Capítulo 8

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Sebastián se metió en su cama apenas entró a la casa. Miró el techo con resignación porque dormir de costado le dolía del lado que fuese. Las trompadas de Santiago resultaron parejas. Las lagrimas le hacían arder cada lastimadura que tenía, no le importó. Ahora que se encontraba solo pensaba desahogarse sin culpa. De fondo podía escuchar los gritos de Joaquín dedicados al teléfono. Otra vez repetía que se trataba de un problema, que por qué no lo venía a buscar, que Esmeralda mirá lo hija de re mil puta que sos.

Sebastián fingía que no, pero la posta era que todo aquello le afectaba. Le dolía el pecho tras tanto sollozo, se sintió solo y a pesar de la longitud de su cuerpo se percibió diminuto. Pequeño e infante, capaz de llorar a los gritos como cuando era un gurisito encaprichado porque no quería ir a catequesis o porque quería determinado juguete y no otro. Seba ansió tener de nuevo esos problemas, de nuevo esos intereses. Ya sabía que era un desastre, era consciente que se trataba de un irresponsable, que como decía Estévez era un pibe caprichoso y careta, pero se sentía confundido y desorientado para cambiar.

No tenía la seguridad de Santiago ni el desparpajo de Agustín, incluso a través de esa distancia e inexpresividad ocultaba cierta timidez. Estaba harto de sentirse una molestia en todos lados, de pernoctar todo el tiempo en lo de sus amigos, de ser una carga para los padres, de mendigar lugares y cariño, de fingir que nada de eso le importaba. Se sintió demasiado dramático cuando el pecho le subía y le bajaba tras tantos espasmos por angustia.

Pensó que ojalá su viejo dejase de gritar que estaba harto de Esmeralda, de gritarle que era una forra por irse a la mierda, por dejarlo solo con un pendejo que no podía controlar. «Sos una irresponsable de mierda, te cuento que tu hijo se droga en la escuela, va alcoholizado como si nada y debe millones de materia y ni así pensás viajar para ponerle límites», todo eso exageró y gritó como si Sebastián no se hallase en la casa. Y el pibe continuaba allí ya sin atisbos de resaca, la poca que tenía su viejo se había empeñado en borrársela a base de frases hirientes.

Palabras de mierda que había escuchado el otro pelotudo, se ofuscó limpiándose las lagrimas sin mucho sentido. Apenas deshacerse de una buena tanda de humedad otra seguidilla le empapaba la cara. No quería que el tarado ese le tuviera lástima ni reparos ni nada de eso. Pensó que ojalá se vaya a la mierda con su novia y todas las pibas que se comía siempre por todos lados. Era una pelotudez que algo así le afectase cuando tenía dramas más urgentes, pero la realidad así era. Cerró con fuerza los ojos y trató de borrar la cara indignada del castaño con su viejo.

Quería sacarse de la cabeza que el pibe había escuchado eso, necesitaba no sentirse bien porque lo había defendido. Deseaba de verdad detestar al pibe por lo que había pasado y no recordar otros tiempos menos violentos, en los que hablaban y en los que su viejo no les gritaba a los cuatro vientos que le resultaba un problema.

—Yo no sé adónde pensás llegar con esta actitud, Sebastián —se apareció Joaquín de la nada en la entrada de la pieza —¿Así es cómo querés llamar la atención de nosotros? Tu madre ya me avisó que por un berrinche pelotudo no piensa viajar. Si hacés todo esto para verla lo decís como un pibe coherente. Me pido un par de días en el laburo y te llevo yo, aunque tenga que dormir en un hotel o en la casa de algún amigo —sentenció el hombre al pibe que se limitaba a limpiarse las lágrimas y mirar al techo.

—¿Pedir? Re que sos el dueño de ese lugar —dijo con la voz congestionada, pero con sus rasgos tan estáticos como siempre —Cuando te hacés el humilde parecés un viejo ridículo.

—Seguí así, seguí tirando de la cuerda, vas a estar sin celular y sin ver a tus amigos por un largo tiempo —le remarcó Joaquín.

—Qué me importa si los voy a ver en la escuela.

Detrás del odioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora