Su cabeza ya no era tan dañina, no lo perseguía tanto con malos sueños, no frecuentaban voces que le decían todo lo malo a jornada completa. Algo se había roto para mejor y no sabía qué y al mismo tiempo era consciente. Liliana ya no suspiraba en pasillos ni en dormitorios, sonreía seguido, bastante. Aunque, un poco creía que no tenía nada que ver con eso último. Se había acostumbrado a los chistes de Valentina y de Candela, a las miradas de curiosidad y de un poco de vergüenza de Agustín, quien todavía no se creía y se creía lo que ocurría con el mejor amigo. Santiago hacía lo imposible por no darle el gusto que los pescara en el momento exacto.
Todavía no le salía mirar a la cara a Franco, Tomás y Mateo. Se perseguía con suposiciones donde imaginaba una vida sin ellos por las burlas. A veces, en pleno recreo pensaba en decir, en contar y después se arrepentía. Lo miraba a Sebastián que le levantaba las cejas como en señal de algo, de algo que pretendía darle fuerzas, pero el atrevimiento no le llegaba. Se retorcía las manos y miraba a un punto ciego mientras se adentraba en caminos de la mente que procuraban asustarlo y mucho. Ahí era cuando sentía el hombro del rubio que lo empujaba apenas y se le iba el escenario trágico de la cabeza. Ni se le ocurría mirarlo a los ojos, con tenerlo cerca le alcanzaba.
Ahora que Valentina y Agustín sabían se podían ver más seguido. Las mentiras de los otros se acoplaban a las suyas, armaban planes inexistentes entre todos para que el chico pudiera asistir a la casa de los Estévez sin retos de Joaquín. Santiago lo sentía golpear la puerta, se la abría, se daban el saludo de apretarse las manos para que vieran los vecinos y cuando se metían en su casa se quedaba a la espera del beso de Sebastián.
Trataba de recibirlo con meriendas distintas cada vez que se aparecía, todo lo que no salía decirle ni comentarle con palabras lo transformaba en comida. No sabía por qué hacía eso, pero de lo que sí se daba cuenta era de la sonrisa del chico cuando veía todo el despliegue en la mesa. Una de esas tardes lo vio reírse de más y ahí sí que se le dio por saber.
—¿Qué?
—¿Y las medialunas? —le preguntó Sebastián y Santiago lo vio morderse la boca como siempre hacía para contenerse una burla y en realidad era que tenía una parva de comentarios de doble índole para tirarle, sin embargo, se contenía, siempre se contenía.
—No había —mintió porque ni siquiera existía la panadería. Se sorprendió un poco porque no lo conocía exigente con los preparados que le armaba.
—Yo pasé recién y había un montón.
—Ah, ¿y por qué no compraste entonces? —dijo como para no dejarse amedrentar, pero igual pudo sentir como se le ponía roja la cara.
—Porque no son ni parecidas a las que hacés vos.
—¿Cómo? —dijo mientras veía al chico meterse un pedazo de bizcochuelo de limón entero en la boca. Lo vio hacer malabares para no reírse y eso a él no podía darle más malhumor.
—Ese día que tu mamá fue hasta la veterinaria para ayudarme con Perri me contó que a las medialunas y a un montón de cosas que parecen de panadería las hacés vos. Ya lo sabía desde hace un montón —le explicó apenas pudo y le salió una risotada cuando Santiago se tapó la cara mientras puteaba sin sentido.
—Mi mamá no puede más de boluda, por Dios —se embroncó en tanto escuchaba las risas de Sebastián y se desentendía de los intentos de abrazos del pibe.
—No es para tanto, tarado... —le dijo mientras le agarraba las manos y se las sacaba de la cara —Si desde siempre sabemos que hacés todo bien —le aseguró mientras se reía y le hablaba tan cerca que casi no le salía respirar.
—No es verdad —se empacó un poco.
Desde la charla que Sebastián tuvo con Agustín, desde que se empezaron a ver más seguido, desde que sumaban meriendas, desde que se hablaban por mensajes después de la escuela, desde que se acostaba con un «buenas noches» y se levantaba con un «buenos días», se notaba vestido a base de telas ligeras y lo percibía al chico con la risa y la sonrisa al alcance.
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Detrás del odio
RomanceEn la provincia de Entre Ríos, Argentina, Santiago y Sebastián han compartido trece años de amistad en el mismo grupo, pero también una rivalidad extrema que parece inexplicable. En realidad, detrás de su constante antagonismo, ambos ocultan un sent...