Capítulo 40 parte 3

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Entonces se fue al Lago para que el agua le arrancase las migrañas o que el olor a eucaliptus le quitase el ensimismamiento. A eso de las dos o tres de la mañana cuando ofició lo suficiente de madre. Una vez que acurrucó todo lo que debía a Santiago hasta que se le pasaron los espasmos de la fiebre y se durmió entre frases donde le pedía que por favor no le dijera a nadie, ni a su hermana, ni a sus amigos, ni a los vecinos. Una vez que pudo disimular para que no se le notaran las preocupaciones cuando llegó Valentina y se encontró con la casa en un cementerio.

Ya en la ruta abrió las ventanillas para que le diera el aire de invierno en la cara. Necesitaba salirse de la cabeza, no era buena para enroscarse en pensamientos. Le salía bien sacarlo a su marido cuando entraba en un sinfín de dramas sin solución: como la plata que no alcanzaba, como las maniobras que tenían que hacer para que los nenes -en ese entonces- no percibieran la crisis económica del gobierno de turno, como que a Juani se le escapaba la hombría cuando veía que ella ganaba más en su laburo de administradora reciente.

¿Qué hizo mal?, ¿en qué se había equivocado? Si desde siempre les dio amor, procuró que nunca faltasen a la escuela, les predicó las buenas costumbres con la palabra y la acción. Permitía como pocas madres que Pilar o Agustín se quedasen a dormir. Pocas veces alzaba la voz, nunca les levantó la mano, salvo cuando Santiago la desafió alguna que otra vez, pero cómo calmar los aires de esa criatura. Un poco culpaba a los astros que lo determinaron escorpiano, pero tampoco que creía tanto en eso. Era que había sacado el genio enturbiado de Juan Manuel Estévez.

Apretó con fuerza los dientes y los sintió chirriar, por eso usaba una placa todas las noches. No había podido salirse de la cama por un buen tiempo cuando lo del marido. Por suerte sus amigas la levantaron, las madres de los amigos de los chicos estuvieron ahí pasar llevarlos a la plaza, a los cumpleaños, las fiestitas. Le reacomodaron la rutina mientras ella por un rato, un ratito procuro encerrarse y destrozar la mitad del dormitorio que compartía con el hombre de sus sueños. Le gritó a la nada, le pegó a la ropa inerte, persiguió a una sombra joven que la abandonó de un día para el otro sin dejarle un manual de instrucciones que le dijera cómo criar a los hijos cuando uno de los dos se moría de la peor manera y sin siquiera llegar a los treinta y cinco años. Qué hacía con los sueños, todos los proyectos. Qué hacía con los quinces de Valentina, con la primera comunión de los dos, con los campamentos educativos, con el primer día de secundaria, con el último, qué pasaba con las graduaciones, y si se casaban qué ocurría con esa silla vacía, y si los nietos y si la vida. Cómo podía ser que los días se le fueran sin él, sin el olor de él, sin la voz de él, sin la seguridad de él. Liliana podía con todo, pero quería que Juani estuviera ahí para recordárselo cuando anduviera distraída.

Cuando él se fue Santiago tuvo que aprender a cocinar. Capaz el día que se volvió ducho en la pastelería a tan temprana edad debía decirle algo. Quizás lo llenó de responsabilidades de ama de casa que ella no pudo ocupar y eso lo hizo recular en sus gustos. Tal vez tantas mujeres en la casa. La ausencia de hombres en la vida familiar ¿Dónde estaban los referentes masculinos de Santiago? ¿A qué hombres miraba para copiarles el buen vivir?

Se destrozó los dedos mientras apretaba el volante. Tampoco disponía tanto tiempo para estar afuera de la casa. Santiago y Valentina no tenían que saber que se fue a mitad de la noche de los insomnios a buscar consuelo en el lugar donde tuvo la primera cita con el padre de estos. Qué difícil se le hacía ser funcional cuando la desgracia le tocaba la puerta. «Qué ganas, Juani, de que tengamos veintipocos de nuevo y que mi preocupación sea que te des cuenta lo que me gustabas, pedazo de pelotudo», se puteó mientras manejaba sin culpas por apretar un tanto fuerte el acelerador.

Sacó una manta del baúl y se tiró en las piedras húmedas por el rocío de invierno. Si estiraba un poco más los pies se mojaba con el agua tranquila y sin espamentos. Cómo le gustaba El Lago para ver las estrellas. Pensó que qué bendición la noche sin luces de la ciudad. En cuál de todas las galaxias existía una historia de amor como la que tuvo, pero con otras alternativas. Sin sus errores, sin la leucemia, sin las peripecias que volvieron distinto a Santiago. ¿Cuál de todas sus equivocaciones lo volvió así?

Trató de borrar la imagen de esa novia que durante dos años la llevó una y otra vez a la casa. No podía imaginarlo con un chico. «Que no le gusten las mujeres no significa que le gusten los hombres», se dijo y al segundo se dio cuenta de lo negadora que podía volverse. Sin embargo, los amaba. Así tal cuales, a él y a Valentina. Supo que el amor no le alcanzaba para olvidarse de ella misma, cómo explicaba si le preguntaban, cómo fingía que debía ser lo mismo un novio de Valentina que uno de. Uno de. Dónde debía guardar las discusiones que imaginó con la futura mujer de Santiago. Dónde meter sus sueños por convertirse en una buena suegra y no devenir en el estereotipo de suegra mala tan protagonista de chistes pésimos. Y, sin embargo, los amaba, sin embargo, lo amaba, pero cómo arrancarse el desasosiego, el ahogo ante tantas preguntas sin resolver, ante el miedo por la gente, ante el temor de ser ella quién más lo lastimase.

—¿Sabés cuántas estrellas fugaces pasaron desde que llegamos?

—Un montón, pero no me cambies de tema, Estévez, mirá lo sola que me dejaste —dijo mientras sentía que se adormecía con el ruido del agua estanca a pesar del frío.

—Y seguís sin pedir deseos.

—Ni tiempo tengo para eso... —reflexionó y se limpió las lágrimas mientras miraba el vaho que le salía de la boca.

—Eso es porque a vos te salen siempre bien las cosas. La gente exitosa no necesita de la suerte...

—No me delirés, que me sería de mucha ayuda que estés por acá... —pidió en tanto hacía lo imposible para que no se le cierren los ojos. Cuánto frío, qué bronca cómo lo chorreaba la nariz. Pensó que haber sabido que se la iba a pasar llorando a orillas del río se traía consigo pañuelos.

—No te olvides que son buenos chicos.

—Ya sé —se quejó con las manos y los pies demasiados adoloridos por el frío. Tenía muchas ganas de ver el amanecer ahí. Volver a la mañana bien entrada con Juani. Que su presencia no fuera una urgencia en lugares. Un día sin alarmas, sin tantos frentes que cubrir para ella sola, cuánta energía desperdigada por ahí. Un poco para Santiago, otro poco para Valentina, otro para la ausencia, otro para vivir, y así —Solo necesito tiempo, procesar sin lastimar a nadie, mucho menos a los nenes, viste como soy y viste como son ellos. Confío que me va a salir...

Tuvo la suerte de llegar a la casa y que nadie la viera. La recibió el gatito entre piruetas y ronroneos. Lo levantó del suelo y se lo llevó para dormir con él. Las vibraciones tranquilas del animal le contagiaban el ánimo. «Qué tanto tendrá que ver este animal con lo que le pasa a Santiago. Mirá que se me escaparon varios detalles, pero no todos.», se sonrió antes de dormirse a media hora que le sonase el despertador. 

Hola, hola! Hasta acá la mini maratón después de desaparecer tanto tiempo. Nos leemos en dos semanas. Van a ser más espaciadas las actualizaciones porque ya empiezo a trabajar muchas horas. Estoy contenta porque tomé muchas horas cómo profe y eso es algo que siempre quise. Es la primera vez que puedo vivir de lo que me gusta (en fin ya apago el momento ventilador).

Gracias a los nuevos lectores que se animaron a comentar. Por favor no dejen de hacerlo. No saben la cantidad de nuevos lectores que sumé en estos días que salieron tantos comentarios. Recuerden que wattpad muestra las historias en los inicios que más interacciones tienen por dentro. Así que dale, dame una manito, es solo un comentario como gracias y ya :).

Los ama siempreeeeee

Mei

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Detrás del odioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora