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Casi todos los días en la escuela, Valentina le dejaba la cámara digital plagada de fotos con Perri y Santiago como protagonistas. Le llevó un tiempo admitir que esperaba ese momento donde aparecía la chica y le entregaba aquel artefacto gris metálico, cargado de imágenes que lo ponían contento cuando estaba triste y solo en su casa. Llevaba más de una semana sin internet, sin celular, sin guitarra y casi sin poder ver a sus amigos por fuera de la escuela. Más allá de las horas de estudio, a sus días los llenaba con las numerosas fotos que le regalaba Valentina. Se reía cada tanto con cada escena que se le aparecía. Le gustaba detenerse en las que aparecía Santiago más de lo que podía asimilar. En todas se veía pálido, con ojeras, los ojos apagados, pero con una sonrisa suave cuando se ponía la panza diminuta y peluda de su mascota contra la cara. Nunca parecía darse cuenta de que la hermana le tomaba esas fotos o si lo percibía, Sebastián estaba seguro que no tenía idea de a quién le mostraba Valentina el contenido.
La mayoría de las veces se hallaba con ropa de entrecasa y sin lentes. Aquel detalle lo llevó a pensar en todo el tiempo que hacía que no lo veía sin los anteojos puestos y con esos aires dejados. Se bajoneó de saber que solo andaba así cuando estaba con la familia o la novia. Él solo lo veía en la escuela o en alguna que otra joda a la que ambos asistían o una reunión con los de su grupo de siempre. Nunca de entrecasa, nunca en lo más íntimo de sus días. Desde que se había animado a darle ese beso, su cabeza deambulaba por lugares extraños. Como si de un momento a otro, varias barreras se cayeron ante sí y se le aparecían anhelos o pensamientos que nunca antes se le habían ocurrido. Culpó en parte a las fotos, porque no solo miraba las que Valentina le sacaba a Perri, sino todas las que aparecían en la memoria de la cámara. Sabía que aquello estaba mal, pero era tanto el aburrimiento y las ganas de saber más del amigo de sus mejores amigos que no se dejó intimidar por la culpa. Se miró cada carpeta que se encontraba y se ponía raro y triste cuando de la nada aparecía una de la novia. De todo lo que más lo amargaba, los videos, encabezaban aquella lista.
—Hola, ¿tengo el novio más lindo del universo? —se escuchaba la voz de Pilar en un video que no la mostraba y que solo enfocaba a Santiago que cebaba mates, sentado en la mesada de una cocina que Sebastián no conocía y supuso que era de la familia de ella. Se lo veía distraído, con ropas y vibras apesadumbradas —Obvio que sí —se contestaba ella, para luego aparecer en el plano que la mostraba dándole un beso tras otro al chico que se los devolvía, pero con desgano. Sebastián trató de convencerse mientras miraba esa secuencia que el chico no quería estar ahí o sí, pero que la emoción no se le notaba en ninguno de los gestos. Nunca parecía involucrado o a gusto en nada, a excepción de las imágenes que lo reflejaban con la madre y la hermana. Solo ahí aparecía tranquilo y con expresiones alegres que le resultaban creíbles. Sin embargo, apenas convencerse de aquello volvía a llenarse de dudas. «Seguro flasheo, seguro es re feliz este pajero de mierda con la pibita esa».
Miró aquellas imágenes en su computadora y le molestó reconocer la belleza de la chica. «Obvio que una piba como ella va a estar con el forro de Estévez», se dijo y lo puteó unas cuántas veces más sin saber bien por qué. Pensó con rabia que tanto Pilar como el castaño eran perfectos. Tal para cual. Él uno para el otro. Dos muñecos de torta. Ella delgada, menuda y bien proporcionada, los pelos rubios, largos, bien lacios pero ondulados en las puntas, los labios rojos abultados, los ojos oscuros y bien grandes, la nariz diminuta y perfilada. Bufó frustrado. Ni siquiera tuvo ganas de fijarse en él, ya se lo sabía de memoria. No tenía intenciones de amargarse más el día, pensó, antes de sobresaltarse con la voz de su padre.
—Sebastián, eso no se hace, seguro que ahora pensás que quedás como el gran machito, pero no, hijo... —le dio su parecer Joaquín al encontrarse con el chico, embobado ante la foto de la que parecía la novia del amigo que venía a enseñarle matemática.
—¿Qué? —preguntó más extrañado que asustado. «Este último tiempo no hice muchas cosas de machito que digamos», pensó con un poco de gracia.
—Yo no tengo casi sesenta años al pedo, pendejo —lo chicaneó a las risas y un tanto orgulloso a pesar de lo contrarias que sonaban sus palabras —Vos te querés mover la minita del gurí ese que te viene a dar particular —sentenció y se rió de ver al descubierto a su hijo, que por primera vez, lo miraba con algo de expresión en la cara.
—¿Qué? —volvió a preguntarle asqueado por la camaradería forzada que pretendía usar su padre.
—Pero es así, mijo, en algo tengo que darte la razón. Al final es la ley del embudo, siempre la más linda con el más boludo —dijo entre dichos con rima y todo, tan confiado en la comedia de sus refranes.
—De una, Joaquín, si vos decís —le siguió la corriente entre ironías y con la cara más seria que nunca. Supo allí qué poco le importaba lo que podía pensar su padre si algún día se enterase lo que había hecho con un chico. Lo que toda una infancia le había pasado con un varón.
—Pero, ojo, nada de traer tus quilombos a la casa, ya sabés y menos con todas esas materias bajas que tenés —lo volvió a reprender sin olvidarse de aquel preservativo en el piso de su habitación.
—De una —volvió a responder con mayor distancia, en tanto desconectaba la cámara de su computadora —Che, Joaquín, hablando de eso, ¿puedo imprimir unas cosas de la escuela en tu ofi?
—Sí, pero no me vayas a toquetear los papeles que dejé en el escritorio. Son todas cosas de tu madre, si me llegás a perder algo ya sabés el quilombo que me arma, con lo que le gusta romperme las pelotas a esa mujer —se quejó mientras el adolescente buscaba unas hojas en el cajón de su mesa de luz y lo dejaba solo con sus reclamos.
Sebastián prendió la computadora de su papá con una apatía renovada y acentuada como siempre le pasaba cada vez que compartía unas palabras con el hombre. Nada le succionaba más la energía que las conversaciones que podía entablar con Joaquín. A veces, solo a veces, llegaba a extrañar la presencia de Meme por la casa. Al menos le aligeraba la atención y la vigilancia extrema y selectiva que le aplicaba su padre. A veces y solo a veces, también extrañaba a su madre sin ningún motivo concreto. A veces y solo a veces la necesitaba, pero no sabía cómo hacerle llegar el mensaje sincero que le comunicase a ella la falta que le hacía en esos últimos tiempos. Tosió un poco para ahuyentar la presión en la garganta y se concentró en poner el papel de foto en la impresora nuevísima del abogado.
Le gustó la adrenalina que sintió al encontrase con la imagen de un Santiago que sonreía un poco contra el estómago y las patas peludas de Perri. Se aseguró de no dejar rastro alguno en la computadora de su viejo, de llevarse la cámara consigo y se fue con los ánimos renovados. Volvió a sentirse un preadolescente de doce años. No podía alardear de aquella imagen con sus amigos ni con su padre, tampoco exponerla con orgullo como hacía el Colo con Candela en la carpeta de su escuela. Ni comprar un portarretrato para que le decorase la mesa de luz, ni dibujarle corazones porque ese no era su estilo y porque no debía dejar evidencia alguna. No podía hacer la pregunta que lanzaba al aire Pilar en aquel video mientras miraba la foto contento. No podía ver en vivo a un Estévez sin lentes y con ropas de entrecasa como aparecía en la imagen. Pero si podía contentarse con guardarla bien en el fondo del cajón de su mesita de luz a sabiendas que podía verla todas las veces que quisiera mientras no lo viera nadie.
Hola, holaaaa! Ahora sí, capítulo 27 completo, nos vemos muy pronto con el cap 28 que se viene con escenas importantes para los dos protagonistas. Prometo volver prontísimo, espero que me sigan acompañando porque posta que el recorrido por la vida de estos dos va a ser bien intenso y me gustaría que me acompañen. Les sugiero que me sigan en instagram (Mei.wtt) que ahí hago encuestas y subo los fanart que me hacen no solo de DDO sino también de 7 días.
Los ama siempreeeeee!
Mei!
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Detrás del odio
RomanceEn la provincia de Entre Ríos, Argentina, Santiago y Sebastián han compartido trece años de amistad en el mismo grupo, pero también una rivalidad extrema que parece inexplicable. En realidad, detrás de su constante antagonismo, ambos ocultan un sent...