Capítulo 27

6.1K 600 140
                                    

Estaba a un pañuelo más que se le desintegrara la cara. Tenía las mejillas, la nariz y la boca paspadas por la congestión. Ni siquiera en el quinto día de reposo disponía de la fuerza mínima para hacer algo. La cama y Perro lo cobijaban como nadie. Lo protegían del dolor de garganta y de pecho, de la fiebre que le succionaba la energía y lo arrastraba a una debilidad y fragilidad extrema. No solo era su malestar físico lo que lo alejaba del resto, su malhumor, que aumentaba con cada grado de termómetro, era el responsable de sus días solitarios. Seguía sin disculparse con su madre, sin entablar conversación con su hermana, sin darle ninguna explicación a su novia por transformarse en un fantasma en la vida de la chica. Había apagado su celular porque quería asegurarse el destierro de todos como le fuera posible. Una parte de él le decía que prefería que lo odien por distante y mal llevado que por haberse besado con un varón. Se convencía con el correr de los días que no era eso que pensaba, que no era eso que tenía un pánico terrible hasta de buscarlo en el diccionario. De solo imaginarlo le latía fuerte el corazón y unas ganas de llorar lo perseguían por toda la casa. La bronquitis y la sinusitis eran sus males menores, incluso, las veía como una salvación. La excusa perfecta para no verse con nadie, con un nadie en particular, un nadie que lo perseguía en todos y en cada uno de sus sueños. Un nadie que cuando se le aparecía era más apaciguador que el peor de todos sus fantasmas.

—¿Me dejás? —le preguntaba el más bravo de sus demonios y él no se animaba a decirle que no. Al final se daba cuanta que no era una cuestión de animarse, era una cuestión de permitirle y con gusto. Otra vez sentía la boca del chico rozarse contra la suya, de brindarle todo el acceso posible a la lengua de Sebastián para que se apretara con fuerza, de sentir los dedos en su espalda, en sus piernas y otra vez su peso en el aire porque lo sostenían esas manos fuertes, manos que nunca se había cruzado porque eran manos de hombre, grandes y más ásperas, grandes y toscas, grandes y hermosas. Solo la humedad de las sábanas eran las únicas que podían sacarlo de ese mundo de pesadillas y de sueño.

Se despertó con el sobresalto habitual, transpirado por la fiebre y por algo más. Se miró con bronca el pantalón y las telas que lo abrigaban. Todas mojadas, empapadas por aquellas poluciones que las sentía a destiempo. Nunca una erección lo puso tan triste. Todo lo contrario, lo volvían el más tirano con su propia persona. No sentía más que odio por él mismo y por Sebastián.

—Soy un asco, soy una mierda —se dijo mientras se sacaba la ropa sucia y se disponía a cambiar las sábanas de su cama.

Se puso el buzo al revés para colocarse al gatito en la capucha y pasar aquella tarde de malos sueños en el sillón de su casa. No le importó que allí se hallaba Valentina a los cuchicheo y besos por lo bajo con el novio. Los ignoró y se puso a mirar cualquier programa de la tele, cualquier cosa que lo ayudase a salir de esos pensamientos que no se le iban casi nunca y lo mortificaban a tiempo completo.

—Ah, bueno, salió el Grinch de la cueva... —comentó Vale apenas su hermano se apareció en el living, quien más allá de los modos huraños, le daba gracia y ternura cómo el gatito se acurrucaba sin problemas en la capucha del buzo de Santiago. Aquella imagen era una antítesis en sí misma, el gesto enfurruñado de siempre de su hermano frente al animalito que se lamía las patitas en su gorra.

—Pa, boludo, lo grande que está Perri. Sarpado lo que creció en estos días... —comentó Agus como para decir algo y romper con el mutismo del chico —Che, ¿cómo te sentís?, te extrañamos con los gurises. A ver cuándo te conectás al MSN aunque sea, pedazo de puto... —insistió a la espera de un mínimo gesto de camaradería, sin embargo, notó como las cejas se le fruncieron más y parecía de peor humor —Bah, o sea, me doy cuenta que no te ves bien porque nada... tas bastante hecho pija, pero quiero que sepas que cualquier cosa que necesites me podés decir a mí y a cualquiera de los chicos, estamos preocupados, viste...

Detrás del odioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora