A Sebastián le pareció re loco verlo ahí, pero el impacto no le nubló ningún sentido. Estaba más consciente del presente que nunca. Sabía, porque lo conocía que no venía a decirle la gran cosa, pero no le resultó menor, después de los cruces, de las rabias y las piñas. Se sonrió apenas ante ese espectáculo, el de tenerlo ahí con la evidencia de miles cosas por decirle en la cara. Esa que Sebastián miraba hasta el cansancio con la cuartada segura de que nadie iba imaginarlo haciendo tal cosa. Si se odiaban, si no se podían ni ver.
Ahora podía darse un poco el lujo porque carecían de audiencia. Se concentró en los azules esos altivos y tajantes para todos menos para con él, que siempre se enfocaban en los suyos con el bochorno de unos recuerdos raros. Unos que nunca lo dejaban dormir bien a Santiago y a Sebastián en cambio sin problema alguno. Muy poco le importaba lo que pensara el resto, si algo tenía claro el rubio era que no podía impresionar a nadie. Aquel verbo le dolía más de lo que se detenía a pensarlo. Mucho no esperaban de él, esa era la realidad.
—No la hago difícil, chabón. Ponete a hablar de una vez —cortó Seba, en tanto lo veía rebuscarse entre frases que no le salían. Admitió que un toque le cabía verlo sin saber qué decir al pibe más inteligente de su escuela. Como nunca Santiago no tenía una respuesta para darle —A todo esto ¿qué onda el Joaquín que te dejó entrar? Alta piña le habrás dado —lo jodío, pero al castaño no le llegó el chiste.
—Bue, callate la boca que vengo a decirte algo serio —se indignó. Le parecía patético cuando se refería a su viejo por el nombre, casi tanto como cuando lo llamaba Estévez. «Re que antes no me decía así», pensó.
—Estás en mi casa así que esos humitos de cuarta me los bajás —le ordenó y aunque en su cara se plasmó la misma indiferencia de siempre, por dentro no le entraba tanto regocijo.
—Qué insoportable, la puta madre —se descargó igual Santiago, en tanto se enfocó en la malla de su reloj para desentenderse de los gestos sobradores del pibe —Mirá, estuve pensando... y me parece que no da poner a los gurises en el medio siempre. La pasan como el orto y no tienen nada que ver. Además, los obligamos a elegir bando, a que me ignoren y todo eso porque vos sos un idiota que me molestás por lo bajo y yo soy alto pelotudo que me enojo y me expongo. Entonces, vos terminás bien parado y yo como un forro de mierda. Uff, de solo decirlo me acuerdo y más bronca me da —se descargó con su malestar renovado.
—El que te escucha va a pensar que vos jamás me molestás —dijo Seba y lo miró con resentimiento. Todavía le jodían sus frases de mierda y ni qué hablar de las piñas.
Observó como Santiago se acomodó los lentes y se pasó la mano por el pelo. Odió pensar, incluso en ese momento, que tenía la capacidad física e intelectual de manipular a cualquiera. Le jodío saber que en esa categoría entraba él. Incapaz de ser inmune a las habilidades del chabón.
—Si hacemos la cuenta vos ganás por goleada. Me sacaste el banco, me jodés con Celeste, con mi novia, me molestás delante de Pilar y me pinchás con un montón de cosas más de las que vos sabés muy bien y no da... Si existiera un molestómetro olvídate que con vos revienta —se enredó entre hipérboles tras tanta bronca e indignación.
—¿Molestómetro? —preguntó con una media sonrisa cargada de consternación. Miró de arriba abajo al pibe que se hallaba apoyado en su puerta con la arrogancia y la petulancia de siempre —Che, y cómo mide tu termómetro de mierda cuando me decís que los pibes se juntan conmigo por lástima o por guita ¿eh? ¿ahí no explota? —cuestionó en tanto se levantó del escritorio para acortar un poco las distancias —Nunca conocí a nadie tan hipócrita como vos. Nunca. Y mirá que tengo los viejos que tengo.
—Ahí estás de nuevo —le restregó con bronca sin dejarse amedrentar cuando Sebastián apoyó el brazo en la pared tan cerca de la puerta y de su cabeza. Santiago no sabía si odiaba más al pibe o a la altura de este —Vos y tus indirectas de mierda me tienen harto. Sos infumable. Tan infumable.
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Detrás del odio
RomanceEn la provincia de Entre Ríos, Argentina, Santiago y Sebastián han compartido trece años de amistad en el mismo grupo, pero también una rivalidad extrema que parece inexplicable. En realidad, detrás de su constante antagonismo, ambos ocultan un sent...