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Se pasó toda la tarde entre fotos, cartas y papeleo viejo. Llevaba consigo un pañuelo a todas partes porque dos por tres se le daba por llorar sin motivo aparente. Cada día le costaba más disimular delante de Valentina. No le correspondía contarle qué la tenía tan angustiada. Eso era tema de Santiago y el chico se mostraba lejos de compartirle el problema.
Desde aquella charla en el baño trataba de buscar respuestas, un fundamento a su ceguera, una manera de mitigar su asombro, el impacto de aquella noticia que nunca vio venir. «Viste que las madres sabemos todo, intuimos todo», decían las mujeres que conocía siempre que se ponían a hablar de los hijos. Qué pasaba con ella que no vio nada, en qué categoría de madre se ubicaba. Otra vez a enjugarse la nariz con el pañuelo. Las fotos le mostraban el panorama que había visto desde que nacieron sus gurises. Ella todo el tiempo a las risas, Juani con la cara alegre siempre y cuando estuviera Liliana al lado y los dos chicos, Valentina despeinada y salvaje ante cualquier árbol, muro o poste, Santi con la ropa prolija, su semblante impecable, los gestos cuidados. ¿Ahí estaban los fundamentos? ¿O qué en todos sus trabajos escolares usaba muchos colores pasteles y purpurina por si las dudas? Qué prefería los dibujos que miraba su hermana, qué le cambiaba el humor cuándo se ponía a decorar lo que fuera. ¿Eso debía ser el indicio de algo?
Pero si le gustaban los deportes, si arreglaba cosas, si tenía fuerza, si durante dos años llevó sin parar a la novia. A la ex novia, se corrigió. Si sabía que cada tanto se enredaba con alguna que otra compañera de Valentina. Dónde se hallaba la lógica. Qué ocurría. Cómo funcionaban los sentires de todo un mundo pero, sobre todo, cómo funcionaba su hijo.
Rebuscó hasta dar con unos retazos de tela, allí había unos garabatos que parecía un intento de bordado. En cada tramo de esos pedazos, la técnica se veía mejorar. Primero eran líneas, luego círculos, triángulos, letras hasta que se formaba una frase: «hola mami te quiero mucho santi». Podía ver a esa criatura de diez años, esa que aprendió a tomarse solo el colectivo para saber cómo llegar al lugar de los talleres. A la vuelta, bajaba ojeroso pero contento. Sacaba ese puñado de tela arrugado y se lo daba, en seguida se le escapaba de sus brazos que querían estrujarlo por la ternura. «Basta, mamá, qué vergüenza», le decía mientras se limpiaba los besos de las mejillas con las mangas de las manos.
Se apretó el trapo viejo y de nudos erróneos contra la cara y lloró con fuerza. ¿Cuándo se le iba a pasar la angustia? ¿Cuándo podría volver a ver al hijo con los mismos ojos? ¿Cuándo le saldría preguntarle por ese chico que antes venía a la casa y ahora ya no? ¿Cuándo le preguntaría con la misma naturalidad que le preguntaba a Valentina por Agustín? ¿Cuándo se le iría el dolor?
—Te amo tanto, hijo. Los amo tanto a los dos. Ya me va a salir, te lo prometo. Ya le va a salir a mamá. Ya me va a salir, te juro por Dios que me va a salir.
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A Santiago le pareció sospechosa la cantidad de veces que Liliana recurría al veterinario para preguntarle cosas por Perri que de todos los gatos del barrio era el que disponía de las mejores condiciones. Tampoco quiso prestarle demasiada atención, ya tenía mucho con todo su drama que consistía -ese día después de tanto entrenamiento- en levantarse de la siesta, trasladar los abrigos correspondientes al sillón y mirar comedias románticas hasta hartarse de tantos arquetipos.
Le parecía la mejor manera puesto que en su casa no había nadie, salvo Perri que se le acurrucaba tranquilo entre los brazos. Sin embargo, se puso en alerta cuando escuchó el timbre de la casa. Hacía mucho que ya ninguno de los pibes se aparecía para preguntar por él y otro tanto desde la última vez que agarró el celular para comunicarse con cualquiera. De alguna u otra forma esperaba que alguien lo sacase del encierro, pero al mismo tiempo sabía que ante la irrupción de amigos o del que fuera iba a tender sus defensas con mayor desdén, altanería y maltratos.
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Detrás del odio
RomanceEn la provincia de Entre Ríos, Argentina, Santiago y Sebastián han compartido trece años de amistad en el mismo grupo, pero también una rivalidad extrema que parece inexplicable. En realidad, detrás de su constante antagonismo, ambos ocultan un sent...