un chico que me empezaba a hacer sentir ciertas cosas pero aún no eran tan fuertes como las que Betty me había descrito y no pude evitar pensar en cómo sería conocer al amor de mi vida.

Era muy tarde. Ella, al igual que el resto, ya se había dormido, por lo que emprendí el camino de vuelta a mi habitación. Salí sigilosamente de la suya para no despertar a nadie, pero al pasar por delante de la puerta de mis padres me detuve, pues su puerta estaba abierta y ellos siempre dormían con la puerta cerrada.

Sin poder controlar mi curiosidad me asomé, y al instante me quedé congelada. Había dos personas allí dentro, y no eran precisamente mis padres, ellos dormían en su cama, ajenos a todo lo que pasaba a su alrededor mientras que las dos personas —que identifiqué como hombres— parecían estar buscando algo.

Mi subconsciente gritó que eran ladrones y que debía de alejarme, pero la suerte no estaba de mi lado y al dar unos pasos hacia atrás me choqué contra la mesa del pasillo, ganándome su atención.

Pensé que me harían daño o me amenazarían, pero tan solo me miraron y luego se miraron entre ellos. Uno quiso acercarse a mí y por instinto me alejé. En cuanto vi que volvía a acercarse eché a correr por el pasillo sintiendo sus pasos detrás de mí. Me giré para comprobar que me seguían y al hacerlo me caí por las escaleras, dándome un golpe en la cabeza.

Todo se tornó borroso y sentí que alguien me sujetaba la cabeza mientras un líquido caliente bajaba por mi frente, pero eso no era lo que me quemaba. Noté que llevaba guantes, pero a pesar de eso su tacto era abrasador.

El sujeto murmuró algo que me pareció ser una maldición y luego hizo unos gestos a su compañero con sus manos enguantadas antes de volver a dejarme en el suelo con delicadeza y mirarme a los ojos.

Los suyos eran del azul más intenso que había visto nunca, eran dos zafiros perfectamente pulidos, daban la sensación de estar viendo un mar en tempestad y, a diferencia que hacía unos minutos, ya no tenía miedo.

Esa fue la última imagen que vi antes de que la oscuridad me llevara a la calma.

Inconscientemente me llevé una mano a la frente, donde tenía una pequeña cicatriz, la cual me dijeron que me hice al caerme por las escaleras una noche que estaba todo a oscuras y no veía por dónde iba. Ahora que ese recuerdo que había desaparecido de mi memoria por unos años había vuelto, me di cuenta de que eso no era del todo cierto.

Salí de mi cama para ir a la cocina a por un vaso de agua para ver si eso me ayudaba a tranquilizarme. Crucé el pasillo en silencio por miedo a despertar a alguien, pero me detuve al oír unos ruidos en la habitación de mis padres.

Por favor, más ladrones no.

Apartando esa idea de mi cabeza, pequé mi oreja a la puerta para intentar escuchar algo.

Resiliente [Trilogía Ramé #1] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora