Capítulo final (parte 1)

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Diciembre de 2008

Desde el segundo piso del estudio, miró por la ventana. A uno de sus socios lo dejaba el hijo en la puerta del trabajo. Se bajó del auto, saludó con la mano al joven de veinte y a la novia, una chica que parecía de la misma edad. Todas las mañanas escuchaba con la cara de piedra las anécdotas de los hijos, los matrimonios de estos, los noviazgos de estos. Todas las veces, tragaba el desaire y se imaginaba lo que sabía que nunca iba a tener. Por mucho menos de lo que él había hecho, su compañero y amigo parió hijos normales, de buena vida, personas bien, de reputación intachable. Una vez pensó en decirle, contarle y en cada oportunidad se arrepentía a último momento. Sabía el consejo, sabía la recomendación. No pensaba exponer al hijo a las buenas costumbres por la fuerza, en cambio, aunque le dolía, ya lo consideraba un caso perdido. Y esa sensación lo perseguía desde siempre.

Desde la primera vez que la maestra jardinera lo citó a él y a su mujer porque el nene tenía dificultades para comunicarse con el resto. Desde que le señaló la timidez como algo para revisar. Se calmó cuando vio que por los compañeritos infantes se le copiaba el hablar, las maneras de desenvolverse, le aparecieron las ganas por la charla. Sin embargo, la sensación de traer al mundo algo que no encajaba con lo que esperaba, lo que deseaba, lo que quería volvió a aparecerse ante las calificaciones deplorables desde el primer grado hasta el último de secundaria. La mala conducta, los reclamos de autoridades sobre las dormidas en las clases, las inasistencias, el silencio, la nada que se le daba por hacer en la escuela, las pocas palabras en la casa. No se acomodaba a ni un solo gesto impartido por ambos. Después de los doce se negaba por la ropa que ellos querían ponerle, en cambio, buscaba parecerse a sus amigos, ensuciaba y rompía las telas de marcas. Se negó al auto apenas le ofreció enseñarle a manejar, apenas le sugirió la idea que si se comprometía con el estudio y se mostraba más comunicativo con él y con Esmeralda le regalaban un auto.

Los hijos de sus socios eran capaces de arrancarse un brazo por una oferta como esa. Sebastián en cambio mostraba una indiferencia hacia, lo que él consideraba, el progreso. No agradecía los teléfonos caros, no se inmutaba por la buena tecnología, no lo enloquecía la renovación constante para que los dispositivos no le quedasen obsoletos. Nada. No le traía novias decentes, no construía amistades que lo impulsaran a las grandes aspiraciones. No disponían ni siquiera de un solo tema de conversación porque a Sebastián le gustaba todo aquello que nada tenía que ver con los deseos de ambos o eso creía. Era posible que, cuando lo vio fascinado por lo que hacía el marido de una de sus tantas niñeras con la música y después le pidió una guitarra como regalo, pensara que ya no había vuelta atrás. Esmeralda también lo pensó. Esmeralda también se desencantó por todos y cada uno de los tropiezos del chico, de ellos como padres.

A medida que pasaba el tiempo lo notaba distinto, más distinto. En realidad, lo sabía distinto, desde esa vez que la madre de Santiago Estévez lo llamó para exigirle el permiso para que Sebastián se quedase a dormir en la casa por el cumpleaños del chico. Se había negado, pero la mujer con unas pocas palabras y unas amenazas sobre hacerle escándalo en las afueras y la entrada de su trabajo lo convenció que por esa noche que su hijo hiciera lo que quisiera como toda la vida había hecho. Los días y las semanas que transcurrieron lo notaba callado, pero nunca con sueño ni desganado. Llegaba de la escuela, estudiaba y le pedía permiso para salir. Ya no le mostraba las buenas notas, tampoco se las contaba. Las descubría cuando le abría la carpeta. En una de esas veces le encontró la libreta, todos los números en rojo del primer trimestre subieron y cambiaron a negro en el segundo, en el tercero notaba una diferencia tan abismal que se le dio por desconfiar. En la escuela cuando fue a preguntar lo felicitaron por lo que fuera que logró el cambio rotundo en Sebastián.

—Mire que mi hijo es de hacer trampas, machetes, copiarse, lo que sea.

—En un momento, los docentes también pensaron eso, pero lo cambiaron de banco, le revisaron la cartuchera, lo vigilaron. Esas notas las subió por su cuenta. Así que felicitaciones porque tampoco pelea, se amigó bastante con este alumno con el que siempre discutía. Ya no falta como antes, lo notamos más motivado, apenas algo más comunicativo, pero también entendemos que esa es su personalidad le informó la directora que le notó la angustia a ese padre sin entender —Lo esperamos para la graduación.

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⏰ Última actualización: Oct 13 ⏰

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