¡Oh, por favor!

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Capítulo 28.

Me alejé de los tortolitos caminando aprisa para evitar que se dieran cuenta que yo ya no estaba y así seguir con su plática amena y no sonrojarse cual tomate.

Salí de la cafetería que estaba en un ambiente muy cálido, al frío que chocó conmigo para luego abrazarme a mí misma en un intento fallido de recuperar calor.

Iba casi arrastrando mi mochila al edificio en el que me tocaba la primera clase que era álgebra. Me entusiasmaba, pero no cuando era la primera y más de la mitad de los alumnos estaban dormidos.

Antes de que llegara al aula, un docente que se veía un poco más joven que los demás, se acercó a mí con una sonrisa profesional, de esas que parecen falsas.

—Señorita —habló pausadamente —. ¿Acaso no se dio cuenta que hoy no hay clases?

Fruncí el ceño porque jamás había oído que precisamente hoy no ibamos a tener clases. El profesor se quedó ahí mirándome, lo que interpreté como un "niña ya vete de aquí" pero no lo hice. Quería cerciorarme que él no mentía, no lo había visto antes.

Me quedé ahí hasta que la maestra que me impartía Literatura se acercó a nosotros al ver la extraña escena de una alumna y un maestro en posición de retas.

—¿Sucede algo, señorita Reeds? —Ella que vestía elegantemente me miró con sus enormes ojos verdes como esperando a que le contara un jugoso chisme. Se veía más alta de lo usual, y me atrevo a decir que más joven.

—Una duda —hablé al fin —, llegué hace un momento pero, ¿es cierto que hoy no hay clases?

Me miró detenidamente hasta que ví que fruncía el labio.

—Claro que hay clases, niña. Anda ve y deja de distraerte. —Me reprendió y cuando me giré a encarar al supuesto profesor, me dí cuenta que ya no estaba.

Corrí hasta llegar al salón correspondiente y toqué la puerta rogando para que no me llevaran a detención. Mi otra profesora abrió la puerta y afortunadamente me dejó pasar. Asentí cuando dijo que esperaba que esa fuese la última vez y me dirigí a los pupitres. Fugazmente pude ver a Liz con una sonrisa burlona, pero para suerte mía, pude sentarme a un lado de Elliot.

Me miraba sonriente de vez en cuando para luego desviar su mirada al frente. Definitivamente él era el mejor.

*

Me encontraba sola sentada debajo de la sombra de un árbol admirando un nuevo libro de los que Matt me regaló. La sinopsis me atrajo desde un inicio y mi meta era terminarlo antes de los semestrales, por lo que esperaba que fuera posible.

Apenas abrí el libro cuando escuché unos pasos acercarse a donde yo me encontraba y decidí esperar y no ver de quién se trataba. Una mano con una perfecta manicura cerró mi libro, en el dedo anular tenía un extravagante anillo lleno de pedrería, alcé la vista y me llevé una sorpresa.

—Hola novata ¿Me recuerdas?

Levanté una ceja y me le quedé mirando fijamente tratando de recordar.

—¿Debería? —alargué la última vocal y rodó los ojos echando su rubio cabello hacia atrás. Se alisó la falda amarilla que se le ceñía al cuerpo y con sumo cuidado dejó su bolso a juego en el césped, parecía irritada, pero ella fue la que vino a mí.

—Soy Lindsey McCaught. —Quería reírme de su nombre o de ella en sí pero me contuve con una enorme fuerza de voluntad por mi parte.

—Bien Lindsey ¿Puedo ayudarte en algo?

Levantó su bolso y sacó de éste un brillo labial de marca que juraría que costaba más que mi conjunto de ropa entero. Se lo aplicó suavemente en sus enormes labios que casi me daban envidia y nuevamente me miró como si ella fuera superior a mí.

Be YourselfDonde viven las historias. Descúbrelo ahora