Capítulo 31 (parte 2)

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—Ok —respondió Santiago a secas con el corazón que le bombeaba estridente en el pecho. No miró a nadie cuando habló, pero sabía que quien debía darse por aludido lo haría —Ya vengo —avisó y se perdió por el pasillo que daba al baño.

—Otra vez, ¿qué le pasa a este? —preguntó Valentina acostumbrada pero cansada a los modos del hermano —Hola, Seba, perdón, ni te saludé —se disculpó.

—Es por el tiempo para las previas, seguro —lo excusó Sebastián.

—No entiendo —comentó la menor de los Estévez.

—Claro, amiga, por el tema que a este boludo le queda poco tiempo para rendir las materias esas que tiene. Santiago es un obsesivo, pero tiene razón —se apuró a explicar Candela y no entendió por qué de la nada le salieron ganas de socorrer a esos dos. Notaba raro el ambiente, no paraba de atar cabos que daban y no daban en el blanco a su juicio. Era la primera vez que Sebastián no la molestaba ni le hacía chistes por decirle delante de otras personas que era un boludo. Pensó que eso era por tener la cabeza en otras cosas.

—Ay, bueno, boluda, pero no puede ser tan ortiva. Miramos la novela y nos vamos. Tampoco que vamos a hacer tanto ruido —se quejó Vale y no pasó por alto las señas que le hizo Tamara detrás de Sebastián. «No hay mal que por bien no venga, capaz en una de esas ahora se le da la pesada de Tami».

—No pasa nada, yo ya me voy —explicó Sebastián.

Tenía ganas de buscar al chico para pedirle perdón por algo que no sentía que debía y salir de ahí para dejarlo solo. En realidad, sabía que hacer eso era lo correcto, lo que él deseaba era sacar a Valentina y sus amigas de ahí. Tener otro momento como el de unos minutos atrás con Santiago y seguir con las matemáticas de años anteriores para recuperar a Perri.

—Che, qué onda este gatito —dijo Tamara con Perro entre las manos. Era la primera vez que podía cruzar palabras con el pibe que le copaba desde siempre. Ahora que lo veía tan de cerca estaba segura que era más alto y más lindo de lo que parecía cuando se lo cruzaba en el patio de la escuela.

—Lo adoptamos con el hermano de Vale —le contó y le gustó pluralizar aquel hecho porque, al fin y al cabo, así había sido. Recordó cuando le pasó la dirección de la veterinaria y esa vez que se ofreció a cuidarlo después de las rabietas de Joaquín.

—¿Cómo se llama? —fingió que no sabía aquel dato por pasarse todas las tardes en esa casa y a pesar que el animal llevaba un collarcito rojo con chapita. Era su momento, pensó cuando vio que todas las amigas se fueron para el comedor, prendieron la tele con el volumen bien fuerte y la dejaron sola con Sebastián.

—Perro, pero le decimos Perri —contó, aunque tenía la atención puesta en el pasillo. Tamara le parecía piola pero no tenía ganas de hablar ni con ella ni con nadie en ese momento.

***

Santiago estaba seguro que el agua del planeta se iba a terminar por su culpa. Se mojó el cuello y la cara con la ilusión de sacarse de encima el susto, la desesperación, la ansiedad, pero por sobre todas las cosas, el calor. El calor que no podía apagar en ninguna parte de su cuerpo. No recordaba una sensación igual. Se iba a morir. Estaba seguro y si eso pasaba en ese momento le parecía bien. Con tal de no enfrentar el batallón de temores y angustias materializados en personas, le resultaba positiva aquella exageración.

Se miró al espejo y se vio con la cara roja, el aire apelmazado que le salía de la boca, los ojos azules eléctricos bien abiertos y llenos de lágrimas. «Perdón, perdón, perdón, perdón, perdón», susurró bien por lo bajo mientras se apretaba la cara con la toalla de mano. Le dolió el pecho cuando identificó que el destinatario de las infinitas clemencias no era otro que Juan Manuel Estévez, incapaz de escucharlo, incapaz de verlo, incapaz de estar allí. Necesitaba una respuesta, su respuesta. El silencio del baño lo ayudó a respirar hondo tantas veces hasta serenarse y cuando lo hizo salió al pasillo. Se sorprendió de lo rápido que podía componerse, se consideraba un experto en fingir y eso lo asustó. Era por ello que nadie podía dar en el blanco con el origen de sus furias. Caminó hacia la cocina hasta que Valentina lo frenó.

Detrás del odioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora