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Pocas cosas tenían menos sentido como Sebastián corriendo para donde había disparado Santiago. Franco se enfocó en Mateo y Candela que discutían y en Agustín y Tomás que mostraban más sorpresa que él mismo. No había sentido en ninguna posible historia entre la novia del Colo y en quien creía su amigo más cercano. Se llevaban horrible desde siempre, en realidad Candela se llevaba mal con el grupo completo, salvo con su novio por razones obvias. Lo más desconcertante era: ¿cómo encajaba Sebastián en aquel entramado? Lo preguntó en voz alta y el más tranquilo del grupo concluyó en lo obvio.
—Santi lo ayudó con las previas y seguro le va a dar una mano en todas las materias. Le cuida al gato. No sé, me parece que era obvio que le iba a creer al Santi.
—¿Y vos a quién le crees? —quiso saber Franco ya en voz baja por la llegada de la docente.
—Qué sé yo. No entiendo nada.
—A mí Vale no me contó nada. Ni en pedo el Santi tiene onda con Candela, pero cualquiera que la hable más a ella que a nosotros.
—Qué haga lo que quiera ese salame. Mirá si lo vas a andar celando —se quejó Franco chistando por lo bajo.
—Yo no lo celo, por lo menos no ando atrás rogándole que me vuelva a hablar —se empacó Agustín.
—Andá, ¿querés? Si la Vale misma es la que te está diciendo todos los días que cuando vayas a su casa le dejés de rogar para hablar al otro pelotudo. Cara dura —volvió a enroscarse y más cuando Agustín le hizo un montoncito con la mano y le entornó los ojos como creyéndose la gran cosa. Trató de concentrarse en la profesora que garabateaba fórmulas en el pizarrón y pasaba por alto el cuchicheo de medio mundo.
Miró de reojo cuando vio entrar a Santiago. Se disculpó con la docente y está hasta le sonrió. Ahora que ni se hablaban le daba bronca la diferencia que hacían todos con el chico. Parecía más tranquilo que cuando se había ido, pero tenía los ojos un poco rojos como si hubiera llorado. Cada vez entendía menos. Se sentó atrás suyo y lo escuchó hablar contundente y grave con Mateo. Siempre que hablaba lograba convencer o intimidar a cualquiera. A cualquiera menos a Sebastián, ahora entendía por qué justo con él se llevaba horrible. Cómo hacían ahora para llevarse bien, ahora que Santiago parecía más inestable y malhumorado que nunca.
—Pensá lo que quieras, Mateo. La conocés poco a tu novia si flasheas que podemos andar en alguna. Estamos distanciados, pelotudo, pero eso no te da derecho a desconfiar así de mí —concluyó con los aires que lo caracterizaban.
—¿Y por qué estás distanciado de nosotros? —se giró Franco sin pensarlo, lo único que quería era una respuesta.
—No lo van a entender.
—Ah, claro, me imagino que Sebastián sí —ironizó desbordado en sarcasmo y celos.
—Tomatelas, Franco.
—Santiago —lo reprendió Candela.
—No, dejalo, listo, amigo, quedamos así —sentenció el morocho y con sus palabras se sumergieron todos en un silencio incómodo y tenso.
Al rato llegó Sebastián, la profesora le preguntó dónde había estado, le tachó la asistencia completa y la corrigió con una media falta. Un par de retos, de advertencias y palabras que el rubio ni le devolvió.
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Lo primero que hizo cuando recibió el mensaje fue masajearse ambos lados de la cabeza, bien a la altura de la sien. Algún día iba a pasar. Se lo imaginaba, pero no esperaba que en tan poco tiempo debía prepararse para las consecuencias de la información que Santiago le había arrojado entre llantos y vómitos en pleno baño. No podía ser. Podía ser. Su intuición nunca fallaba o tal vez sí. Aquel último tiempo no paraba de acusarse como la peor de las madres. «¿Puedo invitar a un amigo a casa?», por qué preguntaba si nunca lo hacía, por qué aclaraba, por qué especificaba.
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Detrás del odio
RomansaEn la provincia de Entre Ríos, Argentina, Santiago y Sebastián han compartido trece años de amistad en el mismo grupo, pero también una rivalidad extrema que parece inexplicable. En realidad, detrás de su constante antagonismo, ambos ocultan un sent...