Capítulo 7.

221 32 1
                                    

Me estiré en el suelo, pero al hacerlo un terrible dolor atravesó todo mi cuerpo y me obligó a abrir los ojos.

Las vistas desde luego que no eran las mejores: mi cuerpo lleno de heridas con trocitos de cristales clavados en él, el suelo del baño ensangrentado y con más cristales. Asomé un poco la cabeza y vi que mi habitación también era un desastre, estaba completamente destrozada.

Me puse de pie masajeándome el cuello; me dolía muchísimo por las horas que me había quedado dormida en esa posición.

Intentando no quejarme busqué unas pinzas, que con éxito encontré en un cajón del lavabo para sacarme los cristales que se habían quedado clavados en mi piel. No tenía intención de ir al hospital, ni si quiera de que alguien viera las heridas, por lo que desinfecté las pinzas y comencé con el trabajo; por suerte solo me había estrellado por un lado, pero aunque solo tenía cristales en mi brazo izquierdo todo mi cuerpo tenía heridas horribles.

Conseguí llegar a la ducha, donde gracias a Dios no habían llegado los cristales, y pude lavarme las heridas. Me puse un par de tiritas en las que aún sangraban y me aseguré de que el resto se vieran lo menos posible, usando unos pantalones cortos —ya que hacía bastante calor y mis piernas eran la zona menos afectada— y una blusa junto con una chaqueta para cubrir las más llamativas: las de los brazos.

Busqué mi móvil y deseé no haberlo encontrado. Había miles de notificaciones en mis redes sociales debido al espectáculo de anoche, pero lo que llamó mi atención fueron en las llamadas de Adelia y Jeremy. Este último había hecho más de cincuenta y había dejado cientos de mensajes.
Les bloqueé a los dos.

—¿Addison? —al bajar por las escaleras me encontré a Janet.

Se me había olvidado que ella y Ruslan volvían esta mañana de Europa.

—Hola.

—¿Qué te ha pasado?

—No sé a qué te refieres.

—No sé, por ejemplo a todas las heridas que tienes en el cuerpo.

—Me caí —dije con naturalidad.

Caerse, tirarse… son sinónimos.

—Vale, eso es lo que le dirías a cualquier persona, pero a mí dime la verdad —se cruzó de brazos, pero podía ver que estaba nerviosa.

—Es la verdad, que no te lo creas no es mi problema.

—¿Perdona?

—Perdonada, pero hazte a un lado y déjame pasar.

—Dime qué está pasando —hizo todo lo contrario a lo que la había dicho y se puso delante de mí bloqueándome el paso.

—La limusina me está esperando.

—Y yo también.

—Quítate —la miré seriamente.

—No.

—¡Que te quites, joder! —la eché a un lado y seguí bajando por las escaleras.

Podía sentir su mirada en mi espalda, pero no me importó lo que fuera que estuviera pensando, ni siquiera me importó haberla empujado y hablado así.

Fui al jardín después de pasar por la cocina a por algo de comer y me encontré con las maletas que había dejado preparadas el otro día. Eso significaba que alguien había entrado a mi habitación. Genial.

Por suerte la limusina no tardó en llegar y estacionó enfrente de mí. Un chico alto, y rubio, vestido totalmente de negro bajó de ella y se dirigió a mí.

Resiliente [Trilogía Ramé #1] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora