Capítulo 17

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Agustín cada vez que iba a hacer alguna gracia se tomaba el chiste en serio, casi tanto como el deporte. Conocía a cada uno de sus amigos en todas las circunstancias y bajo todo tipo de humores, por ende, sabía a la perfección que Seba y Santi en cuestión de tiempo y después de tragarse sus orgullos con un odio tremendo iban a hacer las paces. Por ello se adelantó a los hechos y aprovechó la complicidad de sus amigos y la ayuda de su precario Paint para editar una foto del finde semana. Una que evidenciaba las ausencias de los más problemáticos del grupo y que Agus supo guardar en su celular que tenía la capacidad de mostrar y sacar fotos plagada de píxeles marcados y una calidad cuestionable.

Apenas la profesora se fue a buscar unas actas a Preceptoría, aprovechó aquel lapsus para meterse en una discusión entre sus dos amigos que peleaban por quién ocupaba más lugar en la mesa. Agustín también sabía que cuando no tenían verdaderos dramas, buscaban motivos estúpidos para hacerse la contra en cuestiones blandas, plásticas, infantiles. Eso lo tranquilizó, lo bajoneaba mal cuando sus dos mejores amigos empezaban a gritarse, a prepotearse horrible por quilombos que poco sabía o entendía.

—¿Vos sos consciente del especio que ocupás cuando te ponés a dormir como un pelotudo? ¿Podés ser un poco más ubicado y no invadir mi lugar también? —cuestionó Santiago indignado a su compañero, mientras Agustín ponía una cumbia fuertísima sin importarle que la profesora les había avisado que en unos minutos volvía —¿Y vos qué onda? Apagá eso que nos van a cagar a pedo.

—Es Ese soy yo de Los Chicos de la Vía, vieja. No podés bardear así ¿qué te pasa? —se ofendió Agus, aunque de igual modo se giró y ocupó el poco pedazo de mesa que le quedaba a Santiago.

—Temón —coincidió Seba bailando apenas con sus manos en forma de pistolas que apuntaban al techo —En cuanto a vos, dejá de romperme los huevos. Mi mesa, mis reglas. Me siento como yo quiera así que shh —lo calló al ofuscado del castaño —Y si no te gusta, señor, se va por dónde vino.

—¿Qué? Ah bueno, yo no lo puedo creer. Cualquiera. Agustín ¿vos lo estás escuchando a este pajero? Sos un cara dura de primera. Esta es mi mesa, mi lugar —se sacó en tanto marcaba cuantos posesivos encontraba a su paso y veía que Agustín no pensaba salir a favor de nadie —Y el que vino a usurpar el lugar de Franco fuiste vos.

—Ey, a mí ni me metan en sus dramas se quejó el morocho cuando escuchó que lo nombraban.

—Bue, otro tibio como Agustín ¿Qué son? ¿Suiza? —se quejó Santiago y volvió a enfocarse en Sebastián que se reía a medias y tan cínico como siempre —Además, me decís que me vaya de acá cómo si pudiera, gil. Así que cerrá el orto y sentate como corresponde, ridículo.

—Pará, dejá de quejarte, nene, que nos sentaron juntos por andar a las piñas. Por culpa tuya estamos acá así que vos cerrá el orto y dejame en paz —finalizó por su parte Seba y se desparramó más todavía en el banco.

—Andá a cagar.

—Bueno, che, a ver si la cortan. Acá con los gurises los extrañamos un montón todo este tiempo. Salíamos y los únicos que faltaban eran ustedes dos —dijo Agustín como para terminar aquellos aires siempre espesos como siempre que mantenían conversaciones.

—Igual y los re teníamos presente —se sumó Franco y vio las caras malhumoradas de los conflictivos de siempre.

Made in Agustín Gambandé, mamitos —se enorgulleció, en tanto les mostraba la foto de la ultima salida a Puebla en donde estaban todos menos Santiago y Sebastián que se hallaban representados como monigotes de trazos gruesos y desprolijos.

—Che, Estévez, hay que decir que te dibujaron bien. Igualito estás —señaló Seba la pantalla del celular en donde se veía una figura de cejas fruncidas, anteojos enormes y gestos enfurruñados.

Detrás del odioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora