Capítulo 36.

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Tenía los ojos cerrados y la cabeza recostada sobre el pecho de Zack. Una de sus manos acariciaba mi espalda desnuda mientras que la otra agarraba mi mano. Era algo raro, debía de admitirlo, pero Zack estaba siendo cariñoso conmigo y me encantaba.

Abrí los ojos y apoyé mi barbilla sobre su pecho para verle. Él miraba hacia arriba, sereno y con una sonrisa en la cara, como si estuviese disfrutando de ese momento tanto como yo, claro está que en cuanto se dio cuenta de que le estaba mirando la borró.

—¿Puedes cantar?

—¿Cómo? —sus caricias se detuvieron.

—Que si puedes cantar para mí —le pedí.

—No canto con gente delante.

—Pero conmigo ya lo has hecho. Porfiii —hice un puchero.

—Solo si quitas esa cara, me da miedo —hice una mueca, ofendida, a lo que él sonrió—. ¿Por qué quieres que te cante?

—Me gusta, y he de admitir que lo haces muy bien.

—¿Es que acaso hay algo que se me de mal? —preguntó con arrogancia.

—Sí, el resto de las cosas —me miró mal y le sonreí inocentemente.

—Te gusta insultar a las personas, ¿verdad?

—No, solo me gusta ponerla en su lugar, especialmente si son como tú —le señalé.

—No vas a encontrar a nadie más como yo.

—Menos mal —bufé.

Sonrió y volvió a mirar al techo de la cueva. Sus dedos retomaron su tarea de trazar figuras abstractas sobre mi espalda y volví a posar mi mejilla sobre su pecho. Cerré los ojos para seguir disfrutando de aquel momento cuando su pecho comenzó a vibrar.

Estaba cantando, y lo mejor de todo es que estaba cantando para mí.

Reconocí la canción: Pillowtalk de Zyan. Podría sonar egocéntrico, pero sentía que estaba cantando esa canción por algún motivo, como si la estuviese cantando solo para mí.

—¿Nunca has pensando en ser cantante? Se te daría mejor que lo de agente secreto.

—Eso lo dices porque tienes envidia de que sea mejor que tú.

—Te dejaré pensar eso solo porque no me gusta destrozar los sueños de los niños.

Seguimos hablando un rato más. Yo le picaba y él trataba de hacer o mismo conmigo. Puede que me estuviese volviendo masoquista, pero me gustaba que fuese así, quiero decir, no que me tratara mal, sino que no se comportara como si fuera una reina, que no tuviera miedo de decirme las cosas a la cara; simplemente sentí que no se aprovechaba de mí, que no me estaba usando.

—No creo que quieras ir en moto así —dijo alcanzando su chaqueta para dármela.

—No tendría que ir así si alguien no me hubiera roto la ropa —le reproché.

—No me arrepiento de nada —sonrió con picardía.

Salimos de la pequeña cueva y andamos hasta donde habíamos dejado la moto.

—Quiero que algún día me enseñes a conducir una —le dije subiéndome a ella.

—¿Tú conduciendo una moto? Pagaría por verlo —se mofó.

Quedé sentada en el asiento de delante. La pata de la moto estaba puesta, por lo que estaba sujeta. Me imaginé cómo sería conducirla, y estaba tan absorta en esos pensamientos que no me di cuenta de que Zack se había subido detrás de mí.

Resiliente [Trilogía Ramé #1] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora