Ese lunes Santiago dejó de escuchar al médico cuando le confirmó lo que ya sabía por su cuerpo sin fiebre ni mocos. «Todo listo para volver a la escuela, incluso si querés ahora, no hay problema, cuanto antes mejor para no perder más clases», todo eso junto y sin hilos de por medio, así lo percibió Santiago que se encontraba con su humor oscuro desde que suponía lo evidente. Había fantaseado con la idea de que su madre lo dejase faltar. Eran las ocho de la mañana, ya hacía una hora que la jornada escolar había comenzado. En su cabeza no tenía ni un sentido reincorporarse en ese mismo momento. Bufó indignado y su madre lo miró severa. Todavía seguía enojada por los modos prepotentes, aunque se le había pasado un poco cuando lo notó tan decaído, al punto de pedirle a la hermana para que durmiera con él. Trató de indagarlo, pero nada motivó a su hijo que se abriera, aunque sea un poco y sacarle la preocupación que Liliana llevaba consigo hacía semanas.
—Pero, Santiago, desde cuando no te gusta ir a la escuela, justo vos, mijo, tan aplicado, venís a hacer berrinches ahora con diecisiete años, dejá de embromar, ¿querés? —se quejó ante el silencio ceñudo del adolescente que solo miraba al frente. El humor le había empeorado cuando Liliana sacó, del baúl del auto, el uniforme planchado y perfumado. No había más excusas. Aquel lunes debía volver.
—No es que no quiera volver. Me da paja. Chau —se despidió, pero su madre lo agarró de la muñeca para frenarlo.
—Ah, no, vos estarás muy enojado, pero sin un beso no te vas a ningún lado, señorito —lo reprendió y le mostró la mejilla, se río cuando el chico con la peor de las energías le dio un beso distante y entornó los ojos —Te amo con todo mi corazón, no te olvides de decirle lo mismo a tu hermana de parte mía —le encargó y se conformó con el gesto indignado y cansado del hijo.
Llegó en el momento exacto del primer recreo. Se sintió un extraño en esos pasillos que lo vieron crecer desde los doce años. Tuvo la suerte de no encontrarse con ninguno de sus amigos, ni enemigos, pensó y se rió en sus pensamientos de nervios y de gracia genuina. Sentía la garganta seca y el corazón a un pulso lento pero potente. Respiró hondo y ni el abrazo de su hermana, que lo encontró en uno de los tantos rincones del colegio, alcanzó para tranquilizarlo. No quería cruzárselo, no quería verlo, no quería sentarse al lado, no quería percibir el cansancio y las ganas de dormir del chico, no quería escucharlo, no quería prestarle atención. Planificó posibles respuestas, posibles gestos, posibles reacciones, pero todo el guion se le escapó de la cabeza cuando entró al aula y lo vio entre apuntes y libros con Candela. No se hablaban, el pibe solo atinaba a escribir un número tras otro en su hoja y la chica a tachar o dibujar tildes con una lapicera roja. Se enfocó primero en Cande que lo recibió con el dedo en alto a modo de fuck you, trató de mirarlo a Sebastián, pero no le salió, prefirió centrarse en la piba que buscaba pelearlo de una manera que consideró simpática y no sabía por qué.
—Este trimestre te voy a romper el orto con mi promedio, forro —dijo y lo abrazó cuando Santiago se le acercó para saludarla.
—Seguí soñando, ridícula —le respondió en tanto hacía un esfuerzo enorme porque no se le notasen los nervios que le salieron apenas lo saludó a Sebastián con un apretón de manos. Uno que podía darle a cualquiera de sus amigos, a cualquier varón que se cruzase. Tampoco le salió mirarlo esa vez, se pudo detener apenas en sus aires alejados de siempre y le bastó para saber que le convenía no observarlo más —¿En qué andan? —preguntó, aunque solo se concentró en Candela.
—Muy tranquila por estos lados, así lo tengo todos los recreos, felicitame por hacer mejor tu trabajo, mi amor —le informó Candela mientras chasqueaba los dedos.
—¿Cómo te aguanta Mateo? —le preguntó Sebastián y la empujó apenas. Agradecía la presencia de la piba en aquel momento. No tenía ganas de soportar las reacciones de Estévez solo. Prefería a la chica que los detestaba a los dos por igual.
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Detrás del odio
RomanceEn la provincia de Entre Ríos, Argentina, Santiago y Sebastián han compartido trece años de amistad en el mismo grupo, pero también una rivalidad extrema que parece inexplicable. En realidad, detrás de su constante antagonismo, ambos ocultan un sent...