—¿Qué va a por mí?, ¿a qué te refieres?
—A que te consideran una traidora y están buscándote. Me imagino que al primer sitio que irán será a la residencia, asique tienes que salir de allí.
—¿Por qué piensan eso? Yo no he hecho nada.
—Por lo visto hay unas fotos tuyas que demuestran que has mantenido relación con los diurnos.
Supuse que me habrían visto durante la pelea del bosque.
—¿Saben que tú eres parte de ellos?
—Sí, y también lo saben de Kevin. Nosotros ya nos hemos puesto a salvo, tú tienes que hacer lo mismo.
—¿Y qué hago?
—Tienes que venir con nosotros. Ahora mismo no podemos pero esta noche pasaremos a buscarte a la puerta de tu residencia. Con suerte si no te han encontrado allí se irán.
—Yo… no sé qué hacer…
—Ponte a salvo y llámame si ocurre algo.
Cuando colgó me quedé con Sabrina en silencio. Ella miraba la pantalla del móvil con la respiración agitada y me di cuenta de que estaba llorando.
—Sabrina…
—No quiero que te pase nada… He visto de lo que son capaces de hacer y no quiero que eso te pase a ti —gimoteó.
—No me va a pasar nada —traté de consolarla.
—Eres mi mejor amiga Addi, si te llega a pasar algo yo… no sé qué voy a hacer…
—Tú también eres mi mejor amiga Brina, pero lo mejor que puedo hacer ahora mismo es alejarme de ti. Cuanto menos te relacionen conmigo mejor estarás.
—¿Qué? ¡No! No puedes pedirme que te deje, y mucho menos ahora —protestó.
—No quiero que te pase nada.
—Ni yo que te pase a ti.
—Voy a estar bien.
—¡No! Siempre dices que estás bien y que puedes con todo, pero esto es demasiado Addi, incluso para ti.
—Confía en mí, saldré de esta.
—¿Y si no lo haces? —lloró.
—Podrás quedarte con toda mi ropa —traté de bromear, pero tenía miedo.
Por lo que había visto la organización era capaz de hacerme muchas cosas si me consideraban una traidora. Tenía claro que si me pillaban estaba acabada.
—Te prometo que no voy a dejar que me pase nada.
—Si dejas que te hagan algo de la que tendrás que huir será de mí —dijo y sonreí.
—Dudo que puedas alcanzarme con tus tacones —ella también sonrió. Se limpió las lágrimas y me abrazó.
—Prométeme que me dirás cómo estás, prométeme que no te vas a olvidar de mí y que estarás a salvo.
—Te lo prometo —la sonreí y me puse de pie para irme.
—Siempre serás mi mejor amiga Addi.
—Y tú siempre serás la mía Brina.
No podía permitir que me vieran con ella. No me lo perdonaría si la pasara algo; Sabrina siempre sería mi prioridad.
Salí de la habitación. No sabía a dónde ir, pero tenía que alejarme.
No di ni tres pasos cuando un dolor horrible apareció en mi cabeza y acto seguido todo se tornó negro.
…
Me dolía el cuello, estaba en una posición antinatural. Intenté moverme pero no pude. Al abrir los ojos me di cuenta de que no sabía dónde estaba. Era una sala vacía de color azul oscuro.
Bajé mi vista a mi cuerpo me di cuenta de que estaba sentada en una silla con los pies y las manos atadas. Traté de soltarme pero era imposible.
Todo era surrealista. Me sentía como si estuviera en una película de crímenes.
La puerta se abrió y por ella entró un grupo de gente. Al primero de todos le reconocí como el padre de Zack y Jefferson: el jefe de la Kraft. El resto le siguieron hasta quedar enfrente de mí. Me miró con una mezcla de diversión y desprecio. Yo no sabía cómo reaccionar.
—Asique al final no era de fiar señorita Carter… —sonrió de lado.
—No sé a qué se refiere —contesté.
—Creo que lo sabe perfectamente. ¿Nos vio la cara de tontos?
—De verdad que no sé de qué habla.
—¿Me dirá que no es una infiltrada de la mafia Diurna? Ha sido muy lista, ha conseguido que todos confiáramos en usted, tiene su mérito lo reconozco, pero ya sabe el dicho de quien ríe el último ríe mejor, y para su desgracia me temo que usted tan siquiera vaya a sonreír.
—¿Por qué iba a estar yo con los diurnos? Que su hijo le haya traicionado no significa que yo lo haya hecho —mis palabras consiguieron enfurecerle.
—Me imagino que estaríais aliados.
—No. Me enteré que él era un intruso pero yo no lo soy —me defendí.
—Tus actos incriminan todo lo que tus palabras tratan de justificar.
—¿Qué actos?
Con un gesto de cabeza pidió a un hombre que le entregara un sobre. Lo tomó y lo colocó delante de mi cara.
—Fotos que prueban que no ere inocente —explicó mostrándomelo.
—Exijo ver eso, yo no…
—¿Dónde está? —toda la sala quedó en silencio al oír la voz de Zack. Él examinó el lugar rápidamente hasta que su vista se posó en mí— ¿Qué está pasando aquí?
Su padre volvió a erguirse y colocó sus manos por detrás de la espalda en una posición despreocupada. Me sonrió con malicia antes de volver a ponerse serio y girarse hacia su hijo.
—Por lo visto tu amiguita no es quien dice ser —contestó—. Parece que tu hermano y sus compañeros tenían planeado desde el principio hacerse cargo de la señorita Addison y por eso fingieron ser sus guardaespaldas —pronunció cada palabra con veneno—. Creemos que nos descubrió en la misión que la encontramos porque Jefferson la indicó el lugar donde sería llevada a cabo para que, tal y como pasó, nos pidiera que la metiéramos en la Kraft y así pudiera ayudarles a sacar información.
—¡Eso es mentira! Zack, tú sabes que eso no es así —le miré, rogando para que dijera que fui ya que les había oído hablando y que luego le dejé inconsciente y me escapé; pero no lo dijo, solo me observó.
—Ahora, si no es mucha molestia —continuó con falsa amabilidad—, la pediríamos que nos dijera dónde se encuentra el dispositivo, o de otra manera tendríamos que recurrir a método más… persuasivos.
—No tengo el maldito dispositivo y tampoco sé dónde está. Ya se lo he dicho, yo nunca os he traicionado ni he hecho nada por ayudar a los diurnos.
—¿A no? Si no recuerdo mal en su primera misión impidió que Zack matara a uno, y la otra noche en el bosque estuvo con ellos. Díganos, ¿cómo sabía que había una misión si nadie de la Kraft le informó sobre ello?
No sabía cómo responder. Estaba claro que visto así parecía culpable, pero no lo era. No sabía qué fotos tenían para pensar que era una traidora, pero yo no había hecho nada.
—Zack por favor, díselo tú —pedí.
Él no me quitaba los ojos de encima. Parecía dolido, arrepentido, traicionado… Sabía que no me iba a creer, y mucho menos después de todo lo que le dije, pero tenía que intentarlo; tenía que salir de allí.
—Vayamos a hablar un momento afuera —le dijo su padre.
Zack pareció dudar, pero bastó una simple mirada de su padre para que los dos salieran.
No podía hacer nada. Tenía por lo menos a trece personas vigilándome de cerca. Solo me quedaba esperar y rezar para que Zack me sacara de allí.
Varios minutos después la puerta volvió a abrirse y por ella entraron Zack y su padre. Este último no parecía muy contento mientras que la expresión de Zack estaba ensombrecida.
—Última vez que se lo pregunto —se dirigió a mí—. ¿Dónde está el dispositivo?
—Última vez que se lo digo. No lo sé.
Sus facciones se endurecieron y llegó a mi lado. Un ardor en mi mejilla me hizo darme cuenta de que me había dado una bofetada. Le miré con los ojos bien abiertos sin creerme lo que acababa de pasar.
Todo el mundo estaba muy quieto. Vi a Zack tensarse, pero no hizo nada.
—Si no colabora tendremos que sacarle la información a la fuerza. No sé si sabe cómo funcionan aquí los interrogatorios, pero puedo adelantarle que no querrá comprobarlo en piel propia.
¿Me iban a hacer uno? Zack me dijo que torturaban y que le gustaba formar parte de ellos… Me negaba a pensar que me haría algo así, no sería capaz.
—¿No va a contestar? Bien, pues en ese caso empecemos. Zack hijo, ¿quieres hacer los honores?
Oh no, él no iba a hacer eso, no podía.
Tú le has hecho daño, probablemente quiera vengarse.
No quise hacer caso a mi consciencia y centré mi atención en él. Seguía mirándome, inmóvil. No parecía querer hacerme nada, pero tampoco parecía estar dispuesto a detener a su padre.
—Está bien, pues me tocará hacerlo a mí.
Tras sus palabras recibí otra bofetada y a esa la siguieron dos más hasta que se convirtieron en puñetazos. Mi cabeza se giraba cada vez que su puño impactaba contra ella. No me daba tiempo a que me doliera, cada vez que recibía un golpe al segundo ya me había vuelto a pegar.
Me negaba a llorar o a quejarme, me resignaba a hacerles creer que era débil. Zack siempre me dijo que fuera fuerte y no una miedica, pues ahora se lo demostraría.
—Sacadla de la silla —ordenó.
Sin soltar mis manos ni mis pies me quitaron la silla y me dejaron en el suelo. A penas un segundo después recibí una patada en el estómago que me dejó sin aire y me tumbó en el piso.
Mientras estaba ahí tirada recibí muchas más. Me mordí la lengua para no gritar pero el dolor era horroroso, sentía que iba a vomitar y que en cualquier momento me romperían alguna costilla.
Me agarraron del pelo y me levantaron la cabeza para darme más puñetazos. Sentí la sangre salir de mi nariz y boca para bañar mi cara.
—Te haces la fuerte, ¿eh? Pues veamos qué tanto lo eres —se rieron.
Noté que se colocaban detrás de mí pero no tenía fuerzas como para ver qué hacían.
Tiraron con fuerza de mi pelo haciendo que se me escapara un gruñido y me pusieron de rodillas, sin dejar de tirar de mis hebras, a punto de arrancarme el pelo.
Se oyó un ruido corto, y un segundo después un escozor horrible en mi espalda. Mi mente tardó en procesar lo que acababa de pasar, pero cuando me di cuenta entré en pánico: me habían dado con un látigo.
No pude reprimir las lágrimas de dolor pero seguía sin ceder a gritar, a quejarme o a suplicar por piedad.
Uno, dos, tres, cuatro… Conté en mi mente cada latigazo con la cabeza en alto. Yo no era culpable, no iba a agachar la cabeza como si lo fuera.
Mis ojos conectaron con los de Zack. No sabría decir qué había en ellos, esta vez no me dejaban saber qué sentía, pero yo tenía muy claro lo que yo sentía: odio. Él estaba ahí, viendo cómo me torturaban sin hacer nada.
Le sostuve la mirada concentrándome en sus ojos para olvidarme del daño que me estaban haciendo. Me centré en el dolor emocional para no sentir el físico, al contrario de lo que había hecho otras veces, y me permití sentir dolor jurando no volver a hacerlo; quería transformarlo todo en ira. Quería vengarme por lo que me estaban haciendo, y lo iba a hacer.
Treinta y cinco. Ese es el número de latigazos que me dieron.
Sentía que tenía la espalda destrozada. Me ardía y era consciente de la cantidad de sangre que bañaba mi cuerpo. No quería mirar cómo me habían dejado, podía hacerme una idea y no me gustaba nada.
—Esto no va a parar hasta que hables —el jefe me agarró con fuerza de la cara para que le mirara a los ojos. Se le veía que estaba disfrutando.
Me soltó con brusquedad y desató mis manos. Me agarró un brazo y lo llevó detrás de mi espalda. Supe lo que iba a hacer, sabía que tenía la intención de rompérmelo.
Vi a Zack dar un paso en mi dirección, pero le pusieron una mano en el pecho y se detuvo. ¿Eso era todo lo que necesitaba para detenerse?
Cuando toda la sala quedó en silencio, oí el crujir de mis huesos y mi brazo quedó en una posición antinatural.
Gemí de dolor pero me contuve todo lo que pude. Ellos empezaron a reírse de mi sufrimiento.
Me costaba respirar, me sentí vulnerable y humillada; solo quería que todo esto se acabara, que todo fuera una simple pesadilla y que al despertarme mi vida fuera normal. Quería tener una vida feliz, pensar que nada de esto era real.
Miré con súplica a Zack. Sabía que él no lo estaba disfrutando, le veía dudar, y su vacilación fue un detonante para mi ira.
Dos hombres llegaron a nuestro lado con un cubo lleno de agua.
Apenas tenía fuerzas para mantener los ojos abiertos. La sangre de mi nariz y los golpes en la tripa no me dejaban apenas respirar y los golpes en mi cara hacían que me mareara si me movía. La espalda me dolía a horrores, estaba segura de que me habían levantado la piel hasta el punto de dejar mis huesos al aire, y era incapaz de mover el brazo que me habían roto.
Cuando menos me lo esperaba, me agarraron de cuero cabelludo y metieron mi cabeza en el cubo. Me mantuvieron sumergida hasta que el agua se coló en mis pulmones y estos empezaron a arder.
Tuve más miedo que nunca; los recuerdos volvieron a mí.
Me sacaron de un tirón, y apenas tuve tiempo de coger aire cuando volví a estar bajo el agua.
Oía la voz de Betty, la veía. Sentía que estaba ahí.
Me agobié de una forma increíble y empecé a patalear. Mis gritos eran silenciados por el agua hasta que me quedé sin aire y volvieron a sacarme.
—¿Ya has tenido suficiente?
—¡Os vais a arrepentir de esto, os lo juro! —no reconocía mi propia voz.
Me tiraron otra vez al suelo. Se divertían tratándome como a un juguete.
Vi a un hombre de pie a mi lado. Levantó las manos y distinguí que sujetaba algo parecido a un machete en ellas. Lo bajó con violencia y este dio de lleno en mis costillas. Repitió la acción varias veces hasta que se quedó satisfecho. Supe que me había roto unas cuantas y me escandalicé ante la idea de que alguna pudiera perforarme un pulmón.
Antes habría preferido morir que seguir con aquella tortura, pero ahora quería aguantar, quería demostrar que no iba a aganar.
Gritar ya no era una opción; apenas tenía fuerzas para respirar. Mantuve los ojos tan abiertos como pude mientras seguía con la mirada al hombre que me estaba haciendo vivir un infierno.
—Ya es suficiente —escuché la voz de Zack. No sonaba muy convencido, parecía estar debatiéndose entre ayudarme o dejar que continuaran con mi tortura.
—No me digas que te has encariñado de ella —dijo su padre con burla—, ya sabes cómo es su familia. Ella es igual que el resto.
Cuando volvió a acercarse a mí vi lo que llevaba en la mano: una pistola de descarga eléctrica. Me iba a electrocutar, lo tenía claro.
Cerré los ojos esperando la primera descarga y esta no tardó en llegar. El hecho de estar mojada hizo que la corriente fuera más fuerte, sacudiendo todo mi cuerpo mientras sentía que me quemaban viva por dentro. Un sonido parecido a un quejido salió de mi garganta sin que pudiera evitarlo.
Esperé a la segunda, y llegó con más intensidad que la anterior.
Todo empezaba a volverse borroso. Las risas cada vez estaban más lejos y dejaba de ver esos ojos azules que tanto había amado.
Cerré los ojos esperando a la tercera, pero no sentí nada. Me esforcé por abrí los ojos para ver por qué se habían detenido, pero la habitación quedó a oscuras.
Se oyeron disparos y gritos. Alguien me cogió en brazos y estaba tan cansada que no me opuse ni me quejé. El cuerpo me dolía según corrían conmigo pero era incapaz de ver nada.
Me metieron a un coche y con cuidado me tumbaron en los asientos de atrás.
No tenía más fuerzas, pero quería saber quién me había sacado de allí, por lo que me obligué a hacer un esfuerzo y mirar a los asientos delanteros.
Vi el rostro de Jefferson cuando este se giró para mirarme. Me dijo algo pero no le entendí. La otra persona llevaba la cara tapada, pero fui capaz de diferenciar su silueta femenina. Cuando se dio la vuelta vi dos ojos castaños demasiado familiares.________________________________________
No voy a mentiros, me ha dolido escribir este capítulo. ¿Qué os ha parecido a vosotros?
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Resiliente [Trilogía Ramé #1]
RomanceAddison Carter tiene lo que se consideraría una vida perfecta. Lo tiene todo, incluso un oscuro secreto. Una rosa. Una flor que atrae por su belleza, su aparente bondad y pureza. Incita a arrancarla para poseerla, pero en cuanto la tocas te hiere co...