Capítulo 3

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Las puteadas de Joaquín Casenave fueron lo primero que escuchó apenas entró a su casa. Sebastián se sacó las zapatillas y se río del automatismo. No estaba su mamá para hincharle las pelotas con ese TOC. Igual las acomodó en un rincón y se fue a la cocina descalzo. Calentó la comida que su papá había pedido en el microondas y se fue a comer al cuarto. Pasó de largo la figura del hombre sentado en el sillón que mandaba a su vieja a las vaginas de madres, loras, hermanas y cuanta audacia en malas palabras se le ocurriese.

Joaquín se hallaba sacado como siempre que trataba de llegar a un punto intermedio con Esmeralda. Se pasaba las manos por los pelos rubios encanecidos de tanto estrés y tras el paso privilegiado de su tiempo. Tenía los ojos oscuros perdidos en cuentas, presupuestos, resentimientos por la separación y duelos que le importaba muy poco resolver. Sebastián se mostró ajeno al drama del tipo y subió las escaleras como si nada.

Incluso en el segundo piso escuchaba los reclamos de un Joaquín azorado por tanta paternidad de prepo. Si hacia un esfuerzo, los gritos de Esmeraldas también cruzaban ciudades, kilómetros y calles a través de un teléfono salpicado por la saliva de su viejo. Que llevalo, que tráelo, que arréglatelas, que no estudia, que no hace caso, que tanta cosa a un Sebastián que escuchaba todo y se hacía el que nada. Se sentó en el piso alfombrado de su pieza y se dispuso a comer allí aquel pollo con papas recalentado. Le sintió gusto a plástico después de tantas horas entre bolsas y papeles films.

Sebastián no tenía ganas de estar ahí, solo y más al pedo de lo normal, pero tampoco quería pernoctar siempre en lo de Agustín. Los últimos días de las vacaciones ya sentía vergüenza por tanta presencia diaria en aquella casa. De modo, que comenzó a intercalar con la de Tomás, Mateo o en la de Franco. De igual manera, confiaba que cuando se les pasasen los enojos a sus viejos las cosas iban a mejorar. Los prefería separados, entre peleas así a la distancia que in situ. Esperaba que el tiempo volase un toque, la paciencia se le desgastaba con cada llamado de Buenos Aires de Esmeralda pidiendo datos de su hijo como si de informes jurídicos se tratasen.

Seba sabía que sus viejos llevaban la profesión a todos lados. Se encontraba seguro que incluso tanta obsesión por sus laburos los llevó a descuidarlo todo, al punto que se habían olvidado de ellos mismos. Joaquín y Esmeralda eran abogados. Se conocieron en los primeros años de la carrera de Derecho cuando cursaban en la UBA. Coincidieron en un par de materias y quisieron probar como compañeros de estudio, pero terminaron en otros asuntos más allá de apuntes, mates y leyes.

Esmeralda era de Capital Federal y siempre había admirado a su padre. Sabía desde chica que quería ser doctora en leyes como el hombre. Ni dudó en anotarse en la facultad de Derecho cuando terminó la escuela. Pensaba formar parte del estudio jurídico que tenía este apenas concluir con sus estudios, pero poco sabía la piba que sus planes se iban a distorsionar por las propuestas del chabón con el que de vez en cuando se juntaba a estudiar. Ese qué le parecía más audaz que inteligente, que tenía un acento del interior que le encantaba, que le ponía artículos a su nombre y le decía gurisa en vez de chica.

Sin embargo, aquellas características que cuando era pendeja le fascinaron fueron los determinantes para truncar la relación, junto con infinitos desgastes más. Joaquín nunca se había copado con la vida de la capital, añoraba sus tierras, tanto como a sus amigos, su barrio y la vida alejada de tantos edificios, el loquero constante de la ciudad grande. De modo, que cuando terminaron sus carreras, Esmeralda accedió a vivir a los pagos de Joaquín. Un tanto inconforme con los tiempos lentos de aquella ciudad entrerriana con complejo de pueblo, se embaucó en el plan porque en ese entonces pensó en el chabón como en el amor de su vida. Convencida de que con lo que sentía por Casenave le bastaba y le sobraba, pero se equivocó.

Con el correr del tiempo, ni la instalación de un buen estudio jurídico conformado por ellos dos y unos cuantos profesionales más, ni la llegada del primer y único hijo bastaron para llenar el vacío sentenciado por la inconformidad. Desazón impuesta tras el arrebato juvenil de imponer los anhelos de su marido por encima de los suyos.

Detrás del odioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora