Capítulo 43 parte 2

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Más vale que llenen de comentarios y de amor este capítulo que está lleno de frases icónicas uwu

Dónde buscaba las palabras justas para iniciar la charla. Se le fueron cuando Sebastián le mordió bien fuerte el labio de abajo. Una parte de él se quería dejar ir. Volar por lugares. Otra parte, la que no le permitía disfrutar del beso, necesitaba hablar, pero hablar le daba miedo, como si marcara una línea invisible que lo dejaba de un lado o del otro según lo que eligiese. Sacó sus manos del cuello de Sebastián y las llevó al pecho del chico para apartarlo. Apoyó su frente en el mentón y se quedó estático ante el mar de decisiones que se le extendían por el piso. Lo vio aparecer a Perri y cómo se refregaba por las piernas de los dos. Sebastián se rio, lo alejó un poco para alzar al animal que se retorcía entre ronroneos y miró al gatito con ojos contentos.

—Vos estás re bien, chabón, acá. Soy yo el que te extraña —dijo y le dio un beso en la panza regordeta y algo inflada, de colores negros y blancos.

—¿No hay manera de convencer a tu papá? —quiso saber mientras el pibe se restregaba al animal por la cara y después lo dejaba en el piso.

—No, fui un pelotudo en meterte en esto —le señaló al gato y otra vez el aura se le puso gris y sin gracias.

—A mí Perri me cae re bien, mejor que vos te diría —le soltó y prefirió cebarle un mate antes que mirarle la cara molesta que le hacía —Nosotros acá no tenemos drama de quedarnos con el gato, pero si alguna vez sentís que podés convencer a tu papá, lo buscás cuando quieras. Es tuyo.

—A veces pienso que cuando termine la escuela pueda hacer eso. Ahora lo veo difícil.

—¿Vos estuviste pensando en eso?

—¿Qué cosa?

—En después de la escuela.

—A veces, ¿vos?

—No sé... —dijo y aquella era la verdad.

Desde que había iniciado el año, tuvo tiempo para pensar en todo menos en el futuro porque lo veía plagado de tinieblas, una soledad insoportable y un rumbo que lo veía alejado de lo que siempre quiso para él, pero su cuerpo o su cabeza se lo negaba. Una familia como la que él había tenido, un retrato como el que posaba en el living y en la mesa de luz de Liliana, una foto de un padre, una madre y dos hijos.

—Pero, sabés qué estudiar, ¿no? —preguntó Sebastián un poco sorprendido por la respuesta de Santiago.

Él estaba seguro que el pibe desde que eran chicos decía de estudiar contaduría, lo imaginaba de promedio perfecto como siempre, después con una novia que iba a ser la más linda de todo Concordia, un perro Golden o Labrador y toda esa seguidilla de suposiciones lo hicieron sentirse empacado.

—Sí, Contador Público.

—Yo sabía —dijo y se sonrió apenas, pero a Santiago le pareció que lo hacía de una manera que se veía triste.

—¿Cómo?

—Creo que fue tipo en cuarto o en quinto grado de la primaria que nos dijiste que querías estudiar eso. Me acuerdo que yo ni sabía qué significaba, pero después me explicaste y entendí. Siempre que me explicaste algo yo entendía, bah, todavía pasa... —le contó y mientras lo hacía sintió como si se ahogara con las palabras, nunca tenía tantas ganas de hablar, era de los que preferían escuchar. Camufló su incomodidad agarrando, otra vez, a Perri.

—Sí, fue cuando pasó lo de mi papá. Él siempre quiso estudiar contaduría, pero apenas se pusieron a salir con mi mamá nos tuvieron a nosotros y ya no pudo seguir con la carrera.

Detrás del odioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora